El rugido del helicóptero se desvaneció lentamente mientras Elizabeth, Darriel y la pequeña Dalia descendían por la escotilla del helicóptero al helipuerto. Las luces de la ciudad de Nueva York brillaban a su alrededor como un mar de estrellas invertidas, pero la sensación en el aire era pesada, cargada de tensión. La Torre Organizacional se erguía imponente, con sus estructuras de acero y vidrio que reflejaban un poder inquebrantable. Elizabeth, con sus ojos afilados como dagas, tomó la mano de Dalia, transmitiéndole una seguridad que ella misma dudaba sentir. Darriel, siempre alerta, escudriñaba el entorno, asegurándose de que no hubiera amenazas inmediatas.
El vicepresidente de los Estados Unidos, un hombre de semblante grave y mirada penetrante, los esperaba al pie del helipuerto. Su rostro estaba marcado por las arrugas de las decisiones difíciles y las noches sin dormir. Extendió la mano en señal de saludo.
—Bienvenidos. Tenemos mucho de qué hablar. —Dijo con una voz que reflejab