A un paso de la felicidad
A un paso de la felicidad
Por: Janeth Aguilar (janetha2004)
Prólogo

El día ha sido bastante agotador, observo el reloj por enésima vez, creo que no voy a poder llegar a tiempo.

―¿Qué te parece si nos vamos a tomar unos tragos en el bar de la esquina? ―sugiere mi colega mientras me cambio de ropa―. Este ha sido uno de los peores días de mi vida, perder a un paciente es algo que nos afecta, queramos o no.

Lamento tener que rechazarlo, pero hoy es un día muy importante para mi mujer y para mí.

―Lo siento Scott, pero estoy comprometido con mi esposa ―recojo la cartera del casillero y la guardo en el bolsillo de la chaqueta―. Hoy es una fecha especial para los dos.

Bufa, resignado.

―Yo puedo acompañarte si no tienes ningún inconveniente ―se ofrece Milena, al llegar. Se acerca a nosotros y nos saluda con un beso―, necesito borrar mi mente a punta de licor ―se quita la bata y la cuelga en el perchero―. Estás cuarenta y ocho horas de servicio han sido jodidamente agotadoras.

Sonrío al escuchar el taco que acaba de soltar. Los tres estudiamos juntos y, desde jóvenes, hemos sido muy unidos.

―Por esto es que te quiero, mi batichica ―la mención de aquel apodo me trae vergonzosos recuerdos de una de las fiestas de disfraces a la que asistimos en la universidad y en la que los tres nos pusimos de acuerdo para vestirnos como el trío de superhéroes de ciudad Gótica. Desde entonces, mi amigo suele llamarla de aquella manera―, tú nunca me dejas morir.

Aunque la besa en los labios, entre ellos dos nunca ha existido nada. Sé que Milena tiene sentimientos por él, pero Scott ni siquiera lo nota. Es un soltero empedernido, un hombre que vive la vida a su ritmo y que se ha ganado su buena fama de mujeriego. Me duele ver lo mucho que ella sufre cada vez que lo ve en brazos de una de sus amantes.

―Sabes que siempre cuentas conmigo ―los observo sin decir nada al respecto―. Eres alguien muy especial para mí ―ella lo mira como si no existiera nadie más en el mundo, de esa misma manera en la que suele mirarme mi mujer―, quiero decir, ambos son las personas más importantes en mi vida.

Disimula al notar que ha estado a punto de exponer sus sentimientos por él. Me hago el desentendido y decido despedirme de ellos para no ser un mal tercio.

―Bueno, chicos, espero que se diviertan de lo lindo ―me despido de ella con un beso y a mi amigo le doy un abrazo―. Nos vemos mañana.

Escucho la entrada de un mensaje a mi móvil, debe ser ella.

―Suerte, hermano, espero que esta vez consigan a la persona adecuada.

Asiento en respuesta y agradezco los buenos deseos.

―Sí, espero que así sea.

 Abandono el cuarto de vestuario y avanzo por los corredores de la clínica como alma que lleva el diablo, porque llevo más de quince minutos de retraso y no quiero que mi mujer se impaciente. Una vez en el auto, reviso el buzón de mensajes y, como lo suponía, se trata de ella.

Giselle: Hola, cariño, cambio de planes. La reunión se extendió más de la cuenta, nos tomará media hora más, no te molestes en venir a buscarme. Silvia me dará el empujón hasta la casa. XOXO.

Sonrío, como un tonto enamorado y respondo de inmediato.

Yo: No hay problema, cielo, nos vemos allá. Te amo.

Agrego un corazón al final del texto.

Espero a que responda, pero no lo hace. Dejo el móvil a un lado del asiento y enciendo el motor. Sin embargo, antes de arrancar decido hacer una nueva llamada para comprobar que mi cuñada hizo el encargo que le pedí.

―Sabía que no tardabas en llamar ―indica risueña―, la sorpresa está lista.

Abro la guantera y saco la caja de terciopelo con la pulsera que compré como obsequio para mi amada esposa, en nuestro segundo aniversario de bodas.

―Gracias, Maura, no sabes cuánto te lo agradezco ―le expreso con emoción―. Estaré eternamente agradecido contigo.

Guardo el obsequio en el interior de mi chaqueta y pongo el altavoz. Salgo de retroceso del puesto de estacionamiento y me dirijo a la salida.

―Con que hagas feliz a mi hermana me doy por servida.

Suspiro profundo.

―Es mi único propósito en esta vida, cuñada ―desde que nos casamos no he hecho otra cosa más que asegurarme de que sea dichosa y feliz a mi lado―. He amado a tu hermana desde el día en que la conocí, fuimos hechos el uno para el otro.

Bufa con pesar.

―No cabe duda de lo feliz que ha sido a tu lado, Sergio, pero hasta que ella no haga realidad su sueño más preciado, no será completamente feliz.

Lo sé y es por ello que he dado el paso definitivo para cumplir sus deseos.

―Y, gracias a ti, dentro de poco podremos hacer realidad todos sus sueños.

Me incorporo a la avenida y me dirijo a nuestro hogar.

―Por cierto, quería decirte que, ya que mi hermana aceptó la subrogación como una opción para tener sus propios hijos, he encontrado en la base de datos de nuestra agencia, a una posible candidata para que se convierta en la madre sustituta ―aquella noticia complementa mi felicidad―. Te enviaré toda la información para que tú y Giselle verifiquen en línea su perfil y realicen la selección. Una vez que lo hagan, el coordinador de subrogación se comunicará con ella para acordar una fecha en la que puedan reunirse y, en el caso de que ambos se elijan, iniciar el proceso de inmediato.

Giselle estará feliz y emocionada cuando sepa que mi semen hará posible que seamos los padres legales y biológicos de ese bebé. Hace una semana asistí a la clínica de fertilidad y doné mis espermatozoides para que se fecunden los óvulos de la gestante subrogada y se implante el embrión en su útero. Ella lo llevará en su vientre hasta que nuestro bebé nazca.

No puedo esperar a que esto se convierta en realidad.

―Gracias, Maura, no sabes cuánto agradezco esto que estás haciendo por nosotros.

Le comento emocionado y profundamente agradecido.

―No tienes nada que agradecer, cuñado, sé lo mucho que ambos han deseado ser padres, así que esto no es más que mi contribución para que puedan lograrlo.

Los latidos de mi corazón se aceleran con la ingente posibilidad.

―Esta noche lo conversaré con ella y le diré que se comunique contigo para que acuerden todo, sé que mi mujer estará feliz de participar en todo el proceso.

Mi corazón palpita desenfrenado. Pronto tendremos un hijo y seremos felices para el resto de nuestras vidas.

―Perfecto y felicidades en su aniversario de bodas.

Le agradezco una vez más, incluso, el que se haya convencido a su hermana para que aceptara la subrogación como una posibilidad para tener nuestra propia familia.

―Gracias, Maura, nos vemos pronto.

Le doy un vistazo al teléfono para ver si tengo una respuesta de mi mujer, pero no hay nada. ¿Qué extraño? Suele responder al instante.

Me detengo frente a la verja de nuestra casa y activo el mando a distancia para que esta se abra. Recorro el camino empedrado y me estaciono en mi lugar habitual. Sonrío al ver el camino de flores que hay en la entrada y que conduce al interior de la casa. Envío un agradecimiento mental a mi cuñada por el excelente y hermoso trabajo que ha hecho. Ingreso a nuestro hogar e inspecciono que todo lo demás se haya hecho según mis sugerencias.

La mesa preparada y adornada con velas y flores, globos por doquier y pétalos de rosas regados en el piso, simulando una larga y tupida alfombra roja que se extiende hasta nuestra habitación. Camino a un lado de ella para no estropear los pétalos y subo los escalones hasta llegar al dormitorio principal.

―¡Maravilloso!

Exclamo complacido al ver la decena de ramos de flores que llenan cada rincón de nuestro cuarto y la botella de champaña hundida en la hielera, junto a un par de copas altas. Satisfecho con todo, decido enviarle un mensaje a mi cuñada para agradecerle, pero recuerdo que dejé el móvil en el auto.

Salgo de la habitación y bajo los escalones de dos en dos. Salgo de la casa y entro al auto para alcanzar el móvil. Entrecierro los ojos al escuchar el sonido de notificación del buzón de llamadas perdidas. Hay al menos una veintena de llamadas procedentes de la clínica. ¿Qué narices? Esta es mi noche libre y fui tajante cuando pedí que no se me molestara a menos que fuera un asunto de muerte. Un ramalazo de escalofrío sacude toda mi espalda.

Decido llamar para salir de dudas. De repente, me invade una extraña sensación de pérdida. Una especie de mal presentimiento que me pone nervioso.

―Buenas noches, Mayela ―saludo a la recepcionista―. Acabo de ver todas las llamadas que me hiciste, pero dejé a cargo al doctor Velázquez, así que no entiendo por qué razón me están llamando ―le explico de manera educada―. Pedí, específicamente, que no se me molestara esta noche ―me extraña su silencio. Algo debe haber pasado, así que insisto―. Puedes decirme, por favor, ¿a qué se debe tanta insistencia?

Después de un corto silencio que me pone más nervioso de lo que estoy, decide responderme.

―Debe venir de inmediato, doctor, pero no puedo decírselo por teléfono, me lo han prohibido, así que no insista.

Aprieto el puente de mi nariz con los dedos. Esto no puede estar pasándome. ¿Me van a arruinar la noche especial con mi esposa?

 ―¿Se te olvida que soy el dueño de la clínica?

Me veo obligado a hacer uso de mi autoridad.

―Lo siento doctor, pero, aun así, no estoy autorizada para contárselo.

Me corta la llamada sin permitirme que le responda. ¡Joder! Furioso por la interrupción, decido llamar a mi esposa, pero el teléfono está apagado. Me quedo mirando la pantalla, extrañado por lo que está sucediendo.

Bufo resignado. Observo mi reloj y espero que me dé tiempo de ir y volver antes de que mi esposa vuelva a casa. Giro la cabeza sobre mi hombro y observo las flores antes de subir a mi auto y partir hacia la clínica.

Diez minutos después, ingreso a las instalaciones, totalmente cabreado. No obstante, mi mal humor se esfuma en cuanto veo a mis dos mejores amigos con los rostros entristecidos. ¿Qué habrá pasado?

―Scott, Milena, ¿Qué hacen aquí y por qué hay tanto alboroto en la clínica?

Ninguno de los dos se atreve a contestar, sin embargo, Milena rompe a llorar y se lanza a mis brazos.

―Lo siento, Sergio, te prometo que estaremos contigo en este difícil momento.

¿Difícil momento? ¿A qué demonios se está refiriendo?

―Scott, puedes, por favor, explicarme, ¿qué es lo que está pasando?

Envuelvo a mi amiga entre mis brazos para brindarle consuelo, a pesar de no saber por qué llora con tanto desconsuelo.

―¿No te lo han dicho?

De saberlo, no le estaría preguntando. Trato de controlarme, porque estoy a punto de perder la paciencia.

―No, amigo, así que te agradezco que me lo expliques de inmediato, porque necesito volver a casa, antes de que Giselle lo haga y se arruine la sorpresa que tengo para ella.

Traga grueso y da un par de pasos para acercarse. Coloca su mano sobre mi hombro izquierdo y me mira a los ojos de una manera que me eriza todos los poros de la piel.

―Giselle…

Ruedo los ojos.

―Sí, Giselle, ¿se te olvida que hoy es nuestro aniversario de bodas?

Niega con la cabeza.

―No, Sergio, lo que quiero decirte es que…

No termina de decirlo, porque en ese preciso instante se escucha el grito desgarrador de una mujer.

―¡No! ¡Mi hermana no pude estar muerta!

No me sorprende escuchar, llorar y gritar a familiares de pacientes que han perdido la vida en este centro médico, porque es algo común y corriente en un lugar como este, a pesar de lo doloroso que resulte reconocerlo. No obstante, lo que me llena de preocupante inquietud es reconocer aquella voz. Aterrado y con el corazón palpitando a toda velocidad, me doy la vuelta.

―¿Maura? ―mis piernas se aflojan y los latidos de mi corazón se detienen―. ¿Qué haces aquí?

Al verme corre hacia mis brazos. Ella me estrecha con fuerza, pero mis extremidades no pueden corresponderle de la misma manera. Un denso escalofrío recorre mi espina dorsal.

―Giselle, está muerta, Sergio, ¡muerta!

Lo que yo no imaginaba, era que esta noche se convertiría en la peor de toda mi vida y la que me dejaría marcado para siempre.

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