28.

Mauricio me deja pasar primero cuando llegamos y yo observo todo a nuestro alrededor, jugando con mis dedos debido a los nervios. Respiro hondo y escucho cuando cierra la puerta tras de mí.

― ¿Quieres quedarte con el saco o…? ―pregunta cerca de mi oído, erizándome los vellos de la nuca.

―No, no. Aquí tienes ―digo, quitándome su saco negro de mis hombros y lo encaro para ver como lo coloca en un gancho cerca de la puerta―. Fue una larga noche.

―Y lo que falta ―dice, acercándose a mí.

Sus ojos conectan con los míos, encendiéndome como un mechero al papel. Puedo sentir como voy entrando en combustión poco a poco, con una lentitud torturante.

Sus manos acunan mis mejillas con delicadeza mientras sus ojos me recorren el rostro, sin perder detalle. Acaricia con sus pulgares mi piel en círculos suaves que me obligan a respirar por la boca, captando su atención.

Me remuevo un poco al sentir un hormigueo en mi intimidad y él se separa un poco, mirando mis pies.

― ¿No estás cansada de llevar es
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