CAPÍTULO 3

“El beso de Zeus”  

Neck se acercó aún más a Mila, quien se había puesto de pie después que el anciano sugiriera que se besaran en la mejilla.

Realmente aquello no era gran cosa, pero ella solo podía sentir que no conocía a aquel nombre duro e inflexible en que  hacía convertido el nieto de Ulises Kronos.

Y pensar que en algún momento aquel joven que ahora exhibía todos los músculos de su cuerpo definido, había sido un chico grande pero cariñoso y noble. Ahora a  aquel recuerdo amable… y a ese músculoso  y casi amargado hombre eran casi imposible unirnos en una misma persona.

Ambos se acercaron, sin saber por qué lado besar la mejilla del otro. El viejo señor Kronos estalló en carcajadas pues aquel par de jovenes parecían flamencos danzando moviéndo solo el cuello.

Finalmente Mila alcanzó la mejilla de Nick y lo besó. Él solo se quedo quieto mientras la muchacha plantaba sus sensuales  labios es su mejilla, haciendo que todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de aquel hombre se despertaran… y créanme cuando digo que «todas».

Nick se quedó sin habla cuando ella se alejó de su cuerpo volviéndose a sentar, así que él  convenientemente se sentó junto a su abuelo, para que no se hiciera notar que cierto amigo más íntimo se había despertado, no a su máxima potencia ni nada por el estilo… pero si lo suficientemente despierto como para hacerse notar.

Mila continuó de pie, pues ya iba siendo hora que regresara a casa, y no se sentía con muchos deseos de mirarle la cara a Nickolau después que hubiera sido cómplice de haberle mentido de aquella manera atroz, para que el señor Ulises se saliera con las suyas.

La cara de aquel joven con aquel ceño fruncido, la asustaba, pues creía que él sospechaba la verdad.

Así que sin más,  se dispuso a despedirse para salir de aquel momento incómodo. A fin de cuentas su labor allí había terminado. El señor Kronos había conseguido lo que quería… y ella podría regresar a su casa a hacer su maleta y a buscar un vuelo a la Grecia continental en donde tenía  trabajo que hacer, y su licencia por la muerte de su madre se estaba por  finalizar.

—Será mejor que me vaya— anunció y el anciano se puso de pie, Nickolau hizo lo mismo, pero se quedó un paso por detrás de su abuelo «por obvias razones».

—Gracias por quedarte hasta que mi nieto llegara— agradeció Ulises ofreciéndole las manos a la muchacha.

—¡Despídete Neck!— lo regañó el abuelo como si fuera un chiquillo y Nickolau no pudo haber otra cosa que rodar los ojos involuntariamente, sacándole una tímida sonrisa a Mila que lo miraba, y no pasó por alto ese pequeño detalle.

El señor Ulises podía ser muy griego, y Neck tratando de no alterarlo, se acercó a Mila y esta vez fue él quien rozó la piel de la mejilla de la muchacha con sus labios.

«Por Zeus» si que eso le supo a gloria. El sabor de su piel y la textura era lo más agradable con lo que se hubieran topado sus labios jamás.

Mila se apartó y otra vez sonrío con timidez, lista para caminar hacia la puerta principal.

—¡Acompáñala a su casa, Nickolau! — ordenó su abuelo que ciertamente parecía un comandante de la guerrilla  y no  un frágil anciano enfermo.— Es lo menos que puedes hacer por haberla hecho esperar hasta esta hora.

Nickolau obedeció y se encaminó tras Mila a la salida principal de la casa. Antes de llegar a esta se adelantó y abrió para ella  la pesada puerta de madera para que saliera.

—No es necesario que me acompañes— murmuro Mila apenada una vez que salieron al jardín.

—¿Y desobedecer al comandante? ¿Bromeas verdad? — comentó él haciéndole creer que no desobedecería a su abuelo. No es necesario hacerle saber a ella que se llevaría a Ulises a vivir a Londres lo antes posible. Ahora solo deseaba acompañarla hasta la puerta de la farmacia, para tener un nuevo recuerdo con el cual obsesionarse cuando regresara a Inglaterra.

Sabia para  su pesar, que estaba enfermo… enfermo de ella, y lo peor de todo… que su mal no tendría cura.

Los años debían haber disipado aquella obsesión adolescente en vez de avivarla, y allí estaba él… contemplándola como si fuera una estrella, igual de deslumbrante, igual de inalcanzable.

Cruzaron la verja en silencio, después que un empleado la abriera para ellos y continuaron caminando en silencio en dirección a la base de la colina.

Desde su posición se veían la costa… el mar de un verde azul sin igual bañaba las playas atestadas de turistas, haciendo de la isla de peculiares colores un lugar de ensueño. Sin dudas Mykonos era la isla más glamorosa de todas las islas Cíclalas en el Mar Egeo. Desde la colina en que se encontraba la Villa de los Kronos se podía ver toda la ciudad de Hora, la pequeña ciudad que fungía como capital y corazón  de la isla. Allí en Hora, Neck se había obsesionado por su vecina más cercana, a la misma que ocho años después escoltaba en silencio hasta su casa.

—No se ve mal —soltó Nick de pronto rompiendo el incómodo silencio que los envolvía. Mila no entendió a qué se refería y solo lo miró con expresión de no haber captado nada y él se repitió esta vez siendo un poco más claro— Que no se ve tan mal, mi abuelo—. Aclaró y Mila lo miró con ojos como platos sin saber que decir… bueno podría decirle la verdad y salir de aquel maldito enrollo en que se veía envuelta por haber cedido ante un viejo manipulador como Ulises Kronos. Solo que, si decía la verdad, su ética médica era la que se vería altamente comprometida.

—Las enfermedades cerebrales suelen ser muy traicioneras— murmuro sin saber qué más decir. Si bien Ulises si tenía una encefalopatía crónica, ni él mismo ni su nieto entenderían del todo las magnitudes de semejante enfermedad degenerativa. Lo cierto era… que Ulises Kronos aunque aparentemente se notara sano, y probablemente pasaran varios años antes que los síntomas graves de la enfermedad aparecieran, lo mejor es que no estuviera solo. Así que basándose en que solo había contribuido para que un anciano no estuviera solo, Mila se relajó un poco y dejó de sentirse tan culpable. No había mentido… solo había exagerado un poco la situación a pedido expreso de su paciente. «El paciente era terriblemente mandón… ¡si! ¡Pero de que estaba enfermo… ¡Estaba enfermo!»

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