25 de octubre de 2015Scarlett Ashford Entraba y salía del estado de conciencia, desorientada entre la lucidez y el olvido. La música alta del club se desvanecía, sustituida por el rugido de un motor y las voces estridentes y venenosas de las personas que creía que eran mis amigos.Me arrastraban. Cada tirón me provocaba un dolor punzante en las extremidades, un dolor crudo y protestante contra la indignidad de mi situación. Entonces, sentí el cuero frío y resbaladizo del asiento de un coche, podía sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca mientras me movían descuidadamente. Mi visión se nublaba y se difuminaba, y las figuras se agolpaban a mi alrededor.«Mírala, la pequeña santa, por fin recibiendo lo que se merece», la voz de Nina era tan fuerte que me dolían los oídos. No podía creer que mi hermana de catorce años, a la que había querido, con la que había compartido secretos y con la que me había divertido, me hiciera esto. La traición que sentí por parte de ellos era como
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