El brillo de su portátil se desvaneció mientras Sofía salía de la habitación, dejando a Jasmine riéndose de algún cotilleo ridículo que había encontrado en línea. No necesitaba escucharlo. No ahora. No esta noche. Cerrando la puerta tras de sí, se apoyó en ella por un momento, permitiéndose exhalar. La pantalla le había dado la prueba que necesitaba.Scott Millhone no era solo un cliente habitual o un tipo adinerado que frecuentaba el Club Mirage por diversión. Él era el dueño. No solo del club, sino de una serie de negocios, inversiones que se extendían por toda la ciudad, y, aparentemente, una sociedad incipiente con nada menos que Dante Casagrande.Su pulso se aceleró. El pensamiento no debería haberla desconcertado —estaba acostumbrada al poder, al dinero, a la gente peligrosa—, pero lo hizo. Los Casagrande no eran más que gente despiadada, corrupta y codiciosa. El tipo de personas que dejaban la ruina a su paso. Y Scott, cualquiera que se enredara voluntariamente con ellos, era i
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