El padre estaba muy celoso, su princesa era una jóven hermosa, vivaz, dedicada a sus estudios y a acompañarlos a él y a su señora Ali. No iba a permitir que cualquier joven se le acercara con intenciones no muy claras. — Sabes papá, Alexander es un joven muy apuesto, sus ojos azules son como dos hielos rusos, además su acento ruso le encanta a las chicas, ya sabes, le da ese toque sexy y enigmático. — Me lleva el diablo, mi acento es el de un hombre egipcio, y no por eso tu madre cayó rendida a los pies. — Eh... Este... Pues bueno, cariño, tu acento y tú impresionante apariencia tuvieron mucho que ver en qué me enamora de ti. — Dijo Monserrat. — Querida, no estas ayudando en nada en la conversación, debes decirle a la nena que lo que te conquistó de mi fue mi sinceridad, mi caballerosidad, mia valores. — Si, si, cariño, fue todo eso que mencionas, eres un hombre maravilloso, pero también fueron tus bellos ojos verdes, esa barba cerrada siempre tan prolija que tienes, tus
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