POV ElaraEl murmullo lejano de las doncellas me despertó, el sonido de los pasos presurosos en los pasillos, el chirrido de las puertas que se abrían y cerraban con prisa. Todo el castillo parecía haber despertado antes que el sol.Sabía por qué.Este día, mi nombre —o el que ahora debía responder— se pronunciaría ante el pueblo.Abrí los ojos lentamente. La nueva habitación todavía me resultaba ajena; más grande, más fría, más vigilada. Las cortinas eran de un rojo profundo y los ventanales altos dejaban pasar un aire helado que me erizó la piel.Había dormido poco. O más bien, había pasado la noche entera mirando el techo, escuchando el suave sonido del fuego apagarse en la chimenea, y el leve roce de los movimientos de Leonard al otro lado de la cama.Él se había levantado antes del alba, silencioso, como si no quisiera perturbarme. No cruzamos palabra alguna desde la discusión de la noche anterior. Se limitó a mirarme unos segundos antes de ponerse el abrigo y salir.No supe si a

POV LeonardEl silencio del castillo parecía más intenso que lo habitual, como si cada piedra, cada sombra, me recordara que ya nada era igual. La presentación en la plaza había sido un éxito, o al menos eso decía Valentín. Pero dentro de mí había una inquietud que no se apagaba.Dormía sintiendo el calor del cuerpo de Elara, ella estaba recostada a mi lado.Me giré en la cama tratando de hallar descanso, y entonces sentí algo tibio rozar mi brazo. Abrí los ojos, confundido, y ahí estaba ella. Elara. Vi su rostro cerca del mío. Ella dormía de lado, con el rostro apenas iluminado por la luz pálida que se filtraba desde la ventana.Por un momento me quedé quieto, observándola. Su respiración era tranquila, su expresión serena, y una parte de mí deseó poder permanecer así, mirando, sin pensar en nada más. Pero no debía hacerlo. No debía verla con esa clase de atención.Tragué saliva y desvié la mirada, pero justo en ese instante ella se movió. Su pierna rozó la mía y abrió los ojos, conf

POV ElaraEl carruaje se movía con un vaivén suave, aunque cada piedra del camino hacía temblar el suelo bajo mis pies. Afuera, el paisaje se deslizaba entre la bruma matinal y los campos dorados que bordeaban los límites del reino.Mirenia estaba a mi lado, envuelta en un abrigo oscuro, tan silenciosa que apenas parecía respirar. Yo, en cambio, no podía dejar de apretar las manos sobre mi regazo. Sentía un nudo en el pecho, una mezcla de ansiedad y emoción que me mantenía alerta a cada sonido del viaje.Leonard me había dado su permiso, con una mirada que todavía llevaba la huella de la desconfianza.Tenía su rostro grabado en mi cabeza y eso agitaba más mi pecho. Un solo día —me advirtió— fue claro en sus palabras “Vas con Mirenia y regresarás antes de que anochezca. Nadie debe saber quién eres”Lo vi esa mañana antes de partir, sus dedos rozaron los míos al entregarme el manto con el que debía ocultarme, sentí la calidez de un gesto que parecía más humano que principesco. Quizás é

POV ElaraDesperté con una sensación cálida en el pecho, como si estuviera envuelta en una manta tibia que no recordaba haber tomado. Tardé un segundo en entender dónde estaba. El techo alto, las cortinas vaporosas, el leve aroma a madera pulida… la habitación del príncipe. Mi habitación ahora.Me moví apenas y… algo se tensó bajo mi mano. Y entonces lo escuché, una respiración profunda, masculina. Bajé la mirada. Mi mano estaba… sobre su pecho.El grito me salió sin permiso.—¡Santo Dios!Me aparté tan rápido que casi caigo de la cama. Las sábanas se enredaron en mis piernas y el corazón me latía tan fuerte que pensé que iba a pedirme explicaciones también.Leonard no se movió. O fingió no moverse. Sus ojos estaban cerrados, su cuerpo quieto como si aún estuviera dormido. Pero no le creí. Nadie permanece así después de un salto como el mío.Me llevé las manos a la cara, ardiendo de vergüenza. ¿Cómo había terminado tan cerca de él? ¿Cuándo lo había abrazado? No recordaba nada. Solo re

POV LeonardAl otro día, todo se organizó para el banquete. El ritual debía terminar. La primera parte fue la cacería, ahora, debemos reunirnos todos en el gran comedor.El banquete ya había comenzado, cuando levanté la mirada y la encontré a mi lado, sentada con una postura tan recta que parecía tallada con esmero. Elara no dejaba de observar los platos frente a nosotros, como si temiera tocar algo que no le perteneciera. Habían servido lo que yo mismo había cazado esa mañana; venado asado, pan caliente, frutas dulces. Todo dispuesto siguiendo estrictamente el ritual sagrado.Ella tragó saliva. Sus mejillas estaban más rosadas que de costumbre. No sabía si era por el vino, por los nervios… o por mí.Me incliné un poco hacia ella.—¿Vino? —susurré.Ella parpadeó, sorprendida por la atenci&oac