Capítulo 82 —SorpresaNarrador:FLASHBACKEl aire de la plaza estaba impregnado de olor a castañas asadas y café recién molido. Sofía llevaba horas encerrada en la habitación del hotel, revolviéndose entre las paredes como si le faltara el aire. No soportaba la idea de que al día siguiente debía irse sin haber podido soltar ni una parte de la angustia que cargaba. Así que, sin pensarlo demasiado, tomó un abrigo ligero y salió. Se sentó en una banca distinta a la del primer día, una más apartada, con vista directa a la fuente. Cerró los ojos, dejando que el murmullo del agua le calmara la mente. Y entonces, esa voz que ya reconocía, cálida y descarada, irrumpió desde un costado.—Sorpresa… —la llamó Luigi, con esa media sonrisa en la voz —Ya estaba perdiendo la esperanza de encontrarte.Sofía abrió los ojos, incrédula, y lo vio parado frente a ella con las manos en los bolsillos y el cabello despeinado por el viento.—¿Otra vez tú? —murmuró, aunque una sonrisa involuntaria se le escapó.

Capítulo 84 —Mi amigaNarrador:De vuelta al presente El silencio de la mansión era engañoso; se sentía denso, cargado, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Luigi estaba en la cocina, desayunando con la parsimonia de quien parecía ajeno al peso del lugar. Tenía la camisa medio abierta, el cabello revuelto, y una taza de café entre las manos. Renzo apareció poco después, serio, con esa calma peligrosa que lo caracterizaba. Lo observó unos segundos antes de hablar.—¿Ya viste a tu hermana Isabela? —preguntó sin rodeos, mientras servía su propio café.Luigi levantó la vista apenas, arqueando una ceja.—No me interesa verla. —respondió con frialdad —Sé que está aquí, el aire huele a ella, y el ambiente es denso cuando ella está presente, así que no, no la he visto y, como te deje, tampoco no me interesa verla.Renzo dejó la jarra sobre la mesa con un golpe seco.—¿Nunca van a hacer las paces, son hermanos?—Si de mi depende, jamas, ni siquiera uso el apellido Moretti —re

Capítulo 86 —El rostro de VanyaNarrador:El silencio se volvió incómodo, tan denso que Sofía deseó poder hundirse en la silla. Sentía las mejillas arder, la vergüenza apretándole la garganta. Luigi la observaba en silencio, los brazos cruzados sobre el pecho. Pero entonces suspiró, se inclinó hacia ella y, con un gesto más suave, le quitó la mano del rostro.—Eh… basta, Sofía. No tienes por qué esconderlo.Ella parpadeó, con los ojos brillantes.—Me haces sentir como una idiota.—No eres una idiota. —Luigi negó despacio —Estás enamorada, nada más. ¿Sabes la cantidad de veces que yo también lo estube de la persona equivocada?Sofía soltó una risa amarga.—No compares.—Claro que comparo. —insistió él —Porque duele igual. Y porque te entiendo más de lo que crees. —Ella lo miró de reojo, intentando medir si hablaba en serio. Luigi le sostuvo la mirada, sin ironía, sin burla. —Sofía… mi hermosa sopresa —dijo, esta vez con la voz baja, casi cálida —Aunque me lo hubieras dicho mil veces, au

Capítulo 88 — Un jueves distinto.Narrador:Mateo se mantenía en el pueblo, instalado en el mismo hotel de siempre. La rutina ya no le pesaba, porque aunque no había promesas ni planes con Dinorah, había algo que lo mantenía vivo: los encuentros con ella. Se veían seguido, más de lo que cualquiera de los dos hubiera podido imaginar. No hablaban del futuro, no hacían planes, pero se reían, se besaban y se buscaban con la misma urgencia con la que dos adictos buscan su droga. Ella le había dejado claro algo desde el principio: los jueves eran intocables. Esa mesa en el restaurante, ese ritual con su difunto marido, era sagrado. No lo quería a su lado en ese lugar, y Mateo, aunque cada fibra de su cuerpo odiaba la idea, lo respetó. Era su duelo, su terreno. Pasaron las semanas. Los jueves se hicieron insoportables para él. La imaginaba sentada en esa mesa, impecable, con la mirada perdida, sosteniendo un recuerdo que no lo incluía. Y aunque aceptaba su decisión, no podía evitar sentir que

Capítulo 90 —Habrá reunión.Narrador:Sofía empujó la puerta de la oficina y la cerró tras de sí. El silencio era espeso, distinto al bullicio del club. Apenas dio un par de pasos y se quedó quieta. Todo olía a Renzo: el cuero del sillón, la madera oscura del escritorio, incluso las paredes parecían impregnadas de él.Se acercó despacio, pasando la mano por la superficie pulida del escritorio. El eco de su propia respiración la incomodaba, como si estuviera invadiendo un santuario que no le pertenecía. Se dejó caer en el sillón de Renzo. El respaldo amplio la envolvió, y por un instante se imaginó a él allí, con esa postura arrogante, dominando cada detalle de la sala. La idea le apretó el pecho. Con un movimiento repentino, apoyó los brazos sobre el escritorio y hundió la cara en ellos. El olor a madera, a su perfume, a cuero la envolvió por completo. Y entonces no pudo más. Las lágrimas comenzaron a caer sin freno, mojando la superficie bajo su piel. Sollozó en silencio, con la garga