Capítulo 81. El despertar de Ted. Pov Alaric: El silencio de la noche me asfixia. No puedo cerrar los ojos, no puedo siquiera fingir descanso. El eco de las palabras de Aylin sigue matando en mi cabeza como un martillo: “No te atrevas a acercarte a mis hijos.” Los hijos que me ocultó. Los hijos que, aunque ella lo niegue, son míos. Camino por la habitación como un animal encerrado. Mis pasos son pesados, firmes, como si el suelo tuviera que soportar toda la furia que cargo en el pecho. Héctor duerme en la otra cama, pero yo estoy lejos del sueño. Mi mente solo repite una y otra vez las imágenes de hoy. El niño… con esos ojos que arden como brasas. La niña… con esa expresión de mando en miniatura, como si hubiera nacido para proteger. Reconozco la sangre que corre en ellos porque es la misma que hierve en mí. Ted lo supo antes que yo. "—Son nuestros" —gruñe dentro de mí, y esta vez su voz no es un susurro apagado como en los últimos años. Retumba como trueno, fuerte, decidido,

Capítulo 83. Sombras en casa. Parte I. POV Héctor: No me equivoqué al seguirlo. No era paranoia: era atención. Martín no es un tipo que deja rastros por torpeza; deja rastros porque sabe cómo controlarlos. Lo vi una noche en un callejón, haciendo lo que hacen los que no quieren que los vean. Bebía, limpiaba y luego trazaba símbolos. No era el beber de un simple depredador: era precisión. No era la prisa de la caza casual; era método. Cuando terminé de observar, supe que tenía que decirlo. Tenía la obligación de decirlo. No regresé a casa ni busqué a Alaric para contarle lo que había visto. No. No era momento de hacerlo. Aún no tenía nada sólido que mostrar y sabía que si hablaba demasiado pronto solo levantaría sospechas. Me limité a recoger pruebas: un trapo con restos de las marcas, una fotografía borrosa de uno de los círculos. Algo concreto que me respaldara, aunque fuera poco. A la mañana siguiente fui al hospital. Aylin estaba en la sala de curas. Se la notaba cansada y esa

Capítulo 84. Excusas baratas No sé cuántas veces más voy a tener que repetirlo. No quiero verlo, no quiero escucharlo, no quiero que esté cerca. Y aun así, ahí está. Siempre aparece, como una sombra que se niega a desaparecer. Esta vez lo encontré frente a la puerta del hospital, esperándome como si tuviera algún derecho a hacerlo. Tenía las manos en los bolsillos y los ojos clavados en mí, como si con solo mirarme pudiera detenerme. —Aylin, espera. —Su voz sonó firme, pero había una urgencia detrás que me molestó más que otra cosa. Quise seguir de largo, pero me bloqueó el paso. Sentí que la rabia me subía a la garganta. —Alaric, muévete. No tengo tiempo para tus tonterías. —No son tonterías. Tengo que hablar contigo. Es importante. —No me interesa. —Lo miré con toda la dureza que pude reunir—. Ya te lo dije, no necesito que vuelvas a meter tus narices en mi vida. —No es sobre mí, es sobre ti. Sobre lo que pasó. —Su tono cambió, como si esperara que eso me hiciera detenerme.

Capítulo 86. Secretos en la sangre. Narrador omnisciente: La jornada en el colegio transcurría con normalidad hasta que un alboroto en el patio cambió el ritmo de la tarde. Ian y Clara jugaban con un grupo de compañeros cuando un par de adolescentes mayores, ajenos a su curso, irrumpieron sin motivo claro. Primero fueron empujones, luego insultos, y en segundos la situación escaló. Uno de los mayores, con la fuerza desmedida de quien buscaba demostrar poder, golpeó a Ian contra la reja metálica. El crujido seco del impacto llamó la atención de los profesores. Clara gritó y trató de cubrir a su hermano, pero la violencia ya había dejado marca: Ian cayó de rodillas, sujetándose el costado, con sangre en la boca. El colegio avisó de inmediato a Aylin, pero fue Alaric quien llegó primero. Había estado merodeando cerca, pendiente de los niños aunque nadie lo hubiera pedido. Cuando escuchó el alboroto y el nombre de Ian entre los murmullos, corrió sin pensarlo. Lo encontró sentado en

Capítulo 88. El falso llamado. Narrador omnisciente: Alaric llevaba semanas buscando la manera de acercarse a Aylin. Ella lo rechazaba sin rodeos cada vez que intentaba hablarle, pero él no se daba por vencido. No después de haber confirmado lo que ya intuía desde la primera vez que vio a los gemelos en el colegio: Ian y Clara eran sus hijos. No necesitaba pruebas de ADN para sentirlo, aunque estaba dispuesto a obtenerlas si era necesario. Ese día estaba sentado frente a su portátil en la pequeña sala de la casa de huéspedes donde se hospedaba. Revisaba unos documentos cuando el sonido de una notificación lo interrumpió. No era cualquier correo: en el asunto aparecía el sello digital de la manada Luna Silenciosa. El remitente era su tío, uno de los consejeros más cercanos a su padre. El asunto lo golpeó de lleno: “Tu padre está en estado crítico. Ven de inmediato si quieres despedirte.” Alaric se quedó inmóvil unos segundos. El estómago se le revolvió. Sabía que su padre no era