La jornada había sido larga y cargada de silencios incómodos en el bufete. Maribel se mantuvo concentrada en su trabajo, inmune a las miradas que Pedro Juan le lanzaba cada vez que pasaba por su oficina.A media mañana, un nuevo ramo de flores blancas y violetas llegó a su escritorio. Como cada día, una tarjeta escrita a mano:“Cada día que pasa, me convenzo más de lo afortunado que soy de conocerte. —R”Maribel sonrió. No pudo evitarlo.Y fue justo en ese momento que Pedro Juan cruzó por el pasillo.—¿Otro ramo? —comentó en voz alta, sarcástico—. Vaya, parece que algunos tienen mucho tiempo libre. Maribel ni se molestó en responder. Continuó escribiendo en su libreta como si él no existiera.Pero no todos ignoraron el comentario.Minutos después, mientras Pedro Juan hablaba con un cliente en recepción, la puerta principal se abrió y entró Rodrigo Harper, vestido con un traje gris claro y una actitud relajada pero imponente.—Buenos días —dijo al recepcionista—. ¿La licenciada Maribe
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