Daisy. -” Abogada Allard, su cliente ya se encuentra en la sala de espera, ¿Le hago pasar a su despacho?”- me dijo una de las ayudantes del bufete, por el interfono interno, mientras yo sentada frente a mi escritorio, le entregaba a mi ayudante, y mejor amiga Stefany, la documentación con la pista que quería que investigará en los próximos días antes, y durante el juicio. En tres días comenzaba el juicio, llevaba seis meses preparándome para poder defender, con efectividad a mi cliente, y no lo tenía nada fácil, ya que el fiscal, y la acusación particular, tenía muchas pruebas incriminatorias, además de los antecedentes delictivos de la señora Wayne, no ayudaban para nada. Por lo visto, la enemistad entre Maryorie Wayne y Yvaine Miller es de hace años, incluso mi cliente cometió varios delitos que la llevaron a la cárcel casi veinte años por el secuestro de su prima Yvaine, junto con su madre, la tía materna de Yvaine, que murió en la cárcel, al igual que el padre de Maryorie, que

Daisy. -” ¿Pero qué demonios le pasa a ese hombre? ¿Por qué no deja de mirarme?”- pensé mientras me obligaba a permanecer sería, intimidante, y directa, manteniéndole la mirada, justo en el momento que el fiscal exponía los detalles del caso al Juez. Mi necesidad de retirar la mirada era acuciante, principalmente porque mirar a esos ojos directamente, no sólo me recordaba lo que odiaba a ese hombre, sino que, además, me hacía rememorar mi inexplicable debilidad física por el abogado Miller, debilidad que no sólo provocó que perdiera de forma humillante mi primer beso, sino que, también, que yo le entregara deseosa, y sin saberlo, mi primera vez. Definitivamente mi cuerpo tenía algún problema, de esos que sólo un psiquiatra, con mucha medicación, o con electroshock, puede solucionar. Lo único bueno de todo esto es que, esa Rata, seguro que no sabía que la diosa egipcia que lo sedujo esa noche era yo, o al menos eso esperaba yo, o mi humillación ante él, sería completa. Tampoco e

Marcus. Me bajé de mi deportivo en la plaza de aparcamiento privado del ático de lujo, que me cedió mi hermana, y mi cuñado, para que viviera estos días que iba a vivir en Edimburgo, para el juicio. En teoría me iba a vivir a la enorme propiedad que mi cuñado, donde vive con mi hermana, y mis cuatro sobrinos, pero decliné la invitación, demasiadas distracciones, yo había venido a trabajar. Ese es mi problema, siempre que me reúno con cualquiera de ellos, ya sea mis cuatro sobrinos, o mis dos sobrinas, esos granujas consiguen que me convierta en el tío más consentidor del mundo, nunca sé decirles que no, y tenía un juicio que preparar, y visto lo visto hoy, sobre todo ante los oponentes que tenía en enfrente, en especial una descarada abogada que sabía cómo sacarme de mis casillas, justo como acaba de hace como media hora, donde me dejó sin palabras, y con una necesidad troglodita y nada civilizada, pero de carácter urgente, de cargarla sobre mi hombro, para llevármela de allí, encer

Marcus. -” ¿Está todo arreglado?”- pregunté a uno de los camareros, mientras observaba en las pantallas, la llegada de la rubia tentadora al club. -” Si señor, tal como nos solicitó el señor Nevin.”- me dijo el gerente del club. Tengo que agradecer a mi cuñado la influencia que tiene en Edimburgo y en casi todo el Reino Unido, ya que eso me facilitó mucho el poder acceder a desmontarle la fiestita privada que esa maldita Marilyn había preparado, no era que mi apellido Miller no fuera influyente, pero cuantas menos pistas hubiera sobre el tipo de relación que podría haber entre el abogado de una de las defensas, y de una de las familias denunciantes, en el caso en la que Marilyn y yo estábamos involucrados, por no hablar de que si se descubría lo que yo pretendía hacer, ambos tendríamos que dejar el caso. Justo por eso me surgió esta idea, una idea que aparte de ser una locura, me estimulaba muchísimo, creo que es lo más loco, excitante, y tentador que he hecho nunca, y al mismo

Daisy. Sin darme cuenta, tras esa locura, la realidad siempre vuelve, casi era las cuatro de la mañana, cuando desperté, y aún estábamos en club privado, sentía como mi amante contratado aún dormido a mi lado, me abrazaba, aunque todavía tenía la venda colocada en mis ojos, así que, sin pensarlo la retiré, evitando mirar a mi amante, por alguna razón no quería saber cómo se veía, mejor era sólo recordar lo buen trabajador que era, simplemente, ya había sufrientemente problemas en mi vida, como para liarme con un hombre que se dedica a satisfacer a las mujeres por dinero, además que seguro para él sólo fui una más. Busqué con premura, sin levantar la mirada, y con mucho cuidado de no hacer ruido, mi ropa, de la cual no encontré la maldita tanga, por ningún lado, me vestí como puede, dejándola atrás, y me dispuse a salir, pero en el último segundo, algo me detuvo, fue una necesidad imperiosa, y nada controlada, saqué una tarjeta con mi nombre, y mi número de teléfono, donde escribí c