Al principio no me moví. Oí la puerta cerrarse detrás de mí, escuché el sueve clic, no un portazo, ni un chirrido, solo ese clic agudo y silencioso de finalidad. Como el sonido que hace la puerta de una celda cuando te encierran dentro con todo lo que te asusta y todo lo que deseas.Mi pecho subió, luego cayó, después subió de nuevo, demasiado rápido.Pude sentir el aire contra mi piel... fresco, agudo, implacable. Cada centímetro de mí estaba desnudo, cada parte de mí lo reconocía. Mi trasero todavía escocía, mis muslos estaban resbaladizos, mi coño palpitaba como si no hubiera aprendido a detenerse. Y su voz todavía estaba en mi oído, arrastrándose por mi columna, envolviendo mi cuerpo como una segunda piel que no podía quitarme.—Súbete. A. La. Cama.Me giré lentamente.Él ya estaba dentro, cerrando la distancia entre nosotros, eliminando el último pedazo de espacio de la habitación con el peso de su cuerpo, su voz, su rabia y su necesidad. Sus ojos seguían brillando, todavía me mir

Él siguió embistiendo con fuerza, cada vez más profundo y rápido, cada estocada era más dura que la anterior. Sus manos agarraron mi cintura como si estuviera aferrándose a su último pedazo de control y a punto de perderlo.Pude sentir que se hacía más grande, más grueso, su nudo se estaba hinchando, esa presión dura y redonda en la base de su polla comenzó a estirarme de nuevo. Eso me hizo gritar, pero no por miedo, sino por desesperación.—Sí —grité—. Sí, por favor. Anúdame, anúdame de nuevo. Quiero sentirlo, quiero sentirte hincharte, quiero sentir que se traba, quiero sentir tu corrida dispararse dentro de mí y quedarse allí.Me dio una palmada en el trasero tan fuerte que el sonido hizo eco.—¿Quieres el nudo de papi? —Preguntó—. ¿Quieres que cierre este pequeño coño y te llene tan profundo que gotee durante días?—Sí, por favor, fóllame —lloré, mi voz se quebró bajo el peso de lo mucho que lo necesitaba, de lo arruinada que ya estaba—. Por favor, lo quiero, lo quiero todo. Quiero

Su corrida todavía estaba caliente y espesa dentro de mí, estaba demasiado llena para moverme, demasiado adolorida para pensar, demasiado jodidamente mojada para fingir que no amaba cada asqueroso segundo de ello.Levanté mis caderas solo un poco, a pesar de que su nudo todavía estaba hinchado y metido dentro de mí tan profundo que dolía.¿Y en el segundo en que me moví?Más de su semen se filtró.—Oh, Dios mío —gemí de nuevo, más fuerte esta vez—. Todavía está saliendo de mí, puedo sentirlo goteando por mis muslos, puedo oírlo. Estoy tan llena, papi. Me inseminaste tan bien. Puedo sentir tu polla temblando dentro de mí y no puedo dejar de contraerme.Se estiró y me dio una palmada en el coño, causando que gritara.El sonido que salió de mi boca ya ni siquiera era un gemido, era un puto llanto.—¿Te gusta eso, nena? —Gruñó en mi oído, su voz era áspera, espesa y engreída—. ¿Te gusta gemir para ella? ¿Te gusta permitir que escuche en qué pequeña puta empapada y hambrienta de nudo te has

~Lira~Bueno, mi mamá volvió a llamar y no debí haber respondido. Juro por Dios que supe en el momento en que mi dedo rozó la pantalla y esa maldita llamada se conectó, que estaba cometiendo el error más tonto de mi vida.Mi coño todavía estaba hinchado, el nudo de Damián todavía estaba dentro de mí. Literalmente podía sentir su semen goteando fuera de mí como miel rezumando de una dona demasiado rellena y, sin embargo, de alguna manera, mi estúpido trasero aún contestó el teléfono como si ese fuera un buen momento para charlar con mi madre.—Hola —dije, mi voz salió como si acabara de correr un maratón mientras sollozaba en una escena porno. Mi garganta estaba áspera, mis labios todavía estaban mojados y todo mi cuerpo temblaba. Sonaba como una chica que acababa de ser destrozada, porque jodidamente lo había sido.—¿Lira? —Preguntó, y al instante quise tirar el teléfono al otro lado de la habitación. Su voz era tan aguda, clara, y llena de sospecha maternal, que me hizo apretarme alre

~Lira~—Me parece un hombre que se toma la disciplina muy en serio.Parpadeé, volví a parpadear y quise gritar.Mi madre acababa de elogiar a Damián Espinaval. Al mismo hombre que en ese momento estaba tan profundamente dentro de mí, que podía sentir su corazón latir en mi coño. El hombre que me había hecho correr cuatro veces y que ahora restregaba sus dos dedos en mi clítoris dolorido e hinchado como si fuera su juguete personal. El mismo hombre al que mi mejor amiga había llamado "Papi" hace dos días.Ella lo acababa de llamar un modelo a seguir.—Creo que te ayudará a centrarte —continuó mi madre, como si no estuviera hablando de mi ruina en tiempo real—. Siempre has sido un poco... impulsiva y rebelde. Pero él es firme, centrado y protector.Solté un ruido, al menos no fue un gemido, no esta vez. Fue una especie de mezcla entre sollozo, risa y ahogo, porque ¿qué carajo estaba pasando en ese momento?Damián se inclinó sobre mi espalda, rozando el lóbulo de mi oreja con sus labios.