Capítulo 202 Certezas devastadoras.El aire dentro del laboratorio olía a desinfectante y alcohol. Teresa abrió los ojos con dificultad, sintiendo una presión incómoda en el pecho, como si hubiera estado corriendo sin parar. Su respiración era entrecortada y el sudor le resbalaba por la frente. No reconocía el lugar. La habitación estaba fría y una luz blanca colgaba del techo, encendida a medias.Intentó moverse, pero un sonido áspero la hizo detenerse. Bajó la mirada, y lo que vio le heló la sangre. Sus muñecas estaban sujetas con correas de cuero, firmes, ajustadas a los barrotes metálicos de la cama. También sus tobillos. No podía moverse más allá de unos centímetros.El pánico la golpeó sin aviso.—¿Qué es esto? —gritó con la voz ronca—. ¿Qué me hicieron?El eco de sus palabras se perdió entre las paredes blancas. Intentó recordar lo último que había pasado. El aire... sí, el aire tenía un olor extraño antes de que todo se volviera borroso. Había gritado. Había exigido respuesta

Capítulo 204El precio de la verdad.Julián pasó a la oficina de Carlos aquella mañana. Iba a buscar un comprobante que alguien le había dicho que estaba en la oficina. Pero cuando empujó la puerta, la luz lo obligó a frenar. La sala estaba casi vacía: un par de asistentes pasaban a lo lejos y la voz de un técnico se oía por el altavoz en alguna parte del edificio. Carlos estaba al otro lado del escritorio, de espaldas, de pie hojeando un expediente.En el escritorio, a lado, había un papel brillante que llamó la atención de Julián de inmediato. Lo reconoció antes de acercarse. La imagen en blanco y negro, la silueta borrosa de algo que en un primer golpe al corazón entendió sin pensar. Una ecografía.No pensó en tocarla. Quiso no darle importancia hasta que lo leyó. Fue un impulso de alarma que le hizo respirar con rapidez. Levantó la vista hacia Carlos para buscar una explicación. Carlos, al notar su movimiento, cubrió el documento con la mano como quien esconde algo indebido. Fue

Capítulo 206Verdades al descubierto.El reloj marcaba las 2:47 de la madrugada cuando Julián se quitó los audífonos y se quedó mirando el monitor central de vigilancia. La luz azul del sistema parpadeaba débilmente sobre su rostro, reflejando las ojeras hundidas y el cansancio acumulado de semanas. Afuera, la lluvia golpeaba las ventanas como un recordatorio constante de que no había escapatoria posible de aquel lugar.El laboratorio seguía en pie, operando bajo el manto del secreto y del miedo. Pero él ya no podía soportarlo. No después de lo que había visto en los registros de pruebas de la sala restringida.Teresa. Su nombre era una herida abierta. Su rostro seguía grabado en la memoria como un eco, como la culpa más grande que lo devoraba cada noche que fingía trabajar para Carlos Herrera y sus hombres.Julián sabía que aquel proyecto jamás debió continuar. Ni siquiera debió existir. Pero fue demasiado cobarde para detenerlo cuando aún tenía tiempo. Había creído que solo se trata

Capítulo 207Una firme decisión.La sala de audiencias era pequeña, más íntima de lo que Gabriel había imaginado. La luz del mediodía entraba por las ventanas y dibujaba rectángulos claros sobre la mesa donde la jueza Renata Carvajal revisaba unos papeles. La fiscal Durán llegó puntual, con su carpeta bajo el brazo y la mirada tensa, pero firme.Se saludaron con un gesto breve; no hacía falta mucha charla. Durán dejó las pruebas sobre la mesa: las fotos, las planillas, los registros que habían llegado desde el penthouse. Renata las miró una a una, con esa calma que no siempre significa tranquilidad, sino el peso de saber que las cosas que tiene delante pueden cambiar vidas.—Usted entiende que estamos jugando con fuego —dijo Renata sin levantar la vista—. Herrera no es un delincuente común. Tiene recursos, gente, abogados y, sobre todo, influencia. Puede intentar voltear esto, presionar, desprestigiar a quien se atreva a mover alguna ficha en su contra.Durán la miró a los ojos.—Lo e

Capítulo 209El inicio del fin.El atardecer había caído sin que nadie en el tribunal se diera cuenta. La luz naranja se filtraba por las altas ventanas como un recordatorio de que el mundo seguía existiendo allá afuera, incluso mientras dentro de la sala se decidía el destino de un monstruo que ni siquiera se había presentado.Carlos Herrera seguía huyendo de la justicia. Ni un representante había en su defensa. Nadie.Pero su ausencia no había traído alivio. Al contrario. Daba miedo. Un miedo extraño, silencioso, como si un depredador estuviera escondido detrás de los muros de mármol, esperando.Silvio lo sabía. Lo sentía en el estómago desde que había entrado con el grupo y la fiscal Durán a la amplia sala del tribunal.Los pasos de todos resonaban huecos en el pasillo. Los guardias, los abogados, incluso los periodistas tenían el ceño fruncido, como si todos supieran, aunque no lo dijeran, que aquel juicio era apenas la primera chispa de una guerra larga.Gabriel caminaba tras él,