—Los empleados del castillo ya lo han decorado, pasaremos una noche romántica. Mañana temprano volamos a Francia —dijo Lloyd rodeándome con los brazos, mientras su nariz rozaba mi mejilla, de manera ambigua, deslizándose de arriba abajo. Yo simplemente escuchaba en silencio, con la mirada perdida por la ventana, sin responder.El coche entró lentamente al castillo. Cada árbol estaba adornado con luces de colores, que, al encenderse a la par, creaban una atmósfera de ensueño.Sobre la larga mesa en el centro del jardín se alineaban delicias y velas encendidas. El aire mismo parecía cargado de deseo y de romance.Sin embargo, justo cuando nos sentamos a la mesa, el teléfono de Lloyd sonó.—¡Joder! —murmuró.Al principio quiso colgar, pero al ver quién llamaba, dudó un momento y luego contestó.—¿Qué? ¡Voy para allá!Se levantó de golpe y estuvo a punto de irse, pero, al verme, mostró algo de indecisión.—Si tienes algo que hacer, ve. Yo te espero aquí en el castillo —dije, tran
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