Cuando despertó esta mañana, lo había hecho con una enorme sonrisa y la mantuvo mientras se duchaba y vestía. Los recuerdos del fin de semana estaban demasiado frescos como para enterrarlos en algún recoveco de su mente y olvidarlos. Siendo honesta, no creía poder olvidarse de todo lo que había ocurrido desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde. Dios, había pasado todo el fin de semana en casa de su atractivo jefe, en la cama de su atractivo jefe para ser más específica. Lo que sucedió la noche del viernes se repitió durante todo el sábado y domingo. Seguro, quizá no había dormido ni descansado tanto como estaba acostumbrada y sentía su cuerpo más laxo de lo normal, pero no iba a quejarse por algo que había disfrutado y gozado. Otra semana comenzaba y esta no sería distinta de las anteriores. Como siempre, había llegado una hora antes a la oficina para organizar la ajetreada agenda de su jefe, revisar los correos electrónicos, coordinar las reuniones, entre otras t

El día estaba transcurriendo bien, normal. Su jefe había terminado la reunión con el subgerente de AutoZone y el hombre se despidió con un amable saludo para ella y un apretón de manos para con su jefe. No ocurrió nada más que simples miradas y su jefe se encerró de nuevo en la oficina hasta el mediodía. A las 13:30, su jefe salió casi corriendo del despacho, estaba llegando tarde a un almuerzo de negocios con un viejo colega y hubo más miradas entre ellos. Nada había sido diferente entre ellos en lo que iba del día, lo que consideró una bendición. Cuando su jefe regresó, casi dos horas más tarde, apenas la saludó y se encerró de nuevo en la oficina. Ciertamente, no se sintió mal porque esta era la rutina de todos los días. Ir de un lado al otro, reuniones, videoconferencias, juntas con el personal a cargo de los diferentes sectores de Chrome Machine, llamadas importantes con algunos CEOs, entre otras tareas, así era la usanza de cada día de su jefe. Nada del otro mundo para alguien

El silencio creció nuevamente mientras asimilaba las palabras de su jefe. Se sentía una tonta por haberse hecho ilusiones sobre algo que era evidente, desde la noche del viernes, solo había sido cosa de una vez, de un fin de semana. No podía culpar a su jefe. Todo estaba claro desde un principio y había accedido por voluntad propia. Su jefe no la obligó a nada y entendía perfectamente la situación. Aun así, una pequeña parte de sí dolía, pero supuso que, con el tiempo, las cosas volverían a la normalidad, aunque, ¿cuál era esa normalidad? Al fin y al cabo, todo estaba dicho y la resignación a no tener nada más que bonitos recuerdos de un fin de semana con el hombre que había hecho realidad sus fantasías, la golpeó férreamente, trayéndola a la dura y verdadera realidad. No era el fin del mundo, pero ¿por qué se sentía como si lo fuera? Trató de sonreír y mirarlo a los ojos, siendo consciente de que todo había acabado y que no tenía sentido alimentar las ilusiones que, por un breve mo

No sabía cómo sentirse exactamente. No sabía si seguir flotando en un mar de tibieza o despertarse para regresar, otra vez, a la realidad. Lo cierto es que estaba tan feliz, recostada de lado con su espalda pegada al pecho caliente. Podía sentir un brazo sobre su cintura, ciñéndola con firmeza contra la tibieza de un pecho y abdomen musculosos para mantenerla en el lugar. En medio de su letargo, era vagamente consciente de todo y habría estado completamente contenta de quedarse allí para siempre, disfrutando de la presencia del cuerpo tórrido de su jefe pegado al suyo, la calidez del calor corporal compartido debajo de las sábanas y la paz del sueño. Hubiera sido tan bonito permanecer allí, en la enorme cama, compartiendo calor, pero el sueño lentamente se esfumaba y la realidad le daba la bienvenida, otra vez. —Buenos días —imperó su jefe, con una voz mucho más adusta por el sueño. —Buenos días —replicó, incapaz de moverse un solo centímetro de la calidez que le brindaba el cuerpo

Fiesta de año nuevo. Fiesta de cumpleaños. Entretenerse con los invitados. Hablar, reír, beber y comer. Pasar casi toda la velada buscando entre la multitud a su asistente. Ir en busca de su asistente. Encontrarla en un lugar aislado y alejado del ajetreo de la fiesta. Besarla e invitarla a su casa. Tener sexo con su asistente… Todo eso pasaba por su mente, como si se tratara de una lista de tareas, aunque, en realidad, no lo era. Había caído, una vez más, bajo el hechizo de una mirada entrecerrada y de un humor extrovertido. Había sido arrastrado por el deseo y la lujuria, causado por ese maldito tirón en su estómago. Había sido vencido por la pasión y ternura que lo envolvió cuando sus labios tocaron los labios de su joven y bella asistente. Había cedido a la tentación y al deseo inminente de poseerla de nuevo, de tenerla en sus brazos, en su cama y terminar la gran noche con una larga sesión de sexo desenfrenado. Y con la luz de un nuevo día, ese mismo deseo aún continuaba a flor d