Nathan salió de la habitación de April con el corazón revuelto. Su amiga había sido clara, tan clara que sus palabras resonaban todavía con más fuerza que los latidos del bebé que horas antes había escuchado en la sala de ecografía. “Vas a ser papá.” Sí, lo iba a ser. Y había comenzado su camino de la peor forma posible.Caminó despacio, con las manos hundidas en los bolsillos, la cabeza gacha. No quería volver aún a su departamento. No podía. Era como si sus pies lo condujeran solos, como si la culpa y el miedo le impidieran avanzar más allá de ese pasillo que conectaba las dos alas del hospital.Cuando pasó frente a la habitación de Marie, se detuvo.La puerta estaba entornada. Lo suficiente para que las voces suaves del interior llegaran hasta él.—No tienes que hacerte la fuerte conmigo, Marie —dijo Axel, con ese tono sereno que lo diferenciaba tanto de él—. Puedes descansar. Yo estoy aquí… y no pienso moverme.Nathan apretó los dientes. No por celos. No solo por eso. Sino por rab

April se recostó con cuidado en la cama que Logan había preparado para ella. Las sábanas olían a limpio, a hogar, y también a algo que aún le erizaba la piel: él.Logan había dejado la puerta entreabierta, por si ella lo necesitaba . Cerró los ojos, y poco a poco, los sonidos del apartamento se desvanecieron. Y entonces, el recuerdo la encontró en sus sueños. Estaban en una cabaña escondida entre pinos, una escapada que Logan había planeado sin decirle mucho. Solo le pidió que confiara en él. Que llevara ropa cómoda. Que dejara el mundo atrás por un fin de semana.El interior era cálido, revestido de madera y con una chimenea encendida. Afuera caía nieve, pero adentro solo crecía el fuego. Y no solo el de la chimenea.—¿Por qué me trajiste aquí? —había preguntado ella, de pie en medio de la sala, con las mejillas enrojecidas por el frío y la incertidumbre.Logan la había mirado en silencio, como si cada centímetro de su cuerpo fuera un secreto que solo él tenía derecho a descifrar.—

Ella cerró los ojos. El contacto era como fuego líquido sobre su piel.—¿Y si vuelves a romper mi corazón?—Entonces me rompo contigo —respondió, antes de besarla.El beso fue profundo desde el inicio. Nada tímido. Un reencuentro de bocas hambrientas, de lenguas que se reconocían sin esfuerzo. Logan la acorraló con el cuerpo contra la pared, y ella se rindió, enredando los dedos en su cabello. Sus gemidos se filtraban entre los labios entreabiertos, suaves al principio, luego más urgentes.—Dios… April… —murmuró Logan, besando su mandíbula, su cuello, su clavícula—. No sabes cuántas veces soñé con tenerte así otra vez…April respondió arqueándose hacia él. Las manos de Logan bajaron por su cintura, su espalda, hasta colarse bajo la blusa. La despojó de la tela con una lentitud torturante. Su piel erizada lo hizo jadear.—Estás temblando —dijo él, besando el borde de su hombro.—Es por ti —susurró ella, con los ojos vidriosos.La tomó en brazos, y ella se aferró a su cuello. La llevó a

El sonido de arcadas llenó el baño por tercera vez esa mañana.Marie se aferraba al borde del lavamanos con los nudillos blancos, el rostro empapado en sudor, las rodillas temblorosas. Nathan estaba tras ella, arrodillado, sujetándole el cabello con una mano y con la otra acariciándole suavemente la espalda.—¿Otra vez? —preguntó con voz baja, más preocupado que cansado.Marie apenas pudo asentir antes de volver a inclinarse. Esta vez fue peor. Sintió que vomitaba hasta el alma, como si su estómago quisiera darle la vuelta al cuerpo.Nathan frunció el ceño, sacó su celular y comenzó a marcar con el pulgar. Mientras tanto, sujetaba el cabello de Marie como si fuera cristal y la miraba como si se le fuera a romper en cualquier momento.—Doctor, buenos días —dijo en cuanto la llamada fue atendida—. Sí, soy Nathan… Es Marie, lleva varios días con náuseas, pero hoy no ha parado de vomitar. ¿Eso es normal? Parece que no le queda nada en el estómago. Está muy pálida.Pausa.—Sí, lo entiendo…

Pasaron varios días desde aquella sorpresa que Logan le preparó a April. Desde entonces, Logan Montgomery se convirtió en una especie de huracán doméstico. No solo se encargaba de los niños con una dedicación que desarmaba a cualquiera, sino que parecía tener una misión: hacer que ella cayera… de nuevo.Un martes por la tarde, llegó con una pequeña caja. No dijo nada, solo la dejó en la mesa del comedor mientras los niños veían dibujos. April, curiosa, la abrió con disimulo: dentro, había una réplica en miniatura del primer perfume que ella usó cuando trabajaba como su asistente. En la nota decía: “Este aroma sigue siendo mi debilidad.”Ella sonrió. Por dentro.Otro día, un jueves lluvioso, los niños ya dormían cuando Logan apareció con un proyector portátil. Lo instaló en la sala, bajó las luces y sin decir palabra le indicó que se sentara en el sofá. April, intrigada, obedeció. La proyección comenzó con una animación sencilla: dibujos hechos por los niños, en los que aparecían ellos