—Sí, mira que tonta soy, tan torpe que me quedé paradota aquí abrazándote como boba en la puerta.Doña Marta se secó las lágrimas, tiró de Perla y la llevó hacia adentro. Mientras caminaban, reía con ganas.—Ya estoy vieja, y la cabeza ya no me da para tanto.—Ven, siéntate. Lana, saca las cerezas grandes del refrigerador, a la señorita Balan le encantan. Ayer el señor las mandó a traer, y hoy tú por fin vuelves.Doña Marta andaba de un lado para otro, nada más entrar ya estaba organizando todo.Perla la detuvo suavemente.—Doña Marta, no te preocupes, solo pase a saludarte. Tengo que irme pronto.—¿Ya te vas tan pronto? —Doña Marta se desanimó.—¿No puedes quedarte un poco más? Ya está tarde, ¿por qué no esperas a cenar y luego te vas? Recuerdo que te encantan mis empanaditas de pollo, ¿por qué no comes primero?Frente a la insistencia de doña Marta, Perla no pudo rechazarla. Después de pensarlo un momento, dijo:—Tengo que irme por algo de la casa.—¿De la casa? ¿Te casaste? —pregunt
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