Daniel se sentía convencido de la validez de sus palabras, y al instante vio a Marc asentir, aunque sin entusiasmo: —Bien dicho.Justo cuando se sintió aliviado, Marc frunció el ceño y apagó la colilla de su cigarrillo: —Te romperé una pierna, y aquí se acaba el asunto.—¿¿¿Qué???Desesperado, Daniel se lanzó a abrazar su pierna, suplicando:—¡Señor Romero, me equivoqué! No debí dejarme llevar. ¡Por favor, déjame ir!La herida de su pierna de la última vez en la Ciudad de Porcelana aún no había sanado, y ahora iba a perder otra.Sabiendo que pedirle a Marc no serviría de nada, se volvió a Augusto: —¡Primo, ayúdame, por favor!—Te lo mereces.Sin esperar a que Marc estallara, Augusto ordenó a sus hombres que se llevaran a Daniel a la fuerza.Leila, pálida, sintió la clara división de clases en este mundo.Daniel podía manipularla a su antojo, pero frente a Marc, se humillaba, siendo incluso peor que un perro.Después de tal espectáculo, la diversión se esfumó para Marc. Se levantó con d
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