El silencio del despacho de Román tiene un peso distinto cuando él no está. Las cortinas están abiertas, dejando que la luz suave de la mañana bañe la alfombra color arena y acariciara el respaldo de cuero del sillón donde él suele sentarse. Puedo sentir su presencia incluso en su ausencia; en el orden meticuloso de sus carpetas, en el aroma a café que aún flota en el aire, en ese retrato de Paloma que siempre mantiene a la vista, como si su existencia dependiera de recordar por qué lucha.Entro despacio, cerrando la puerta con cuidado para que no suene. No tengo mucho tiempo. Paloma ya está en la escuela, y he visto a Román en el comedor terminando su desayuno; así que, tengo unos cinco minutos o diez si la suerte me favorece. Mis manos están heladas. Tal vez por el frío leve de la mañana o por el vértigo de saber que lo que estoy a punto de hacer no es del todo honesto. Pero lo necesitaba. Me acerco al escritorio y comienzo a revisar una a una las carpetas con etiquetas precisas. “G
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