Capítulo 2. ¡Bueno para nada!

Benjamín respiró profundo, iba a girarse para responderle al recién llegado, cuando su esposa intervino.

—Señor Ayala, no use el término señorita conmigo, soy una mujer casada, ¿Acaso no puede ver a mi marido? Pues está frente a usted —respondió Ana Sofía, con una voz aparentemente tranquila y una sonrisa que solo trató de simular su creciente disgusto.

Ante las palabras de su mujer, Benjamín no pudo evitar estar un tanto orgulloso por ella, hasta sintió un poco crecer su ego, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, la cual se desvaneció apenas unos segundos después cuando su suegro se dirigió a él de manera altanera.

—¡Recoge ese desastre! —le seguramente el señor Celedón a Benjamín, señalando el lugar lleno de comida junto a la mesa.

Por un momento, el muchacho permaneció en silencio y quiso defenderse, porque no quería dejar a Ana Sofía en ridículo y más, cuando ella acababa de defender su posición de esposo, no quería dejarse humillar frente al hombre.

—Señor Celedón… d-discúlpeme —pronunció aparentemente con un poco de nervios, sin embargo, en su mirada se reflejó un rastro de diversión, que pasó desapercibida para todos—. Yo no lo hice, f-fue la señorita… —no continuó hablando, porque fue interrumpido por un molesto Genaro, quién enseguida lo atacó.

Porque lo vio titubeante, sin cumplir su orden, se le fue encima y lo sostuvo por el cuello, aunque en ese instante ni siquiera pudo mover ni un solo milímetro a Benjamín porque era más alto y su cuerpo era fornido aunque, él disimulara su aspecto con ropa ancha y poco agraciada, lo acompañan unos lentes cul0 de botella, unas cejas abundantes muy mal peinadas, una nariz como la de un tucán con una protuberancia quizás producto de algún accidente más joven y un ligero vientre… demasiado para ser tan joven, lo cierto es que eso complació al muchacho quien por un par de segundos lo miró retadoramente, lo que utilizó que su suegro le abofeteara el rostro y lo empujara para que recogiera el desastre.

—¡¡¡Limpia!!! —ordenó—. Tráiganle un cepillo y una toalla para que limpie lo que ensució, porque él no tiene servicio en esta casa, solamente es un pobre marido que ni siquiera tiene un sitio decente para vivir. 

 

Ante sus palabras, Benjamín dudó por un momento si limpiarlo o no, dirigió la vista a su esposa quién miraba sorprendida la escena a punto de llorar, eso hizo que el hombre se decidiera y al final se inclinara a limpiar el desastre con un suspiro de resignación, mientras todos se reían complacidos, porque detestaban al hombre.

—¡Ay hermana! ¿Por qué debes seguir casada con este inútil? —, expresó Tulio, uno de sus hermanos.

—Es tan incompetente, deberías buscar un hombre que te represente —se burló otro.

—Ella no puede encontrar algo mejor, se les olvida que eso es demasiado fea… muestra una parte de su rostro, pero cuando ven la otra, todos quieren huir —señaló con burla.

Ana Sofía se quedó por un momento en silencio y se enfrentó a su padre.

—¿Por qué haces esto frente a todos? Me estás humillando de la peor manera… porque así sea lo que sea Benjamín, soy su esposa y si estoy casada con él, es por ser una buena hija, por hacerte caso a ti al unirme con un hombre que elegiste para mí, yo no lo pedí, tampoco quería casarme con él, ni con nadie —explotó la mujer y salió del comedor hacia la puerta principal con exceso congoja para irse a la oficina.

Benjamín detuvo su tarea y corrió tras ella, intentó sostenerla del brazo, pero ella lo soltó de manera despectiva y con la mirada de rabia se enfrentó a él.

—¡No me toques! Aunque te haya defendido allí, todos tienen razón, ¡No eres más que un inútil! ¡Bueno para nada! ¡Maldigo la hora en que acepté casarme contigo! Eres como una sanguijuela pegada a mí para chuparme toda… creo que ni siquiera deberías venir a mi presentación, porque estoy seguro de que en vez de ayudarme me ridiculizarás… no eres un hombre con el cual una mujer se sentiría orgullosa de tenerlo a su lado .

Dicho eso siguió su camino dejando a Benjamín sin palabras, quién terminó sentándose en el primer peldaño de la escalera que daba hacia la salida de la casa con la cabeza entre sus manos.

«¿Podría hacer algo para remediar esta situación?», se preguntó mientras su celular comenzaba a repicar, Benjamín lo tomó como si fuera un animal venenoso, aunque no tenía registrado el número, lo conocía muy bien, suspiró con resignación.

—Aló, Roberts, ¿Por qué me molestas? —pronunció sin dejar de mostrar su mal humor.

—Lo siento mucho, señor Gray, pero por órdenes de su padre debe volver a casa —señaló el hombre que constituía la mano derecha de su familia, Sirio Roberts.

—¿Por qué habría de hacerlo? Mi padre y yo no estamos en buenos términos ¿Por qué desea que vuelva si aún no se han cumplido las razones por las cuales me fui? —mencionó en tono de aparente indiferencia.

—Las circunstancias han cambiado, ese matrimonio no estaba en los planes de nadie, no fue solo una casualidad, además, esa joven no es una mujer digna de la familia… —el chico ni siquiera lo dejó hablar.

—¡Detén tu boca Roberts! No permito que ni una sola ofensa salga en contra de mi esposa, es la mujer con quién me casé, la madre de mi hijo y yo la amo.

—Ese niño debe venirse a criarse con la familia… —la voz como un trueno de Benjamín lo hizo callar.

—¡¡Te dije que ya basta!! —espetó furioso.

—Su padre está enfermo, por eso debe venir, su tío quiere hacerse con el control de todo, lo necesitan aquí—mencionó un abatido Sirio.

—Siento mucho lo de papá… en cuánto pueda escapar lo iré a ver, pero no voy a regresar a la familia Grey, no hasta que termine de hacer a lo que vine —respondió con tranquilidad, cortando la llamada sin despedirse.

Después de eso buscó a su hijo quien estaba en manos de una de las señoras de servicio y aunque Ana Sofía le dijo que no fuera, tomó un taxi y llegó a la sede de la empresa de los Celedón, una de las más grandes de la ciudad.

Cuando iba a entrar, uno de los guardias de seguridad se paró en su camino y me impidió avanzar.

—¿Dónde cree que va? —inquirió el hombre recorriéndolo de pies a cabeza con desprecio.

Benjamín se arregló los lentes que estaban en la punta de su nariz a punto de caérseles.

—Vengo a la presentación de la señora Grey… —como sabía que nadie la conocería con ese apellido, corrigió—. Ana Sofía Celedón —antes de que pudiera continuar el hombre lo interrumpió con una expresión burlesca.

—Miren, este es el marido de la fea, con razón, aquí se consiguió un roto con un descosido —se carcajeó el guardia.

—A la fea él le vio el dinero, pero ella que le vio a él, se burló el hombre, será que lo vio orinando —expuso el otro de manera vulgar, sin dejar sus risotadas.

—Quién lo creería, este con su caja de pendejo bien administrada —siguió burlándose.

Benjamín estaba tratando de controlarse, porque las palabras de los hombres eran bastantes ofensivas, comenzó a contar para distraer su mente, mientras ellos no paraban de burlarse, de pronto se hizo un tenso silencio, y surgió a murmurar, por un momento el hombre pensó que las burlas habían cesado, los vio mirando a un extremo de la habitación y el chico siguió su vista y vio el motivo de los murmullos, en ese momento estaba entrando Ana Sofía con un hombre muy apuesto, mientras ambos estaban enfrascados en una conversación, de pronto ella vio a Benjamín y la sonrisa que traía en su rostro se congeló en una mueca.

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