CAPÍTULO 9. Perfectos el uno para el otro

Levantarla y llevársela a la pequeña cueva era lo de menos. El problema era que ni Darío tenía idea de por qué se había desmayado, ni Sammy parecía tener mucha intención de recuperar el conocimiento. Eventualmente su respiración se acompasó como si estuviera durmiendo, y él intentó tranquilizarse diciéndose que solo era el estrés.

Y por más que se peleaba con ella, no podía culparla. Lo que habían vivido en los últimos dos días era digno de una novela de terror, no podía imaginar nada peor. Y si para él, que estaba acostumbrado a ponerse en situaciones extremas por diversión, aquello era difícil, no quería imaginar cómo era para ella, que probablemente tenía un séquito de nanas para consentirla cuando se rompía una uña.

La acomodó en un rincón de la cueva, entre dos mantas térmicas. El lugar no era muy grande, apenas unos tres metros de ancho por otros cinco de profundidad, lo bastante alta como para que Darío no necesitara inclinar la cabeza al caminar adentro. La poceta donde goteab
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