Capítulo 6.

Alpha Ikender 

•Desolación•

¿Han sentido la muerte alguna vez?, ¿la han imaginado? El cómo se impregna de su esencia tan lentamente... que parece solo una caricia. Yo sentí la muerte muchas veces, la toqué, inclusive la sentí arrebatarme parte de mi alma. Y sin embargo la muerte parecía nada, comparado con lo que sentía por ella en este instante. 

-¿Sientes su dolor cierto? Yo también lo siento, es algo fuerte. Te sofoca. 

-¿Qué haces aquí?- le gruñí al vampiro. Me había encontrado observando dormir ha Eider.

-Los vampiros no duermen querido, al menos los de mi especie no. Y digamos que el olor a perro mojado es... curiosamente repugnante. 

Me acerqué a él con intenciones de sacarlo de la habitación. Su acento ruso era verdaderamente irritante. 

-Esta muy herida- afirmó viendo el cuerpo de mi pequeña. 

-Cristina se encargará de que todas sus heridas sanen.

-No me refiero a ese tipo de heridas Alpha. Siento el dolor por cada poro de su piel, huelo el miedo, el terror que desprenden incluso

sus cabellos-.Apreté mis manos en puño, la irá llenaba gran parte de mi sistema. Pensar que alguien fue capaz de hacerle todo esto a una niña me hierve la sangre.

-Mataré a quienes le hicieron esto, los torturaré hasta que me rueguen por quitarles la vida. 

-Bueno, concuerdo contigo. Hace diez años me encontré en mi camino a un niño, menor que tú mate. Había sido abusado, y golpeado por unos salvajes. Cuando estaba por ayudarlo, me rogó que no lo hiciera-. Frunzo el ceño esperando una respuesta. 

-¿No le hiciste caso o sí?-pregunté.

-A veces vivir es más doloroso que morir. Si lo ayudaba, habría sido alguien como yo. Y los recuerdos no se olvidan. 

Respiré profundo mientras miraba a la chica dormir tranquilamente. Era cierto, una vida común como la de los humanos solía ser, deprimente. Eran seres egoístas, que solo buscaban su propio beneficio. Despertaban cada día siguiendo una rutina que pocas veces los hacía feliz. En cambio para nosotros la vida se alargaba muchísimo más de lo que debería ser posible, dolía, en ocasiones dolía. Pero era antes de encontrarla.

-El niño murió en mis brazos. No sabía quién era así que lo sepulte en un prado, en medio de cientos de flores. Dos días después encontré en un poste su foto como desaparecido, solo investigué un poco y tuve a los responsables bajo mis pies-. El vampiro niega con la cabeza y respira profundo como si estuviese reviviendo el momento exacto en su mente.

-Me bebí sus vidas como el mejor vino que pude haber tomado. No sin antes desgarrar sus genitales, cómo marca de una cuenta saldada. 

Aquello me había impresionado Solamente un poco, ya que él no parecía del tipo vampiro sádico o asesino. Era un guardián, lo supe por el tatuaje de media luna que llevaba en su cuello. 

Los vampiros guardianes alguna vez fueron humanos, no obstante en alguna situación un vampiro de sangre pura necesitaba un guardián para, en la mayoría de los casos, proteger a sus hijos e hijas. Estos eran como sombras en la oscuridad, vigilaban y velaban a sus custodios sin que estos pudiesen darse cuenta de su existencia. Al convertirlos, la noche elegía su destino, aquellos que portarán la marca de la media luna, se les daba el don del silencio y la astucia. Ahora entendía el porque de sus acciones, su único propósito en este mundo era proteger a los que guardaban bajo sus sombras. 

-¿Cuál es tu nombre?- Ataqué con curiosidad. Un atisbo de sonrisa apareció en su rostro. 

-Mi nombre es Rosel, Rosel Malert. Y esa niña -apuntó hacía donde estaba la pequeña pelinegra. -Es mi nueva custodia. 

...

Estaba amaneciendo, había dormido solamente unas cuantas horas, las necesarias para estar como nuevo. Cristina vendría hoy para retirar el vendaje de los pies de Eider y ver si estos habían sanado. Ella aún estaba dormida, por la noche se levantó dos veces a causa de sus pesadillas, sentía su dolor. Su maldito dolor era como un hierro ardiente en el pecho, Hagret no hacía nada más que gruñir, enojarse, salirse de control.

Suspiré cuando el sol se levantaba, puesto que al igual lo hacía esa pequeña niña. Se movió un poco antes de abrir los ojos y tallarlos con sus manos tal cual pequeña tierna. 

Su mirada inspección la habitación, como si hubiese olvidado que estaba allí. Un pequeño jadeo salió de sus labios cuando sus ojos se toparon con mi figura a lado de la ventana. 

-Bue...buenos días señor- fruncí el ceño, no me había gustado la forma en la que me llamó, y no solo por él hecho de haberme dicho señor, si no, por el miedo que sentí al escucharlo.

-Mi nombre es Ikender, así es como me gusta que me llamen- tragó en seco y asintió con la cabeza. 

La observé, se debatía en decir algo o no, percibí cuando mordió su labio inferior algo nerviosa. 

-Debo ir al baño- susurró poniéndose de pie. En cuanto eso pasó un pequeño grito de dolor la hizo doblegarse, me aproximé ha ayudarla. Era obvio que sus pies aún no sanaban, seguía teniendo pequeñas heridas que al hacer presión podían abrirse más. 

-Yo te ayudaré.

-Pero...

Bajó la cabeza y sentí como su cuerpo comenzaba ha temblar. 

-Lo siento no era mi intención contradecirlo-. Fruncí el ceño, aquello solo era una palabra, una palabra normal. La cargué hasta el baño, la dejé sobre el inodoro y salí para darle privacidad.

-Avísame cuando termines Eider. 

Después de algunos minutos tocó la puerta, abrí viéndola un poco más despierta, se había lavado la cara y cepillado su cabello. Tenía un cabello hermoso, negro, no era muy largo pero tampoco corto. Y aún así, sus ojos eran lo que adoraba mirar, pero el dolor que desprendían era torturoso. 

La coloqué de nuevo sobre la cama. Pasé al menos cinco minutos mirándola, viendo cada gesto, el cómo se ponía nerviosa dejando su cabeza gacha. 

Tomé un teléfono a lado de la cama y llamé a la planta baja. 

-Sianna puedes subir el desayuno a mi habitación por favor. Lo que dejé especificado ayer- le ordené a una de mis cocineras. Me senté a lado de Eider. Me dolía el hecho de que me tuviera miedo, podía oler su miedo desde el otro lado de la casa. Mi trabajadora dejó lo encargado en una pequeña mesita y se retiró. 

-Empieza ha comer, debes alimentarte. 

Ella asintió con la cabeza y comenzó a comer. Me puse serio al darme cuenta de que obedecía mis ordenes. Cómo si fuese un robot, una muñeca. Me dije idiota a mi mismo por lo que estaba a punto de hacer. 

-Levanta un brazo- hablé estúpidamente solamente para ver cómo lo hacía sin preguntar. 

- ¿Por que m****a obedeces todo lo que te digo?, Y baja ese brazo- levanté un poco la voz.

-Usted es mi señor, mi nuevo dueño, ahora -una rabia enorme se apoderó de mí. Me puse de pie y caminé hacía la pared donde golpeé tan fuerte que le hice un hoyo a la pared. 

-¡Yo no soy tu dueño Eider! Deja de actuar como una sumisa. ¡Si te digo que te avientes por el balcón no me cabe duda que lo harías! ¿Por que? Joder.

-Usted lo dijo.

-¿A qué te refieres?

-Soy una Sumisa, una muñeca, y pueden hacer lo que quieran conmigo.

Y algo en mí se rompió al escucharla. 

Sentí un dolor de cabeza terrible. Quería y necesitaba saber que le había pasado. 

Camine hacia ella y la saqué de la cama sosteniéndola para que no apoyara su peso en sus piernas. 

Me miró, sus ojos cristalizados, sin una pizca de alegría o felicidad en ellos. 

Cerré mis ojos y junté mi frente con la de ella. Un gruñido alto salió de mí. Ella gritó, gritó como si le estuvieran desgarrando el alma. Entonces, lo hice, robé sus recuerdos, miré todo lo que tenía que ver. Y me arrepentí, su dolor se multiplicó mil veces. Y mi irá empeoró, ahora lo sabía, sabía que es lo que había pasado y quiénes eran las personas que le hicieron esto. 

Miré como un hombre la dejaba en la puerta de una casa con otro sujeto. Miré sus ojos inocentes y sus brazos sosteniendo un oso de peluche. Una lágrima salió de mis ojos al verlo, el primer abuso, los primeros golpes, el terror, tres hombres, noches de llanto. 

-¡¿Que haz hecho?! -Rosel había entrado a la habitación arrebatandome el cuerpo de Eider. Solo allí me dí cuenta que un hilo de sangre salía de su nariz, tenía la mirada perdida y poco a poco se fue desvaneciendo. 

-Robaste su vida, y ella revivió cada instante en su mente. Ahora Alpha, deberá encontrar la forma en la que ella olvide, de lo contrario. Nadie podrá salvarla.

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