CAPÍTULO 3. Mil veces más

Skyler miró el vestido en el espejo y forzó una sonrisa. Debía sonreír. Era lo que debía hacer. Siempre había sido igual.

Había crecido rodeada de gente frente a la que no podía ser débil: otros niños. Tan huérfanos como ella, tan desamparados y malditos como ella.

—No te confíes —le había dicho un día Einar, su mejor amigo—. Los niños somos malos, más los niños huérfanos, más si todo es una competencia para ser adoptado.

—Eso no importa. Yo soy de las que no entra al sistema de adopciones.

Skyler había sabido eso a los diez años, cuando la envidia le había agujereado el alma viendo cómo las otras niñas eran adoptadas por familias que las querían.

Pero al parecer ella tenía un benefactor que pagaba por su educación y por su lejanía, y que no quería que tuviera un hogar. Así que el orfanato había sido su hogar desde que tenía tres días de nacida. Había sido un hogar disfuncional y terrorífico, y solo podía soñar con irse, con ser mayor de edad y escapar, con huir del martirio de la madre superiora y de sus castigos.

Pero cuando por fin había cumplido la mayoría de edad, no había podido irse.

—Lo siento, niña —le había dicho la madre superiora con una sonrisa malévola—, pero tu benefactor tiene una deuda de medio millón de coronas que no le ha pagado al hospicio. Esa deuda ahora es tuya. Empezarás a trabajar solo por techo y comida hasta que la cubras.

Y como si esa esclavitud no fuera suficiente, Skyler estaba condenada por una promesa, la promesa de conseguir la familia que nunca había tenido…

Así que allí estaba, a punto de casarse con el viejo más asqueroso del mundo, mirándose al espejo y asegurándose a mí misma que sería capaz, que sería fuerte, que iba a pelear hasta el final.

Buscó entre las joyas y encontró dos pulseras de oro blanco, macizas, planas, de unos cuatro centímetros de ancho, que se abrazaron a sus muñecas como un par de grilletes. 

Salió con la cabeza en alto, seguida de cerca por las damas de honor, que parecían asustadas hasta el infinito y más allá, y entró a la pequeña capilla. Si esa era la única manera, entonces que así fuera.

Miró a Tormen Hellmand como si no lo conociera, como si no se importara, y pronuncio el «Sí quiero» después de reírse abiertamente cuando repitió detrás del cura el: «He venido por mi libre voluntad».

¡Sí, por supuesto!

Lo vio inclinarse hacia ella y no pudo evitar la mueca de asco solo de pensar que iba a besarla, pero una voz perentoria y rabiosa se levantó entre la gente, deteniéndolo.

Skyler se giró como todos para ver a aquel hombre, y sintió que se estremecía solo de ver su rabia. Al parecer Tormen tenía mucha cola que le pisaran y ese era nada menos que su hijo.

Debía medir uno noventa y debajo del traje se notaban los músculos trabajados. Tenía la mandíbula cuadrada, y el rostro sombrío. Debía tener unos treinta años y era uno de esos hombres con un atractivo oscuro y más poder del que cualquiera podía imaginar.

Skyler no pudo evitar sentirse bien cuando lo vio enfrentar a su padre. Se odiaban, era evidente, y eso la llenaba de esperanza. Si de verdad se quedaba en Hellmand Hall, al menos aquel infierno sería compartido. 

Su amenaza se oyó en la capilla antes de que Tormen los hiciera salir a todos como becerros asustados.

—Hellmand Hall… siempre fuiste un infierno… —murmuró ensuciando la pileta de agua bendita—. Pero tu verdadero demonio acaba de llegar, ¡y haré que todo arda a mi manera!

Mientras su recién estrenado esposo la empujaba hacia afuera, Skyler era incapaz de disimular su felicidad. ¡Eric Hellmand había llegado para quedarse!

Tormen estaba tan enojado que sus dedos se clavaron en su brazo durante demasiado tiempo, pero Skyler no hizo un solo sonido. Él, en cambio, creyó que hacer tocar a la pequeña orquesta a todo volumen lograría que el banquete de bodas fuera distinto; cuando la realidad era que nadie se atrevía a pestañear, porque el heredero de Hellmand Hall estaba cómodamente sentado en una de las mesas, sin dejar de observar a su padre con una sonrisa aterradora.

Aterradora para él, pero a Skyler le temblaron un poco las piernas y sintió unas cosquillas en el estómago que apenas podía controlar.

Lo miró fijamente y sus ojos se encontraron con los de Eric. Había dos clases de hombres poderosos en el mundo: los que creían serlo y los que sabían que lo eran. Y Eric Hallmand definitivamente sabía que era un hombre poderoso.

No pudo evitar humedecerse los labios cuando Eric se acercó a su mesa y Tormen lo miró con expresión asesina.

—No te molestes, padre, solo quiero hacer un brindis —dijo con tanta calma que parecía que la tormenta estaba a punto de desatarse.

Tomó una botella de champaña y sirvió tres copas. Casi todo el mundo miraba al suelo, al cielo o a otro lado, incluyendo a Tormen, pero no ella. Así que vio perfectamente lo que vertía en la copa del viejo. Al parecer su amenaza de que no permitiría otro heredero en Hellmand Hall era muy cierta.

Los ojos de Eric estaban llenos de desafío cuando la miró, y la retó en silencio a que hablara. Sin embargo ella solo sonrió y tomó otra copa.

—¡Por la feliz pareja! —exclamó él con acento irónico y Skyler levantó su copa, chocándola con la de Eric.

—¡Por la feliz pareja!

—¡Por la feliz pareja!

—¡Por la feliz pareja!

Gritaron todos y todos bebieron, incluyendo a Tormen.

Los bailes empezaron, la música siguió y poco después Skyler se escabulló de la fiesta, viendo cómo Tormen comenzaba a cabecear en su silla.

—Harald —llamó a uno de los criados de la casa—. Lleven a mi esposo a nuestra habitación. Ahora —le ordenó y el hombre la miró con desprecio. La señora Karen no llevaba ni dos días muerta y ya ella ya estaba ordenando en su casa; sabía que eso debían pensar, pero no le importaba—. ¡Ahora, dije! —repitió con fuerza y lo vio llamar a otro criado. Pasaron los brazos bajo los hombros de su esposo y lo arrastraron hacia su habitación.  

Skyler entró tras ellos y vio que lo dejaban en la cama.

—Yo me ocupo a partir de ahora —aseguró escuchando a Tormen roncar como el cerdo que era.

—Parece que tu hijo me hizo un favor después de todo… —murmuró pateando esa pierna que le colgaba de la cama, pero no había forma de que se despertara.

Le sacó los zapatos y luego lo desnudó, se esforzó por no vomitar al ver su cuerpo, pero necesitaba hacer aquello. Apartó las sábanas y se sentó en la cama, se sacó la pulsera de la mano izquierda, miró el interior de su muñeca y le dio la vuelta a la mano. Con la misma arista de la pulsera hizo un corte, apretando los dientes, y echó la sangre sobre la cama. Cuando Tormen se despertara en la mañana debía creer que aquel matrimonio había sido consumado.

Skyler se rasgó un trozo del vestido de novia, se vendó la mano y volvió a colocar la pulsera encima, sería suficiente para ocultar lo que acababa de hacer.

Se largó de aquel cuarto y se fue al suyo, o al menos al que había sido suyo por los últimos dos meses. Solo quería bañarse y quitarse el olor a flores y a sangre. Pero cuando empujó la puerta y se acercó al espejo, pudo ver a alguien que la cerraba detrás de ella.

Apoyado en la pared junto a la puerta, con las piernas cruzadas y una expresión que variaba entre la risa y el odio, estaba Eric.

—Eso fue muy rápido —murmuró y Skyler se estremeció solo de escucharlo. No podía explicar lo que le provocaba o por qué—. ¿Disfrutaste tu noche de bodas, linda? —se burló.

—Salvajemente —contestó Skyler, y clavó los ojos en los suyos—. Gracias por la ayuda.

—Imaginé que una mujer como tú… no iba a estar muy a gusto acostándose con un viejo como ese —aseguró Eric acercándose, y cuando llegó a pocos centímetros de ella se detuvo.

Olía a rabia y a hombre poderoso, y esa mezcla sencillamente la hipnotizaba.

—Fue una jugada muy peligrosa ponerle un somnífero a Tormen en la copa —dijo Skyler levantando una ceja.

—¿Cómo sabías que no era veneno? —preguntó Eric casi divertido.

—No lo sabía —contestó ella sin dar un paso atrás.

—Podías haberme detenido.

—¿Para qué? —Skyler tragó en seco cuando se acercó más, y sintió que su corazón se disparaba, era absurdamente atractivo, y el magnetismo que sentía por él se estaba descontrolando—. Tenías razón, no es un panorama precisamente agradable acostarse con él.

—¿Preferirías acostarte conmigo?

Eric se acercó tanto que  Skyler habría jurado que podía sentir el sabor a coñac en su voz.

—Preferiría dormir sola, gracias —respondió y de repente sintió las manos de aquel hombre subir por sus caderas.

Ahogó un grito cuando la giró violentamente, y se encontró con las manos apoyadas en el espejo de la pared mientras sentía su aliento caliente detrás de su oreja.

—Siempre y cuando consigas quitarte este vestido… me imagino —murmuró y ella sintió la suave descarga corriendo por su cuerpo.

Las manos de Eric subieron hasta el cierre en la base de su cuello y comenzó a bajarlo con lentitud. Skyler sintió el dorso de sus dedos rozando a lo largo de su espalda y no supo por qué, pero su primer instinto fue apretar una pierna contra la otra.

Disfrutó tanto esa caricia que no se percató de lo que hacía, hasta que abrió los ojos al escuchar un gemido… porque se dio cuenta de que había salido de su boca.

—Yo puedo darte más… —susurró Eric—, mil veces más que él.

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