Capítulo 5

EMMA

TRES AÑOS DESPUÉS

Hace un año que Dani se marchó a Inglaterra, luego de que le rechazara el beso y que no aceptara empezar una relación con él, intentamos llevar las cosas como siempre, al final no pudimos, yo no dejaba de verlo como amigo y él de desearme de un modo que me incomodaba. Desde ese día no responde mis llamadas, no contesta mis mensajes, es como si me hubiera sacado de su vida de la noche a la mañana, eso es lo que más me cabrea, pero no me quejo. 

Hace tres años que Andrew me dejó, jamás me buscó, ni una sola vez, una parte de mí quiso esperarlo, dos años hasta que con cada mes que avanzaba, dejé de esperar a que llamara a mi puerta y me diera una explicación, ahora las cosas son diferentes, tuve a mi bebé yo sola, con la ayuda de mi madre, quien pese a su enfermedad, se alegró y ama a su nieto, tuve que mudarme, cuando Michael nació, tuve que cortar los gastos, busqué dos empleos para que me alcanzara. 

Por las mañanas soy camarera en un café, y por las tardes hasta la media noche, como mesera en un restaurante lujoso de la ciudad. Gracias a Dios, encontré a Marina, una chica que es estilista y que por las tardes y noche cuida de Michel, tiene tres años y es un niño de lo más lindo que se parece a mí, pero sacó los ojos grises de su padre. Es serio, bien portado, una y mil veces le doy gracias al universo por haberme dado el coraje de tenerlo, porque ahora no consigo entender una vida sin él. 

Michael es el aire que respiro, mi mundo, y todo lo que hago es por y para él. Mi madre me ayuda por las mañanas cuando Marina trabaja. 

—Atiende la mesa cinco —me dice el jefe de camareras. 

Un tipo calvo pero amable, cuando andaba en busca de un empleo fue el único que me tendió la mano pese a mi embarazo, siempre me preguntaba cómo estaba, me regalaba la comida y las sobras me las llevaba. 

—Claro —sonrío y se sonroja. 

Me dirijo con la bandeja llena de comida y me acerco a un chico que parece ser de la clase nerd, las mejores personas para mí. 

—Aquí tiene —digo colocando todo a detalle. 

Sus ojos verdes me miran y cuando volteo a verlo, aparta su atención de mí, es apuesto, no soy idiota, viene todas las mañanas a la misma hora, ordena lo mismo y siempre pide mis mesas, mis compañeros dicen que es porque le gusto, el problema es que aunque así fuera, no tengo la intención de salir con alguien, mucho menos a partir de mala experiencia que tuve con el padre de mi bebé. 

—Que disfrutes, cualquier cosa no dudes en llamarme. 

Me giro estando a punto de marcharme cuando tira del listón de mi delantal. 

—¿Sucede algo? ¿Quiere más café? 

Niega con la cabeza. 

—Yo… —es la primera vez que escucho su voz tan firme. 

Me quedo quieta, tratando de ser lo más paciente y amable posible, soy consciente de que somos el espectáculo de las personas presentes, en especial de mi jefe, que parece sonreír. 

—¡Vamos, hazlo muchacho! —lo alienta y le lanzo una mirada furtiva. 

—No le prestes atención, es… 

Me quedo callada cuando él se pone de pie, se aclara la garganta y se pone de rodillas, la gente comienza a sacar sus teléfonos móviles y me pongo nerviosa, le pido que se ponga de pie, sin embargo, no lo hace, saca lo que me parece que es un anillo de promesa, dentro de una cajita negra de terciopelo, las risas de mis compañeros no tardan en llegar y siento que olvido cómo se respira. 

—Me gustas… —intenta hablar. 

—¡Dile que sí! —grita una señora al otro extremo del establecimiento. 

—No hagas esto —le susurro. 

Pero el chico parece estar decidido, contra eso no puedo hacer nada. 

—¿Quieres salir conmigo? —por fin dice. 

Mi jefe se carcajea, no le encuentro nada de divertido. 

—No puedo, lo siento, soy demasiado mayor para ti. 

Y es verdad, el chico tal vez tenga apenas dieciocho años, mientras que yo veintiséis. 

—Escucha, no te conozco, y tengo un hijo. 

Mi confesión parece sorprenderle, me mira de pies a cabeza y luego sus ojos se posan en mi vientre plano, agradezco tener una buena genética, una que me permitió conservar mi figura luego del nacimiento de Michael. 

—Mientes, no pareces…

Pongo los ojos en blanco y él se levanta apenado, saco de uno de mis bolsillos una foto de mi hijo, una que siempre llevo conmigo porque me hace sentirlo cerca de mí, y se la muestro. 

—Es él —digo con orgullo—. Tiene tres años y es el amor de mi vida. 

El chico detalla la foto, la desilusión aflora en su rostro. 

—¿Y el padre? 

Me quedo callada, es un tema del que no me gusta hablar, mucho menos con desconocidos. 

—Suficiente —interviene mi jefe—. Vete a casa muchacho, ella tiene que trabajar. 

El chico asiente, me lanza una última mirada y se va, regreso al trabajo y cuando dan las dos de la tarde, me marcho, tengo una hora para llegar a mi segundo empleo, mi jefe me da un pedazo de tarta para Michael, se lo agradezco y me marcho. Para cuando llego al departamento, mi madre se ha ido y Marina está preparando croquetas de pescado.

Pongo un pie dentro, y mi pequeño hijo de tres años corre a recibirme con los brazos abiertos. 

—¡Mami! 

Lo cargo envolviéndolo entre mis brazos, él es todo lo que necesito, no más, inspiro su olor a loción infantil y le lleno de besos. 

—¿Cómo se portó mi príncipe? —le hago cosquillas en la panza. 

Lo que desata una serie de risas, música para mis oídos. 

—Muy bien, mi tía Marina me está preparando de comer —cierra sus manitas en puños—. ¿Me trajiste algo? 

Le alboroto el cabello rubio que heredó de mí y saco el pequeño paquete, sus ojos se iluminan y lo agarra. 

—Dile a tu jefe que gracias —me da un beso en la mejilla. 

—Si no te das prisa, llegarás tarde —me saluda Marina, una chica delgada, castaña, de ojos avellana. 

—Te debo muchas. 

—Tranquila, que es mi tesoro también, anda. 

Asiento y me doy una ducha de cinco minutos, el restaurante Elegance no está demasiado lejos, me visto con unos shorts cortos, una cazadora y una blusa, botines de agujeta, recojo mi cabello en un moño alto y tomo mis cosas, el uniforme lo dejé en el casillero, por lo que me apresuro a salir, Michael está sentado en la encimera comiendo a bocados grandes el pastel de chocolate, sus ojos se anclan en los míos y mi pecho colisiona. 

—Te vas —afirma con poca alegria. 

Un nuevo golpe a mi vida, quisiera pasar más tiempo con él, salir al parque, lo hago solo cuando tengo el día libre, no es suficiente, me parte el alma cada que me mira de ese modo antes de irme. 

—Sí, prometo dormir contigo esta noche —le lleno de besos las mejillas. 

—Es una promesa, reina Blacke —sonríe. 

Afirmo, me despido de Marina y le doy algunas instrucciones, ella me da tanta seguridad que salgo corriendo de casa, tomo el transporte público, llego apenas dos minutos tarde. 

—No te preocupes, vas bien, el jefe quiere vernos antes, al parecer hoy viene gente importante y va a elegir quien los atiende —me explica Ana, una pelirroja que es mi compañera de trabajo. 

—Espero no ser yo —musito. 

—Es verdad, eso significaría más carga y presión.

Termino de vestirme, cierro mi casillero y nos dirigimos al área de cocina, entrando a uno de los enormes congeladores, es algo inusual para mí, pero cuando entré a trabajar descubrí que el hijo de p**a tenía cierta fascinación por intimidar a sus empleados. Me escabullo entre los demás hasta que nuestro jefe, un tipo bajito y debilucho, con barba y bigote como Santa Claus, se sube a una de las cajas selladas que contiene carne de la mejor calidad.

—Esta noche vienen los socios y el CEO de las empresas, Carson, como bien sabe la mayoría, es gente importante, un hombre de negocios al que no pienso dejar ir sin antes una felicitación por nuestra buena atención. 

Comienza y es algo que no me importa. Por lo que comienzo a mover el pie con impaciencia, el tacón de mis zapatillas hace un repicar estruendoso y me lanzan miradas de advertencia mis compañeros, dejo de hacerlo y el jefe se aclara la garganta. 

—De todos los lugares eligió este, es la primera vez que nos visita, así que uno de ustedes será el elegido para atenderlos —sonríe, la misma sonrisa malévola que hace que todos se encojan, menos yo—. Quien lo haga, tendrá la ventaja de faltar dos días a la semana por un mes, recibiendo la misma paga, pero de igual manera estaré revisando minuciosamente su trabajo, una falla, una simple mueca por parte de Julian Carson, y juro que se va esta misma noche con una patada en el trasero. 

Todos comienzan a murmurar, nadie quiere hacerlo, yo tampoco, sin embargo, son dos días, dos en los que podría pasar más tiempo con Michael, confío en mis habilidades, soy buena, llevo años en esto y siempre le agrado a la gente. 

—¿Y bien? ¿Alguien que se ofrezca? —arguye con arrogancia. 

Mira a todos, hago lo mismo, espero a que alguien levante la mano para ir al matadero esta noche, pero todos bajan la mirada o evitan ver al jefe, yo no. Estoy por levantar la mano al ver que nadie quiere hacerlo, cuando el jefe habla. 

—Lo hará Ana —señala a mi compañera. 

Est hace una mueca de dolor, como si le hubieran dado un fuerte golpe en el vientre. 

—Tienes suerte. 

—Pero… es que yo no… —balbucea mirando a todos en busca de ayuda. 

Nadie habla, solo la miran con compasión. 

—Yo lo haré —soy un paso adelante, llamando la atención del jefe, quien para ese momento está revisando algo en su móvil—. Ana se siente indispuesta, tiene dolor estomacal, soy la más indicada para hacerlo, tengo experiencia, no le haré quedar mal. 

El jefe me ve unos infantes, asiente y mueve la mano como dándole poca importancia. 

—Más te vale o te corro. 

Suena la campana y todos nos ponemos en marcha, me pide que espere en los vestidores hasta que lleguen las personas importantes y mientras espero paciente, compruebo mis estados de cuenta, comienzo a hacer los papeles contables, se acerca el cumpleaños de Marina y quisiera permitirme regalarle algo por todo lo que ha hecho para mí. 

—¡Cinco minutos, prepárate! —me grita un compañero. 

Verifico mi aspecto en el espejo, estoy impecable, cuando llega el momento me mentalizo, espero al lado de la mejor mesa que han reservado, las cartas y todo está en orden, escucho pasos al final, respiro hondo, las voces llegan a mis oídos como bombardeos, veo a siete hombres bien vestidos entrar, riendo entre sí con sus bromas, llegan y los saludo, toman asiento, estoy a nada de darles la carta y ofrecerles una entrada como cortesía de la casa, cuando la voz ronca de alguien choca a mis espaldas. 

—Me parece que este es mi lugar. 

Volteo apenada, mala idea, porque al hacerlo el mundo me da vueltas, su cabello color caramelo, los ojos grises, su barbilla partida, mi corazón comienza a palpitar rápido. 

—¿Tú? —me pregunta disparando la rabia. 

Me mira con sorpresa y no puedo creer que después de todos estos años la vida y él me estén jugando mal. No pienso en lo que hago, y es por ello que tomo la jarra de agua que hay en otra mesa y se la vierto en la cabeza. 

—¡Hijo de p**a! —bramo.

Dejo las cartas en su sitio, no me importa nada, doy la media vuelta y camino hacia los vestidores, no me importa que me corran, yo a Andrew no le quiero volver a ver. Me quito la ropa, estoy a nada ponerme la blusa, cuando la puerta se abre y entra el padre de mi hijo con ojos centelleantes. 

—Tenemos que hablar —espeta recorriendo mi cuerpo con un brillo lascivo en los ojos. 

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