4. Los secretos de la mafia

Bella

Los días posteriores a la noticia que rayó todos los periódicos de Roma acerca de la muerte de Mauro, se convirtieron en un puto calvario. Las calles, el hotel, incluso nuestra propia casa, ya no se sentía un lugar seguro. Los rumores se afincaban en que el helicóptero que volaba mi hermano aquella tarde había sido manipulado para que se estrellara, también, especulaban que se trataba de algún ajuste de cuentas. Pero hasta el momento, nadie confirmaba nada, y todos allí afuera esperaban que alguno de los familiares, diera declaraciones al respecto.

La muerte de Mauro Ferragni aun no sucumbía en Italia. Yo, por mi parte, aun no me acostumbraba a pronunciar aquella palabra; muerte. De alguna manera, me retorcía y me producía espasmos, nunca creí experimentar la perdida tan cerca de alguien que amaba. Y no es como si le hubiese tenido miedo a la muerte, es que simplemente no quería estar presente cuando ella llegara.

Carlo entró en el salón cogiendo el control del televisor para apagarlo. Lucia tenso, cansado y preocupado. Todo al mismo tiempo.

—¿Crees que haya algo de verdad en todo lo que dicen? —Pregunté, necesitaba que alguien me dijera que todos esos rumores eran una completa farsa—. Digo, ¿Crees que alguien haya podido querer hacerle daño a Mauro?

No recibí más que silencio de su parte y eso solo podía significar una cosa, definitivamente alguien quería muerto a mi hermano.

. . .

Carlo

No tenía cara para decirle a mi hermana pequeña que las especulaciones acerca de la muerte de su hermano mayor podrían ser relativamente ciertas. No podría explicarle los motivos, mucho menos que se tenía que llevar a cabo esa muerte. No quería subestimar su inteligencia, tampoco sus capacidades, pero le costaría mucho dolor, decepción y lágrimas, entender que su propia muerte, era la única forma de salvarle.

Tal vez era una forma inicua de justificar que el precio de pertenecer a la mafia era no saber cuándo podrías estar entre los vivos, o yacer entre los muertos.

Y eso, Isabella Ferragni, difícilmente podría soportarlo.

Las mentiras, la sangre y las traiciones jugaban un papel importante. Era parte de nuestra propia naturaleza, y joder, ni siquiera una pequeña parte de mi estaba arrepentido de ella, me gustaba pertenecer a la mafia, tener el poder de todo, de una forma fría y perversa.

Simplemente era instinto, simplemente era mafia.

Siempre habíamos sido cautelosos en cuanto a manejar nuestros propios asuntos. Mi padre gozaba de una capacidad impresionante que había heredado del suyo, y así sucesivamente durante generaciones. Pero algo salió mal, salió tan jodidamente mal que Mauro tuvo que pagar las consecuencias.

. . .

Sebastian

Había sido un completo idiota con Isabella y no había tenido el valor suficiente para disculparme con ella durante la semana siguiente. Semana que tampoco me permitió concentrarme en mi puto trabajo. Ahora que la muerte de Mauro era un hecho para todos, necesitaba mantenerme enfocado, de ello dependía de que toda la m****a que estábamos haciendo para gobernar desde la cúpula italiana, valiese la pena.

 Lorenzo, mi jefe de seguridad, entró por la puerta de mi oficina esa mañana.

—Informes. —Pedí de inmediato, no le di tiempo a que tomase lugar en la silla.

—Le mercadería está ahora mismo en un barco sobre el mar mediterráneo, directo a Mónaco. —Dijo, despreocupado y sacando un cigarrillo de su bolsillo, me ofreció uno, pero yo decliné, necesitaba algo más fuerte—. Lo demás está bajo control, tengo a algunos de mis hombres reforzando la seguridad del casino.

—Bien, no quiero más errores.

 Lorenzo había sido parte de mi seguridad desde hacía ya unos cuantos años, su padre había suplicado al mío para que pudiese trabajar con nosotros dentro de la mafia, no era una noticia a boca suelta que todo el mundo sabía con certeza, pero muchos en Roma lo sospechaban. Mi padre se negó rotundamente, sin embargo, fui yo quien le dio la oportunidad cuando ambos teníamos veintidós años, al principio era un esbirro más, luego, con mucho mérito, paso a ser mi jefe de seguridad. Actualmente tenía una docena de hombres trabajando bajo su supervisión y mi mando.

—Lo de las fotografías también quedó resuelto.

—¿Quién era?

—Un pobre diablo que entró a trabajar pocos días antes del incidente en el parking del casino. —Resopló—. Solo buscaba conseguir una pequeña fortuna a cambio del silencio.

—No quiero que algo así se repita.

—Eso si tu y la Ferragni procuran ser más discretos, puedo salvarte la vida, pero dudo mucho que, si Gerónimo llegase a enterarse de que tienes amoríos con su hija, haya poder humado que te deje con vida.

Le miré enfurecido.

—No necesito ser más discreto porque entre ella y yo no hay nada. —Le amenacé con el dedo, él solo se limitó a levantar las manos en defensa con una sonrisa.

—Eso díselo a tu polla cada vez que la tienes cerca. —Luego prefirió largarse, soltar algo así sabía que no le dejaría ileso.

. . .

El resto del día mantuve mi mente demasiado ocupada en cualquier cosa que no fuese en las piernas de Isabella, pero si no hubiese prendido el televisor aquella tarde, no habría visto su foto y su nombre en los primeros titulares.

“A visperas del cumpleaños de Isabella Ferragni, hermana del heredero recien fallecido e hija del hotelero más influyente de Italia, Gerónimo Ferragni, ya se escuchan rumores acerca de la celebreación y nuestras fuentes indican que podria llevarse a cabo en uno de los hoteles de la familia"

Abrí el armario y saqué una botella de whisky, di un sorbo largo incluso antes de poder verter el líquido en el vaso. Sofie, mi asistente, entró poco después.

—Señor, esto ha llegado esta mañana para usted. —Dijo, parada en medio del salón y esperando a que cogiese el papel que llevaba en la mano.

—¿Qué es?

—Una invitación al hotel Ferragni, se llevará a cabo una celebración de cumpleaños la próxima semana.

Sería el cumpleaños diecinueve de Isabella.

¡Maldición!

Para cuando el reloj marcó las diez, me fui a casa y despejé todas mis dudas con un trago que se convirtieron en dos, luego tres y quise tenerla en cuatro. Necesitaba mantenerla fuera de mi p**a cabeza o iba a perder el raciocinio.

En ese estado, darme una ducha, era la más razonable de las ideas.

Contuve el aire bajo el agua caliente demasiado tiempo. Salir a la superficie, se volvió una tarea bastante difícil. Joder, no podía dejar de pensar en ella. Ni siquiera cuando quise dedicar toda mi atención a mis brazos flotando, o a los segundos que quedaban para que mis pulmones suplicaran por aire.

Gerónimo me despedazaría si tan siquiera sospechara que tenía a su pequeña hija provocándome erecciones cada que la tenía cerca. Y es que era comprensible, cualquier padre no querría para su hija un hombre diez años mayor que ella, mucho menos que perteneciera al clan de la mafia. Y aunque aquello último era una tontería, Isabella Ferragni era la heredera de la mafia, aunque no lo supiera todavía e iba a necesitar un hombre que estuviese a la altura de esa corona.

—Piensas demasiado. —Me sobrecogió reconocer la presencia de Giovanna en mi baño.

Desde el compromiso, se las arregló para tener un par de llaves del edificio y mi piso. Era lo suficientemente astuta y posesiva.

—Giovanna. —Saludé medio ofuscado y me puse de pie fuera del agua, destilando gotas por el piso—. ¿Qué haces aquí?

No me sorprendió que sus ojos me barriesen de arriba hasta abajo. Ni siquiera fue discreta en detenerse a medio camino y detallar una erección que, en lo absoluto, no había provocado ella. Pero me miró de una forma tan hambrienta, que quise descargar toda mi adrenalina dentro de ella.

Giovanna era una morena con ojos traicioneros y boca perversa. Era increíblemente buena en la cama, no podía negarlo. Honestamente, eso era lo único que me atraía de ella. Sabía perfectamente que aquello no era suficiente para llevar a cabo un compromiso y poner en marcha una boda que beneficiaría a nuestras propias familias.

Siendo la única hija de Vicenzo Costa, general en jefe de la policía de Roma, nos facilitaba a la cúpula Ferragni y Mancini muchas cosas. Siempre estuvieron involucrados en la mafia, pero de una forma menos presuntuosa, llenándose los bolsillos gracias a la venta de armas a los clanes más influyentes del narcotráfico. Tenerlos de nuestro lado, era pieza clave para lo que estaba por venir.

Nos adueñaríamos por completo de toda Italia, y eso, costaría traiciones, sangre y muchos fajos de euros.

—No te he visto en esta semana —Comenzó por ahí, sabia a donde aquello llegaría y no estaba de putos ánimos como para aguantar una escenita mediocre de celos.

—Y ahora estás aquí. —Me acerqué a ella tentativamente cerca y cogí su mano para envolverla alrededor de mi erección.

Fue suficiente para que ahogara un quejido, se callara y se colocara sobre sus rodillas entre mis piernas. Lo siguiente, fue imaginar que Isabella tomaba su posición. Aquello solo me provocó un espasmo casi de inmediato, pero fue la morena quien se llevó los créditos.

. . .

Roma despertó más fría que nunca aquella mañana.

Creía que con una resaca podría mantener a Isabella lejos de mis pensamientos, que equivocado estaba. Esa noche, soñé con ella desnuda en mi cama, haciéndola mía una y otra vez hasta el amanecer. Ni siquiera el maldito alcohol pudo conseguir que me olvidara por un instante de ella, ni tampoco el sexo que tuve anoche con Giovanna.

Me quejé ante el avecinamiento de un dolor de cabeza, ¡mierda! Al removerme entre las sábanas, se volvió un poco más intenso. Giovanna se quejó y tiró de ellas para cubrir su cuerpo desnudo. Fue el momento adecuado para salir de la cama y huir de ella.

Tomé una ducha rápida y me vestí antes de que la morena despertara. Parecía que realmente descansaba, que a ella nada le atormentaba. Por un segundo, sentí una ligera culpa que me oprimió el pecho. La había usado como excusa para borrar el nombre de Isabella de mi cerebro, no fue más que un intento vano. Tenía a esa cría impregnada hasta el último pedazo de mi alma.

El silenció que bailaba en la habitación, se vio afectado por la vibración de un teléfono. Supe que era el mío porque el de Giovanna descansaba en la mesita junto a la cama. Rebusqué entre las prendas dispersas por el suelo, donde me había desnudado la noche anterior antes de entrar al baño.

No había un nombre en la pantalla, pero supe de quien se trataba y descolgué la llamada.

—¿Qué coño haces? —Murmuré desconcertado y salí de la habitación. No tenía intenciones de que Giovanna despertara—. Sabes que no puedes llamarme.

Hubo un suspiro al otro lado de la línea. Preocupación.

—Necesito que busques a alguien.

—¿A quién? —Me intrigó saber quién era tan jodidamente importante como para poner en riesgo toda esta m****a que estábamos haciendo

—Voy a enviarte su nombre y la dirección en un mensaje de texto.

Me sonó el típico timbre de mensaje casi de inmediato, miré la pantalla y luego volví a la llamada.

—¿Qué quieres que haga con ella?

—Que la pongas a salvo.

Joder, estaba preparado para cualquier orden, pero no esperé encontrarme escuchando esa.

Cogí una chaqueta negra de cuero y bajé al aparcamiento, me metí dentro del auto y aceleré con violencia, provocando que las llantas dejaran rastros en el pavimento.

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