Capítulo 5

Caminé hasta la pensión, me costaba incluso respirar con normalidad, sentía rabia y vergüenza, pero tenía que aprender a vivir con ello, solo esperaba que mis compañeros en el trabajo no vieran esas imágenes.

Entré en la casa y doña Lucha estaba preparando la cena, qué bien se sentía entrar por la puerta.

—¿Te sientes mal Anita? —Me preguntó, le dediqué media sonrisa, tratando de que no viera que en realidad estaba mal.

Nunca me había gustado que me llamaran con el diminutivo de mi nombre, me recordaba que no sabía mis orígenes, no podía evitar relacionarlo con “Anita la huerfanita” y eran estos momentos en los que me sentía más sola y desamparada, qué diferente habría sido mi vida si tuviera a mis padres conmigo.

—Solo un poco cansada doña Lucha, el trabajo es más pesado de lo que pensé.

—Me imagino mi niña, por eso debes estudiar algo que te guste, para que el trabajo no se sienta como una carga, cuando yo era joven, alguna vez un profesor en la escuela nos dijo “Encuentra un trabajo que te apasione y no volverás a trabajar nunca”

—Es un buen consejo y tiene mucha razón —Suspiré porque yo no tenía ni idea de qué carrera elegir.

—¿Y qué vas a estudiar? ¿También serás dentista como Amelita?

Reí porque Melo odiaba que le dijeran Amelita.

—No doña Lucha, yo no sirvo para eso, a mí la sangre me da pánico, no soporto siquiera ver la mía, me mareo y me provoca ansiedad, yo estudiaré algo que no tenga que ver con sangre.

—Anda, ve a ayudarme con la cena, tal vez descubras que quieres ser Chef, aquí en el puerto, es una de las carreras más cotizadas, con tantos hoteles y restaurantes.

Yo nunca había cocinado, en el orfanato a las niñas mayores nos asignaban tareas, pero a mí siempre me tocaba la limpieza de los dormitorios o la lavada de la ropa de los niños, así que no me dejaban entrar en la cocina.

Me acerqué a ella y me pidió que le quitara la piel a unas papas hervidas, no tuve precaución y me quemé al tocarlas, porque no me di cuenta de que estaban calientes.

—¡Ayyy! — Exclamé y me llevé el dedo pulgar a la boca tratando de mitigar el dolor.

—A ver, tienes que tener cuidado, primero debes pasar las papas por un poco de agua fría, eso les quitará lo caliente y detendrá el proceso de cocción, no queremos que se hagan puré en el estofado.

—Lo siento, yo nunca había entrado en la cocina, en el orfanato solo me dejaban hacer limpieza.

—No te preocupes mija, mientras vivas aquí, yo te voy a enseñar, siempre quise tener una hija para enseñarle a cocinar.

—¿Por qué no tuvo hijos? — Me atreví a preguntar.

—En realidad si tuve una hija, pero como estaba soltera, mi padre me la arrebató y no me permitió ni verla — Me sentí mal por haberla hecho recordar ese episodio tan triste de su vida.

—Lo siento doña Lucha, no quise ser indiscreta.

—No te apures mija, fue hace tantos años que, aunque sigue doliendo he aprendido a vivir con ello, ella ya debe andar por los treinta y cinco, yo tenía quince cuando la tuve, pero mi padre ni siquiera me permitió verla.

—¿Qué triste, y nunca intentó buscarla?

—En ese tiempo estaba muy chamaca, mi madre era muy sumisa y no se atrevía a cuestionar las decisiones de mi padre, ellos murieron llevándose el secreto a la tumba, nunca supe por dónde empezar a buscar.

—Es una pena que los padres hagan ese tipo de cosas sin pensar en lo que van a sufrir los hijos, a mí me abandonaron a la puerta del orfanato cuando tenía tres meses de nacida, no sé si lo hizo mi madre o alguien me arrebató de sus brazos igual que hicieron con usted.

—Fue por ese motivo que convertí la casa que heredé de mis padres en una pensión para estudiantes, así de alguna manera, estoy rodeada de jóvenes y a veces fantaseo con que son mis hijos.

—¿Nunca pensó en adoptar? ¿O en casarse y tener más hijos?

—No, mi matriz infantil se desgarró en el parto y quedé estéril y cuando cumplí veinte años conocí a un hombre y me enamoré, incluso me pidió que me casara con él, pero cuando supo que no podría darle hijos, me dejó sin decir una palabra. Nunca más dejé que un hombre se me acercara.

Me levanté de la silla donde me había sentado para pelar las papas y le di un abrazo, era el abrazo que yo misma necesitaba en ese momento que me sentía tan desdichada.

—Entonces enséñeme a cocinar como si fuera su hija, yo le prometo que voy a ser la mejor aprendiz y voy a tratar de quemar lo menos posible.

—Empieza por aprender a no quemarte las manos —. Dijo y las dos comenzamos a reír.

Terminamos de cocinar y el tiempo se me pasó rápido, descubrí que eso de la cocina era muy reconfortante, no solo requería de concentración, doña Lucha le ponía entusiasmo, me dijo que la mejor sazón, provenía del corazón.

Poco a poco comenzaron a llegar las demás inquilinas, unas hermanas gemelas que trabajaban como camareras en un yate restaurante y hablaban tanto y tan rápido, que casi no se les entendía.

—Yo soy Militza— Dijo una de ellas y me sonrió saludando con la mano desde la distancia.

—Yo me llamo Yelitza — Dijo la otra y me dio la mano de manera muy formal.

—Me llamo Ana, pero por favor, no me digan Anita —. Contesté, porque las escuché hablarse entre ella con diminutivos.

Más tarde llegó Melo y junto con ella, venía una chica que yo no conocía.

—Doña Lucha, ella es Concepción, está buscando una habitación en renta y le dije que podía venir aquí, ¿todavía está disponible la habitación que yo ocupaba antes?

—Sí mija, hasta mañana iba a poner el anuncio para rentarla, bienvenida Conchita, si gustas ya te puedes quedar desde hoy.

La chica se puso roja como tomate, pero no de vergüenza sino, como molesta.

—No me gusta que me digan Conchita, ¿Me pueden decir Connie por favor?

—Ah, Connie, claro que sí mija, es que como a las Concepciones se les dice Conchas, pues… Pero no te preocupes, te llamaremos Connie.

—¡Bienvenida! — Dijimos las gemelas y yo al unísono.

Ella sonrió, pero yo pude notar que su risa no era genuina, miraba todo como con desprecio, como si le causara incomodidad vivir en un lugar como ese, aunque la casa era grande y cómoda, decorada con estilo rústico colonial, pero al parecer a ella se le hacía poca cosa.

Cuando estuvimos solas en la habitación, Melo me contó dónde había conocido a Connie.

—Pobre Connie, su Sugar Daddy la dejó y le quitó el departamento donde vivía, así que se quedó en la calle de la noche a la mañana.

—¿Sugar Daddy? ¿Qué es eso?

—Bueno, así se le llama a un hombre mayor con mucho dinero que paga lo que sea por tener una relación con una jovencita.

—¿Un amante rico?

—Connie dice que no era su amante, que solo le daba regalos por salir a fiestas con él y acompañarlo en sus viajes, pero de buenas a primeras, la corrió del departamento de lujo dónde vivía, ahí en un edificio junto al consultorio donde trabajo.

—Ahora entiendo por qué se ve que no le gustó mucho la pensión.

—Sí, ella está acostumbrada a vivir mejor y tiene dinero para hacerlo, pero necesita la pensión para que su nuevo prospecto vea que vive en una casa decente y no crea que lo busca por su dinero.

Llegó a mi mente la conversación de Marco Duran con su amigo, me pareció escuchar que también se llamaba Connie la mujer de la que hablaba, pero…No, era demasiada coincidencia.

No le quise contar a Melo lo que había pasado con mis fotografías, no estaba lista para escuchar sus regaños y el “Te lo dije” que seguramente saldría de su boca, finalmente ya no podía hacer nada, tendría que aprender a vivir con ello y afrontar la situación cada vez que apareciera alguien que me reconociera.

Traté de dormir, pero no lograba conciliar el sueño, eran demasiadas cosas en mi mente, pensar en qué carrera iba a estudiar me ocupaba la mayor parte de los pensamientos, y por otro lado, la imagen de Marco Duran llegaba a mi cabeza y se instalaba como si estuviera en su casa, no se iba por más que trataba de borrarla.

La alarma sonó y un nuevo día por enfrentar había llegado, abracé mi almohada tratando de dormir unos minutos más en lo que Melo se duchaba.

—¿Crees que sería buena idea hacer lo que hace Connie? —Dijo apenas salió del baño secándose el cabello con una toalla.

—¿Buscar un amante millonario?

—¡No! No me refiero a lo de buscar un amante, según ella, hay hombres que solo buscan compañía para asistir a una fiesta, o algún evento importante, no te tienes que acostar con ellos si tu no quieres.

—Yo no creo que sea buena idea Melo, ¿Qué pasaría si ese hombre trata de cobrarse con tu cuerpo solo porque te pagó para ir a una fiesta?

—Connie dice que hay fiestas especiales a donde van esos hombres y que la Sugar Baby, define desde antes el tipo de relación que está dispuesta a tener y que ellos respetan el hecho de que la chica no quiera tener sexo.

—Por favor dime que no lo estás considerando y ya mejor me voy a meter a duchar porque no quiero seguir hablando de tu amiga Connie.

Entré en la ducha y me reí, no lo podía creer, estaba celosa de la nueva amiga de Melo, desde que estábamos en el orfanato, ella y yo habíamos sido como hermanas, éramos inseparables y sentía que si la Concha esa, la convencía de ir a una de esas fiestas, me la arrebataría, se volvería más su amiga que mía.

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