CAPÍTULO 2: EMPLEADA FANTASMA Y NEGRO.

Luego de las presentaciones básicas (y de conocer que “María” es el nombre de la prometida de Daniel) nos encontramos buscando el vestido de los sueños de María.

La mirada de Daniel no me deja en paz, la siento sobre mí tan pesada como un camión de concreto. Trabajo en ignorarla mientras hago alguna que otra pregunta a la novia.

Generalmente, tengo una check-list que adoro repasar con mis clientes.

En primer lugar, la novia debe definir el estilo de su boda, en segundo lugar fijar el presupuesto para el vestido, en tercer lugar buscar el momento perfecto para escoger el vestido (ni muy cerca de la fecha de la boda, ni muy lejos). En cuarto lugar debe escoger cuidadosamente quién la acompañará a probarse los modelos y ya ni pensemos en las demás partes de la lista.

Nótese el orden que generalmente tienen las cosas, ésta pobre novia vino acompañada de Daniel, sin amigos ni familiares que le den el visto bueno a los vestidos que insistió en probarse hoy mismo.

Mi check-list tiene por propósito asegurarme de que la novia no solamente está consiguiendo un vestido bonito, sino el vestido de sus sueños.

Gimo interiormente porque el hecho de pensar en que tendré que trabajar para mi ex y su prometida me hacen sentir mal, tan mal como la peor diseñadora, porque por primera vez estoy deseando que el sueño de María no se cumpla.

Sé que no es la forma de actuar ni de pensar, porque no somos nada.

Pero los celos me están haciendo tragar la bilis.

Sé que está mal, ¿pero quién controla los sentimientos?

Desde luego que yo no.

La verdad, estoy bastante sorprendida de la actitud de Daniel. Considerando que desaparecí de un día al otro, no dejé una explicación ni siquiera un aviso de qué sucedía.

Sé que mantener la compostura es lo que debo hacer, pero la situación me tiene con los nervios bailando twerking.

Escucho a Daniel respirar profundo y yo aguanto la respiración, imaginando lo que está por venir.

— ¿Dónde es…?—comienza a decir. Un chillido de alegría suena desde el vestidor y me es imposible poner los ojos en blanco.

— ¿Qué piensas de éste, amor?— chilla la voz de María.

¿Por qué las villanas de las historias siempre tienen la voz chillona?

Desde afuera sólo logramos ver el cabello castaño y los brazos que se mueven, supongo que ella está haciendo poses frente al espejo con el vestido.

Daniel me libera del peso de su mirada para mirar la puerta del vestidor.

Pongo los ojos en blanco y escucho cómo Daniel a mi lado suelta un bufido.

—No veo, María. No veo. — indica, la irritación en su voz hace sonar una alarma en mi cabeza.

No debería ser así con su futura esposa.

El pensamiento me causa pensamientos contradictorios; por una parte siento un poco de suficiencia al pensar que en realidad él no se quiere casar, pero luego pienso en María, y nadie (sin importar qué tan chillona pueda tener la voz) se merece una mala actitud de parte de la persona con quien quiere compartir su vida.

— ¡Cierto!— chilla entre risitas y no puedo evitar que mi mandíbula caiga abierta ante su actitud.

La veo salir del vestidor y siento que se me revuelven los apellidos.

La muy … ¡tiene un cuerpo muy lindo!

Lleno de atractivo natural y todo eso,  y yo… pues aún conservo las estrías de… ¡No vayas por ahí, Dina!

María da vueltas, luciéndole el vestido a Daniel.

¿Por qué tiene que ser tan guapa?

¿Por qué no podía ser la hija del Grinch, ah?

— ¿No se supone que la ex es la bonita y la novia actual la fea?— gimoteo en voz alta, y lo noto muy tarde.

Merde.

Recontremerde.

Daniel me mira con el ceño fruncido y los labios de la tonta María están más tensos que cuerda de violín.

— ¡Diiiiina, mi consentidaaaa!— me llama la voz de Pablo desde la entrada de la tienda y comienzo a desear con todo mi corazón que la tierra se abra en una grieta bajo mis pies y ¡zas!, me trague enterita.

Dios, si estás ahí y puedes oírme…

— ¡¿Pablo?!— pregunta Daniel y yo deseo que la tierra me trague y me escupa en Narnia.

Veo cómo el rostro de Daniel pasa por la erupción de tantos sentimientos como un volcán totalmente activo.

Pablo palidece totalmente y si no estuviera tan asustada por todo esto, me reiría de su cara de tonto.

—Daniel… ¡¿Daniel?!— pregunta, dejando caer la bolsa de churros que traía en la mano.

— ¡¿Siempre supiste dónde estaba, no?!— explota Daniel y María se apresura a interponerse entre Daniel y Pablo.

Está tan molesto que aparta a María de un empujón. Cae sobre su trasero perfecto y en éste momento pienso que la verdad no está tan mal ser yo.

Vuelvo a la realidad con un gruñido que suelta Daniel.

—Daniel, Pablo no… ¡DANIEL!— grito cuando lo veo de camino a su hermano.

Tantos años ocultándome no sirvieron de nada… ¡Va a matarlo!

—Espera, Daniel, no es lo que cr…—comenzó a explicar Pablo, pero Daniel se le va encima con violencia.

Recontremerde.

Los hermanos Carnelutti se convierten en una mezcla de extremidades y gemidos adoloridos.

María se deshace en gritos que me dan ganas de asfixiarla con mis propias manos.

Al ritmo que vamos, en treinta minutos tengo a todos los comerciantes de la calle diciendo que vieron cuando dos hermanos se mataban a golpes.

Me apresuro a separarlos y en primer lugar me gano tremendo empujón que me envía directito contra la mesa donde corto los moldes.

Regreso a la contienda, al principio me cuesta un mundo (por la fuerza que se gastan) pero logro sacar a Pablo medio decente, mientras alejo a Daniel de él con un empujón.

Mis manos tiemblan incontrolablemente y los latidos de mi corazón amenazan con explotarme los oídos.

¿Dónde está Sonia y su súper—carácter cuando se necesita?

Pago una empleada fantasma.

— ¿Qué te pasa, imbécil?— grita Pablo enojado, sus dedos acarician su labio sangrante.

Pienso en decirle que en el botiquín de primeros auxilios tengo cosas para tratar eso, pero comienzo a sentir náuseas. Veo a Pablo acercarse a mí y extender sus manos en mi dirección. Mi esófago se contrae y mi vista se nubla hasta que todo se vuelve negro.

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