Ella...

No sé por cuantas horas me quedé esperando a Melanie fuera de la cafetería, que hasta el coxis lo sentía dolorido, por lo que salí del auto y estiré mi cuerpo un poco. Se hacía cada vez más de noche, y no había atención de que el establecimiento cerrara pronto. Es muy tarde, ¿cómo es posible que hagan trabajar a las personas a largas horas de la noche?

Había llamado a Katie hace algunas atrás, y me dejó pensativo eso de que se encontraba reunida con un amigo. Por mi propio bien, espero que sea cierto. Mi hija me hará padecer de un infarto antes de tiempo.

Desde lejos vi como la propia Melanie le daba vuelto al letrero, dejando en claro que ya no se encontraba abierta al público. Varios minutos más tarde, salió y caminó directo hacia mí. Me puso un poco nervioso su mirada, al parecer parecía disgustada o tal vez sorprendida de verme aun allí.

—Sr. Keith — cruzó los brazos a la altura de su pecho, enarcando una ceja inquisitiva—. ¿Me puede decir qué hace aquí, todavía?

Perfecto, para no ser más incómodo el momento, ni siquiera sabía por dónde empezar a hablar. Mi propósito era acompañarla a su casa, más no darle una explicación del por qué la había esperado toda la tarde y parte de la noche fuera de su lugar de trabajo.

—No vayas a pensar mal de mí. Como te había dicho antes, me quería asegurar de que llegaras a casa a salvo.

—No tenía que molestarse, Sr. Keith — me mostró la misma sonrisa formal que siempre me ha dado—. Puedo ir sola a mi casa, me sé cuidar.

—No lo pongo en duda, pero a raíz de que su único medio de transporte se encuentra averiado, pues creo que lo mejor es que suba al auto y la llevo a su casa — dije rápidamente, ni siquiera sin comprenderme a mí mismo lo que acababa de decir.

—Bueno, ya que insiste — rodeó el auto, soltando una suave risita.

Subimos al auto y conduje hacia su casa. No era la primera vez que la llevaba, pues recuerdo haberlo hecho cuando era más pequeña. En el camino a su casa, puse un poco de música para aligerar el ambiente. De nuevo no encontraba que decirle, tal vez se debe a que me he vuelto un hombre de pocas palabras.

—¡Me encanta esa canción, Sr. Keith! ¿Le puedo subir una rayita? — hizo un gesto muy gracioso con sus dedos, a la vez que picaba un ojo y esbozaba una sonrisa radiante.

Era un gesto familia, un gesto que puso a mi corazón a mil. Tenía la impresión de que me moriría de una taquicardia.

—Por supuesto… — tragué saliva.

Talk to me softly

There's something in your eyes

Don't hang your head in sorrow

And, please, don't cry

I know how you feel inside, I

I've been there before

Something is changing inside you

And don't you know

Don't you cry tonight

I still love you, baby

Don't you cry tonight

Don't you cry tonight

There's a heaven above you, baby

And don't you cry tonight

Escucharla cantar fue como haber estado con Elena hacía unos años atrás, en el mismo auto, cantando alegremente esta misma canción que era una de sus favoritas. Melanie cantaba en tono dulce, acompasado, tranquilo. En tono tan envolvente y destructivo a la vez, tan angelical y demoniaco a un mismo tiempo; transportándome a los días más felices y tristes de mi vida. Su voz acariciaba mis oídos, haciéndome estremecer lentamente entre cada palabra fluida que de sus labios salía.

Fue inevitable no sentir la necesidad de besar sus labios y robar su aliento hasta que entendiera que lo necesitaba para poder respirar, de gritarle a los cuatro vientos hasta quedarme sin voz que no me dejara solo nunca más. Que aun la amaba con todas las fuerzas de mi ser. Que cada noche me hizo falta su calor y su cercanía. Que aún nos quedaba un camino que recorrer por delante, pero entonces, así como llegó su recuerdo, así mismo se esfumó de entre mis dedos. Desperté tras el furioso grito que escuché a lo lejos.

—¡Sr. Keith, no se duerma! ¡Nos podríamos estrellar! — Melanie sacudió mi hombro, e inmediatamente frené en seco.

Mi corazón bombeaba fuerte dentro de mi pecho, cada martillazo de este me hacía doler mis huesos y mi piel. Ella estaba a mi lado, viéndome con genuina preocupación. Por breves segundos el olor a su perfume me enredó en su nota dulce.

—¿Se encuentra bien, Sr. Keith? — apoyó una mano en mi hombro, haciendo que me paralizara por completo—. ¿Puedo manejar por usted? No se ve nada bien.

—Estoy bien, un poco cansado, pero bien — arranqué de nuevo el auto.

—¿Seguro? Mírese nada más; está temblando — incluso su expresión de preocupación me la recuerda.

¿Por qué? ¿Por qué me la recuerda tanto?

—Tranquila, me encuentro bien.

Elena tenía los ojos de color tan puro y único como el de la esmeralda. Melanie tiene ojos cafés, brillantes y grandes. No se parecen en absolutamente a nada; sin embargo, ella me ha recordado que nunca más tendré la dicha de tenerla entre mis brazos. No se supone que me sienta de esta manera, pero es inevitable no recordarla; Elena de joven, era como ella…

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