Capítulo 1

Abro los ojos aún cubiertos de lágrimas. Tengo que parar de hacer esto, una noche de viernes más que no paro de llorar su ausencia y ya ha pasado un mes que no está conmigo. Le hice prometer que mi rutina cambiaría, que saldría a disfrutar de mi juventud… Probablemente ella me llamaría la atención y obligaría a “menear mi trasero” hasta el bar más cercano.

Me siento en la orilla de mi cama y como por arte de magia mi móvil suena indicando que es Lucía, mi mejor amiga.

—Vane, ¿qué dices?, ¿una copa?— suspiro sin comprender como mi amiga siempre sabe cuando más la necesito.

—Llamas justo a tiempo —chilla un poco y tengo que alejar mi móvil de la oreja.

—Pasaré por ti en 20 minutos —la llamada termina y obligo a mi cuerpo a levantarse de la cama. Ha pasado muy poco tiempo desde que ella se fue y la extraño. Sus pertenencias siguen en el último lugar donde las dejo, no me atrevo a moverlas ni un poco.

Voy a mi closet y selecciono una falda negra y una blusa color blanco con destellos brillantes, plataformas negras y me recojo el pelo en un improvisado moño. Me miro al espejo y no puedo evitar fruncir el ceño ante las horribles bolsas que se forman debajo de mis ojos… de verdad, luzco fatal, trato de maquillarme un poco para ocultar esa tristeza que sigue abrumándome y cuando menos lo imagino el claxon del taxi resuena fuera de casa y el grito de mi amiga me confirma que ha llegado.

Salgo del departamento y escucho el sonido de mis plataformas retumbar en la acera mojada por la lluvia de hace unas horas. La brisa me relaja un poco, me tomo un tiempo para tomar una gran bocanada de aire y volver a caminar hasta que mi amiga vuelve a gritar.

—¡Vamos chica!, me haré vieja aquí —niego varias veces sonriendo y me adentro en el taxi—. Luces muy bella.

—No tanto como tú — nos fundimos en un abrazo fuerte. Lucía es lo más cercano a una familia para mí, de hecho es mi única familia en este momento. Ha estado para mi por años en mis momentos más solitarios y dolorosos, realmente se merece el cielo. La miro sonreír de oreja a oreja y si, luce sofocantemente hermosa. Es rubia y muy alta, sus largas piernas y exuberantes curvas dejan a varios hombres sin aliento al verla pasar.

La miro de reojo mientras le dice al conductor por donde tiene que ir y apenas alcanzamos a intercambiar un par de palabras cuando nos encontramos frente a un antro-bar, el más tranquilo que conozco, lo cual agradezco infinitamente.  

Bajamos del auto y estoy a punto de hacer fila para pagar la entrada cuando mi amiga se escabulle por el inicio de la fila y saluda a los guardias quienes nos dejan pasar sin chistar.

—Hey, no hemos pagado… —mi amiga me mira de forma que hace que me arrepienta de haber dicho eso.

—Vane… disfruta —carraspeo un poco y asiente mientras tratamos de abrirnos paso hasta la barra pero el lugar se encuentra mucho más lleno de lo normal.

—Hey chicas, que gusto verlas— Juan se acerca a nosotras y nos planta un beso en la mejilla a cada una.

—Hola Juanito, ¿Qué te parece si nos sirves unas margaritas a tus clientas preferidas? —el chico asiente sonriendo. Es completamente increíble lo fácil que es para Lucía hacer esto.

Conocemos a Juan desde hace unos meses, es muy amable. Solemos venir aquí muy a menudo ya que como había dicho el lugar es muy tranquilo y perfecto para hablar y bailar un poco, pero hoy… ni siquiera puedo caminar.

—Aquí tienen nenas— agradezco el gesto y doy un sorbo cuando escucho un grito y es un chico pidiendo un trago más—. Hoy hay gente importante.

Apunta hacia el área VIP y agudizo mi sentido de la vista para observar a un conjunto de chicos con muchachas entre sus piernas, alzo mis cejas y vuelvo a concentrarme en mi trago.

—Creo que la están pasando de maravilla —dice mi amiga antes de correr a la pista. Yo decido esperar un rato más sentada en la orilla de la barra. La música inunda por completo mis oídos, es una combinación electrónica que a todos parece gustarles.

—Vamos a bailar— grita Lucía tomándome de la muñeca y guiándome a la pista.

En mis oídos retumba “Give me everything tonight” un clásico. Dejo llevar mi cuerpo y bailo de manera muy cómoda por lo que me parecen horas. Trato de no pensar en nada, relajarme y no estar triste, pasar un buen tiempo con mi amiga, me ha hecho el favor de sacarme de ese mal rato después de todo.  No sé muy bien cuanto tiempo ha pasado pero comienzo a sentir mis pies bastante adoloridos así que me encamino de vuelta hacia la barra.

—Una margarita— digo en dirección a Juan y este asiente. Comienzo a sentir mucho calor y siento como el sudor recorre mi espalda.

—Aquí tienes— le agradezco con una sonrisa y extiendo el efectivo. Doy un sorbo y me doy el tiempo de mirar a mí alrededor.

El lugar está a reventar, la zona VIP parece tener muy buen ambiente, las chicas no paran de gritar y bailar, empujan sus vasos y vuelven a contornearse hacia los hombres sentados al rededor. Tomo otro sorbo y cierro los ojos cuando escucho una voz

— ¿Porqué tan sola belleza? — ruedo los ojos al escuchar esa tan ridícula frase.

—Porque quiero— me concentro en la barra de nuevo. Miro de reojo al inteligente hombre que se le ocurrió hablar y es un chicho de tez blanca y amplia sonrisa.

—¿Estas de mal humor?, déjame te invito una copa, tal vez eso lo mejore…— dice sentándose a mi lado con una media sonrisa

—No gracias, puedo pagarlas— es cuando nuestros ojos se cruzan y recuerdo haberlo visto con el tumulto de chicas en la zona VIP, ¿Qué hace aquí?

—Vamos es solo una copa— hace una seña a Juan con los dedos—. Tráele otra copa a la señorita de… lo que sea qué esté tomando.

Juan lo mira con ojos de indiferencia, asiente y se aleja.

—Y dime, ¿Cómo te llamas? —Juan se acerca con la bebida y la pone frente a mí, le sonrío y la empujo hacia donde está el chico.

—Que disfrutes tu copa— me pongo de pie y lo dejo ahí con cara de molestia. Siento como el alcohol poco a poco entra en mi sistema así que es cuando decido que tuve suficiente por esta noche. Comienzo a buscar a Lucía y la encuentro abrazada de un hombre en la pista.

—Genial —bufo y me dirijo a ella—. Lucía, quiero irme.

—¿Qué?, Estás loca Vane… es apenas media noche.

—Nos vemos luego entonces —digo dándole la espalda. Comprendo de inmediato  que mi amiga no quiere irse aún, la está pasando bien con ese hombre y no pretendo arruinarle su posible polvo, así que opto por volver sola a casa. Me vuelvo hacia la barra y tiro un beso al aire a Juan haciéndole sonreír. Dirijo mi cuerpo hacía la puerta para encontrarme con una bola de gorilas.

—Con permiso—  trato de salir de entre ellos, su olor es asqueroso, parecen estar bastante alcoholizados—. ¡Quítate!

Le grito a uno que está detenido en la puerta, tiene un par de chicas a los lados. El hombre se gira y nuestras miradas se cruzan pero yo me vuelvo inmediatamente y continúo mi camino.

—¡Al fin te encuentro, amor! — lo escucho gritar pero sigo caminando, pobre chico.

—Señorita— me detiene uno de los guardias y apunta hacia atrás, es cuando me doy cuenta de que el gorila mujeriego camina hacia mi dirección tambaleándose.

—Al fin te encuentro— balbucea y pasa el brazo por mis hombros. A penas y logro verlo a los ojos. Debe de medir 1.90 metros y las luces del lugar no me ayudan a distinguir su rostro. Estoy segura que no le conozco.

—No, te has equivocado— él niega y con su largo brazo empuja la puerta hasta abrirla, obligándonos a salir. El aire húmedo golpea mi rostro haciendo que me tambalee un poco. Trato de quitármelo de encima pero es imposible, pesa demasiado.

—Disculpa, creo que te has confundido—puedo sentir sus torneados músculos cubriendo mi cuerpo.  Debería dejarlo caer y pedir un taxi pero eso no sería muy amable de mi parte. Probablemente terminarían robándole o siendo lastimado y yo seré la única culpable.

Con las margaritas recorriendo mi sistema trato de solucionar el problema mientras miro alrededor. El lugar está desierto y mis pies me están matando y más su peso recargado en mí. Su voz me saca de concentración.

—Tú eres mi ángel— balbucea. La luz del faro público ilumina su rostro haciendo que me quedo anonadada al ver esos profundos ojos color café verdosos rodeados de pestañas y cejas tan oscuras y pobladas que me dejan sin poder decir algo. No puede ser de Madrid, su acento es extraño.

—No— digo sin aliento y trato de mantenerlo en pie. Hace frío aquí afuera, busco en su chamarra alguna identificación, pero necesito de mucho más esfuerzo para mantenernos en pie.

—Eres preciosa— dice justo antes de caer desmayado. No puedo con ese peso ni un minuto más. Miro a mi alrededor en busca de ayuda y es cuando uno de los guardias fuera del lugar se percata de mi problema y se acerca a mí a paso rápido, juntos lo sentamos en una banca cercana.

—Muchas gracias— asiente y suspira, puedo percibir disgusto en su rostro.

—Es triste… él es ídolo de mi hijo y verlo en estas condiciones…— no comprendo a que se refiere.

— ¿El ídolo?—  pregunto confundida

—Él es Bruno Dihmes —no conozco mucho de deportes pero he escuchado bastante de Bruno Dihmes, un reconocido futbolista ahora propiedad del club más poderoso en Madrid.

—Oh vaya— él guardia me dedica una sonrisa para después alejarse y volver a su trabajo.  Miro al hombre desmayado en la banca y bufo.

—Qué ejemplo das— digo como si pudiera escucharme.

Continuo buscando algo que pueda ayudarme a devolver al famoso Bruno Dihmes a su casa así que reviso los bolcillos de su cazadora y nada, hasta que miro un pequeño bulto en la bolsa de su pantalón. Debe ser el móvil.

Con esfuerzo lo termino por sacar y pero tiene clave, así que coloco todas sus huellas hasta que por fin una funciona. Voy al directorio de números… ¿Pero a quien iba a llamar?, ¿Al número de emergencias y decirle que tengo al futbolista más famoso en la actualidad desmayado en una banca fuera de un club nocturno?

Tomo un largo suspiro y miro al cielo en busca de alguna respuesta. El aire ahora es más frío y hace que comience a temblar. Bajo mi mirada hacia él y me doy cuenta que parece bastante relajado. Una punzada de angustia me obliga a acercarme a su cuello y tomar su pulso, vuelvo a respira al confirmar que aún está vivo. Y como por arte de magia la idea surge ¡claro!, las llamadas recientes.

Tomo de nuevo el celular un poco más segura y encuentro solo números sin nombre hasta que un tal Marcelo aparece y hay bastantes llamadas para él así que no pienso más y llamo.

—¿Dónde carajos estás? — contesta un gruñido que me hace sobresaltar.

—Yo…— me quedo sin palabras y miro hacía el suelo, ¿cómo se lo digo?, parece muy molesto.

—¿Si? ¿hola? ¿Quién habla?— trato de recomponerme y hablar rápido

—Disculpa, soy Vanessa Carballo…— escucho sonidos extraños al otro lado.

—¿Por qué tienes ese celular? ¿Dónde está Bruno?—  me interrumpe y con una voz apenas audible le contesto.

—Está desmayado en una banca— el hombre de extraño acento gruñe y termina haciéndome las preguntas que hace tiempo esperaba como, ¿dónde nos encontrábamos? y si el hombre estaba bien para después colgar.

Miro el móvil que indican las 12:45 am es un alivio saber que mañana no voy al trabajo.

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Al cabo de unos minutos un auto negro se estaciona frente a nosotros abriéndole paso a un hombre delgado y altísimo tanto o igual que el que se encuentra inconsciente a un lado mío.

Me pongo de pie sin decir una palabra y miro como el hombre levanta al futbolista como si fuera cualquier cosa para después meterlo en el auto. Frunzo el ceño y es cuando noto que me mira directamente.

—Ten—  estira su mano entregándome un fajo de billetes, frunzo el ceño.

—Guárdate tus billetes— contesto de mala gana y le entrego el celular dándome media vuelta cuando me detiene por el codo.

—No, tómalos— ordena con una voz terriblemente gruesa y con un acento extraño, me hace molestar bastante, me hace sentir como si fuese una cualquiera y estoy sumamente cansada y no he llegado a casa por su estúpida culpa. Ya no puedo más, el alcohol me da algo de valor y lo miro fulminándole con la mirada, sin pensar le doy una fuerte bofetada.

—No soy una prostituta, ese idiota que tienes en el auto se colgó de mí cuando iba saliendo— su rostro es mera sorpresa—. No quiero tus billetes.

Me acerco a la calle para pedir un taxi. Puedo visualizar algunas luces cerca.

—Deja que te lleve entonces— sin mirarlo niego y como lo había previsto un taxi llega de inmediato. Me adentro a toda prisa con mucha indignación. Eso te pasa Vanessa por andar ayudando a borrachos, Vanessa.

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