Capítulo 4

Giovanni no dejó su departamento en todo el día más que para su usual carrera matutina. Estaba acostumbrado a la actividad y era difícil quedarse sin hacer nada; pero no se había sentido con ánimos de ir a su empresa y mucho menos de ver ningún rostro conocido, en su lugar había optado por quedarse en casa.

Su compañía de guardaespaldas podría sobrevivir sin él por unos días más. Además, había dejado a su amigo a cargo por si algo sucedía. Después de todo, desde hace unos meses su único trabajo era ir y supervisar que la compañía siguiera en pie. No era precisamente de su agrado, lo suyo estaba en el campo de acción y, aunque seguir personas de un lado para otro no era igual de emocionante, al menos era mejor que estar sentado detrás de un escritorio.

Su celular vibró en la mesa y se acercó para tomarlo. Era un mensaje de Luka, su mejor amigo.

<<¿Todo bien?>>, decía el mensaje.

Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro. Luka siempre se preocupaba por el resto. Los dos se habían conocido hace muchos años. Él era casi como un hermano y habían pasado por muchas cosas juntos. Se habían conocido en el barrio donde ambos vivían y no habían tardado en hacerse amigos. Los padres de él y sus profesores no habían estado muy contentos cuando eso sucedió, debido a que Luka era responsable y nunca se metía en líos; en cambio él era todo lo contrario. Pronto los padres de su amigo entendieron su situación y lo ayudaron hasta donde pudieron. Si Giovanni no había terminado en un centro de detención para menores, fue gracias a la familia de su amigo que siempre había tenido las puertas abiertas para él.

Cuando no sabía qué hacer con su vida y se enlistó al ejército, Luka lo siguió allí. Por mucho tiempo creyó que su amigo pudo haber hecho algo mejor con su vida, pero él parecía muy feliz con la decisión que había tomado.

<<Sí>>, respondió escueto.

No recibió otro mensaje. Él no iba a presionarlo para hablar, no todavía. Pero dentro de algunos días aparecería en su departamento y lo obligaría a hacerlo. Luka era la única persona que sabía muchas más cosas sobre su vida que el resto.

Regresó el celular al mismo sitio de antes y continuó con su labor de limpieza. Solo le faltaba la cocina y habría terminado. Empezó por los estantes de abajo y luego pasó a los de arriba. Encontró el frasco de galletas que le había traído la mamá de Luka la última vez que lo visitó, lo alzó para sacar algunas de ellas. Entonces fue cuando vio el jarrón, o lo que quedaba de él. Su vecina no lo había robado como creyó. Ella lo había roto y en lugar de deshacerse de él, lo había ocultado donde podía ser encontrado en cualquier momento.

Tomó los restos y los puso en una caja, ya vería que hacer con él. Algunas ideas muy tentadoras surgieron en su cabeza, pero ninguna de ellas era factible… O quizás sí.

Eran cerca de las seis de la noche cuando escuchó un ruido en el pasillo. Estaba acostumbrado a mantenerse alerta y era difícil abandonar la costumbre, pero a diferencia de Mia, él no espiaba a través de mirillas. Su vecina podía creer que no la había notado detrás de la puerta a primera hora, pero después de años de entrenamiento podía percatarse de muchas cosas. Cuando sintió esa extraña sensación de ser observado, él primer lugar al que había mirado había sido su puerta. Una pequeña sombra, aparecía por debajo de la misma, un detalle apenas perceptible; sin embargo, ese era su trabajo darse cuenta de los mínimos detalles.

No tenía idea de que había estado haciendo Mia levantada desde tan temprano, pero bien decían que el crimen nunca descansa.

El sonido que había llamado su atención incrementó y lo reconoció como la voz de la loca mujer entonando una canción, ella cantaba con toda la pasión. Olvida lo de no mirar por la mirilla. Necesitaba ver eso. No la iba a espiar, solo le regresaría el favor de la mañana.

Mia estaba con los audífonos en la oreja y buscaba algo en un su bolso. Sacudía la cabeza al ritmo de lo que sea que estuviera escuchado y cantaba como si estuviera en un concierto. No estaba seguro de que, con tanto movimiento, ella pudiera encontrar lo que estaba buscando.

A diferencia de la noche anterior, ese día ella estaba usando ropa que era de su talla y pudo admirar su cuerpo. No iba a negar que ella atractiva, tenía curvas en los lugares adecuados. 

Se alejó de la puerta sacudiendo la cabeza. Ya había actuado más extraño de lo que haría en un día normal.

Se acercó a coger su chamarra y una vez escuchó que el sonido del pasillo desaparecía, salió de su departamento.

Dio una vuelta por algunas calles y luego entró a un bar. El lugar estaba iluminado con luces tenues y apenas se podía ver el rostro de los que estaban allí. Había mesas distribuidas por todo el local, más de la mitad de ellas estaban ocupadas. Era viernes por la noche y las personas solían salir a relajarse un rato.

Se acercó a la barra y se sentó lo más lejos que pudo del otro único hombre sentado allí. No tenía idea de que hacía allí, él no tomaba, era un voto que había hecho cuando era muy joven y no lo había roto incluso cuando fue objeto de burla.

—Buenas noches, ¿qué te sirvo? —preguntó la mujer detrás de la barra cuando se sentó. Ella se inclinó sobre la barra, apoyándose sobre sus manos. Se acercó demasiado para su gusto y le dio una sonrisa que tenía el propósito de ser coqueta.

No era la primera vez que una mujer invadía demasiado su espacio personal.

—Una soda, por favor —pidió con seriedad. La mujer parpadeó sorprendida, asintió y se alejó.

Su pedido estuvo frente a él en cuestión de segundos y ella se mantuvo alejada. Lo cual era bueno porque quería estar solo. Giovanni le dio un sorbo a su bebida y luego jugó con uno de sus dedos sobre el borde de su vaso.

No quería recordar, pero el pasado vino a él y fue imposible pararlo. Paolino, su padre, era de esos hombres que pasaban su tiempo en lugares mucho peores del que se encontraba en ese momento. Era muy bueno para gastarse todo el dinero que tenía en bebidas y luego regresaba a casa para golpearlo a él y a su mamá. Cuando era muy pequeño su madre se ponía de escudo y recibía la mayoría de las palizas.

Siempre se había preguntado porque su madre no se había marchado, pero nunca había tenido la oportunidad de hacerlo. Aún muy joven se había prometido que alejaría a su madre de los maltratos de su padre, pero ella había muerto mucho antes de que ganara su primer sueldo. No había estado más para protegerlo y le tocó aprender a hacerlo. La única vez que su padre intento pegarlo después de eso, lo había cogido de la solapa de su mugrosa camisa, ya por entonces era más alto que él, y lo había amenazado. No podía recordar cuales fueron las palabras que habían salido de su boca, había estado demasiado ofuscado, pero su padre no volvió a intentar ponerle una mano encima.

Cuando tuvo la edad suficiente se había marchado y solo había regresado a verlo una vez en todo ese tiempo, las cosas no habían cambiado mucho y decidió que estaba mejor lejos de todo ese desastre. La segunda vez que volvió, fue esa semana y solo lo hizo por la muerte de su padre. Tenía que asegurarse de que alguien lo enterrara y vaciar el lugar que había ocupado durante ese tiempo, el cual Giovanni se había asegurado de pagar para que no lo perdiera. Podía haber sido un bastardo, pero había sido su padre. Además, era lo que su madre habría querido. Ella siempre decía que hubo un tiempo en que no todo había sido tan malo, lástima que él no podía recordarlo.

Se llevó su vaso a la boca; la soda se había calentado y se obligó a tomar el contenido del vaso de un solo sorbo antes de depositarlo encima de la barra. Se levantó, colocó un billete que cubría el costo de su bebida y la propina de la barman y se marchó.

Salió de regreso a la noche, la temperatura había bajado considerablemente, pero apenas se inmutó. Miró la hora en su reloj de muñeca y vio que era cerca de la medianoche, no se había dado cuenta de que él tiempo había pasado tan rápido. Metió las manos dentro de los bolsillos de su chamarra y caminó de regreso a su departamento.

Apenas llevaba un par de cuadras cuando sintió que alguien lo seguía. Mantuvo la calma y se concentró en identificar cuantos eran. Los pasos pertenecían a dos personas, pero no podía estar del todo seguro. Pasaron unos minutos antes de que sintieran un objeto presionado contra su espalda, para entonces ya se había llenado de información.

—Date la vuelta y entréganos todo lo que tienes.

—No quieren hacer esto —dijo sonando aburrido.

—Nadie te dijo que hables.

Giovanni se giró con las manos en alto. Tal como había deducido eran dos hombres, uno lo tenía frente a él, sujetando una navaja y el otro estaba un paso más atrás sujetando un arma igual. Por la forma en que sujetaban las navajas, solo uno de ellos sabía cómo usarla y era el que le había abordado.

—Vacíale los bolsillos—ordenó su asaltante al que estaba detrás de él.

Espero que el otro hombre se colocara en la posición perfecta para propinarle un golpe a la altura de la quijada que lo mandó al suelo.

—¡Que demonios! —dijo el otro antes mover el cuchillo y rozarle el rostro, no fue un corte significativo.

Sin demora le propinó un puñetazo en el rostro, el sujeto podía saber cómo sujetar una navaja, pero no tenía buenos reflejos. El arma resbaló de las manos de su asaltante hasta el suelo, mientras se quejaba de dolor. Giovanni lo tomó del hombro y lo inclinó hacia adelante para darle un rodillazo en el abdomen. El hombre terminó en el suelo quejándose de dolor y esforzándose para respirar.

El otro hombre estaba tratando de levantarse, pero iba a tardar un tiempo. No quería alargar la pelea así que cogió las navajas y se marchó dejándolos allí.

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