Capítulo 1

                                                Olivia Campbell

Sentada en mi escritorio, mientras intentaba beber de mi café acompañado de un pan integral, pero era imposible, especialmente cuando los gritos de la mujer dentro de la oficina de mi jefe, me hacían crear una película pornográfica en la cabeza.

¿Cómo describirlo? En palabras resumidas es un Dios griego, pero en otras palabras era un promiscuo, arrogante, narcisista, era un maldito hijo de p**a de lo peor, un tirano, era Hitler en persona, ni toda la belleza que poseía podía compararse con su peculiar mal humor de siempre.

En la empresa todos lo temían, la puntualidad y el orden era algo muy característico de él, aunque lo primero siempre era un problema conmigo, pues siempre llegaba cinco minutos tarde, y sí, siempre me regañaba como una niña, pero ya estaba acostumbrada, a decir verdad, si no estuviera de mal humor, definitivamente me preocuparía. 

—¡Oh, Dios! Más rápido Dalbert —el grito de aquella mujer me hacía envidiarla solo por un segundo, sin embargo, desecho ese pensamiento rápidamente, pues tampoco quisiera imaginarme ser una más de su larga lista de citas.

Hace media hora había llegado exigiendo con esa voz chillona y actitud arrogante que ya todos los personales de la empresa conocemos, ver a mi jefe, pues, no es un secreto que es una de sus amantes y que, entre todas, ella es la que aún sigue con él, por su insistencia, ya que no le importa limpiar el piso con su dignidad, pues, después de desecharla como rejilla de cocina, vuelve nuevamente.

A veces creo que la gente rica son seres raros de otra dimensión, porque teniendo el dinero del mundo, los hombres a sus pies y una belleza descomunal, no le importan arrastrarse por un hombre que no le da ni la hora aparte de un buen orgasmo.

 Ni el buen polvo haría que me rebaje a tal nivel, soy demasiado orgullosa, aunque mirando mi estilo tan aburrido, no creo levantar la atención de nadie, y siendo franca, me da vergüenza exhibir mi cuerpo, por lo que siempre estoy vestida como anciana, pero no me mal interpreten, no es ese estilo de antes, solo que prefiero verme elegante con ropa holgada a una que defina mi cuerpo. Tengo una mala experiencia con eso, y mientras menos llame la atención, mejor.

Tengo un cuerpo bien definido, unas caderas pronunciadas, piel trigueña como la latina que soy, cabello castaño y lacio de ojos azules y una cara demasiado angelical para la edad que tengo, me considero una mujer muy bonita, aunque como dice mi prima, si explotara y aprovechara mi belleza talvez hoy sería una gran modelo de diferentes marcas internacionales, pero como soy más reservada, aquí estoy, detrás de un escritorio escuchando como una rubia operada llega a un orgasmo.

Amablemente le había indicado a la mujer que mi jefe no se encontraba, pero, como de costumbre, mi palabra no tenía validez, simplemente me ignoró e ingreso a la oficina de Hitler, ya ni me moleste por aquello. Minutos más tarde, mi jefe llego, y con su peculiar cara de culo, me ignoro e ingreso a su oficina, y por lo que me he percatado, no se molestó, ya que ahora la tiene gritando como desquiciada.

—¡Eres un Dios en esto! —gritó nuevamente, y fue suficiente para hacer a un lado mi café y suspirar. Tenía planeado alejarme para darle más privacidad, pero la voz de Paulo me detuvo, cuando me disponía a salir. 

—No entiendo como tienes estomago para aguantar —murmura con una sonrisa —, por lo que oigo, hay un festín allí dentro.

Paulo es un hombre encantador, aunque sin duda también un mujeriego, tiene el cabello rubio, con unos ojos color verde, un cuerpo bien trabajado y como todos los hombres que trabajan como empresario, un traje a la medida que lo hacía ver imponente, aunque cabe destacar, que Paulo, era el abogado de la empresa, pero tiene su propio bufete y es uno de los mejores en el país.

Me encojo de hombros ante su obvia deducción y le brindo una sonrisa de disculpas. ¿Por qué? No tengo la menor idea, solo siento que se lo debía por tan bochornoso momento. 

—Cuando se desocupe, lo atenderá —lo cual es lo más prudente. – Tome asiento, por favor, o desea ir a algún otro lugar, menos… ruidoso.

Tal comentario hace que su sonrisa se ensanche, pues está claro que se nota mi incomodidad ante tal momento, y no exactamente por su presencia.

—No entiendo como aún soportas trabajar para él, obviando esto, prácticamente te explota y no tienes tiempo de hacer vida social —cuestiona, mientras toma asiento frente a mi escritorio con una silla que estaba en el lugar de espera.

—La paga es buena —confieso, encogiéndome de hombros. 

Jamás hablaría mal de mi jefe a pesar de que sea un imbécil conmigo, pues sería una falta de ética profesional, aunque está claro que eso el Hitler no lo sabe.

—Eres un idiota, Dalbert —ahora el grito ya no es de placer, sino de furia. 

La puerta se abrió de golpe, dando paso a una muy enojada rubia despampanante muy desaliñada, con cara de ˃tuve sexo duro˂. Giro su rostro para toparse con nuestra presencia, y aunque intente ocultar su sorpresa, no lo logró. 

—¿Qué miran? —nos gritó a ambos, intentando acomodar su enmarañado cabello y su corrido labial.

 Ninguno de los dos dijo ni hizo nada, solo decidimos ignorarla, fingiendo una conversación inexistente.

Mi jefe minutos después se asomó por el marco de la puerta con el ceño levemente fruncido. Observa con gesto severo a Paulo, quién solo sonreía por su gesto, y luego a mí, quien estaba tan callada, incluso más que el silencio mismo. Me cito una serie de tareas antes de dar la vuelta e ingresar, y cuando creí que ya me quedaría sola, su voz me hizo pegar un brinco desde mi lugar. 

—Por cierto, necesito que vayas a la tintorería por mi traje, y también necesito los planos del Señor Pasotti. —ordenó, como siempre, voz fría.

Mi jefe no era la persona más amable de este planeta, en su vocabulario no existía un ´´por favor`` o un ´´gracias´´, solo daba órdenes como un puto robot y yo debía cumplirlas, de lo contrario simplemente no debía presentarte a trabajar al día siguiente.

—Por supuesto, señor —respondo, mientras empiezo a acomodar mis cosas en mi escritorio, antes de empezar a movilizarme fuera de él.

De reojo, lo veo aun parado allí, lo miro y veo que observa su costoso rolex con aire de Soy el Rey del mundo, para después mirarme.

—Ahora —sentencia, y con esto última orden, se adentra a su oficina dejándome allí sorprendida. No sé ni porque me sorprendo para ser sincera.

No quiero imaginarme el olor a sexo que debe de estar soportando el pobre Paulo allí dentro. Suelto una risita mientras me dirijo fuera de la empresa, para dirigirme a la bendita tintorería a buscar el traje que solicitó mi querido y amable jefe.

Llevaba en la empresa dos años, después de graduarme en administración de empresas, aparte de capacitarme en secretariado ejecutivo. Fue lo primero que se me ocurrió estudiar en la universidad, cuando en realidad no tenía idea de que seguir. Para ser honesta, ni siquiera tenía la intención y mucho menos las ganas de estudiar después de la muerte de mis padres y mi cuñada, pero me decidí por esta, para mantener ocupada mi mente de esos recuerdos dolorosos, especialmente después de aquel escalofriante momento de abuso por parte de Ilkai.

¿Cómo ingresé? No tengo la menor idea, simplemente, un día, buscando trabajo en el periódico, sentada en una banca; un hombre se acercó y me pidió mi carpeta para una entrevista, no sin antes presentarse sin decirme su nombre. Sólo sé que al día siguiente me llamaron para una entrevista y me volví la primera asistente personal del gran magnate que duraba más tiempo que las demás. 

Desde un principio no nos aguantábamos, y no nos agradábamos ahora, nuestra relación era apática y meramente profesional. Soy tan buena en mi trabajo, que es el único motivo que encuentro para que no me despida, teniendo en cuenta que nunca llego a hora, sin embargo, me las cobra con infinidad de trabajos que a veces siento que colapsaré de estrés.

Cualquiera diría que tengo el trabajo perfecto, y no lo discuto, me gusta mi trabajo, soy buena en ello, y sacando a Hitler de lado, es el trabajo de ensueño, pero como no todo en la vida es color de rosa, él si existe.

Una hora después ya me encontraba nuevamente en la empresa, con los planos en mano y su traje de diez mil dólares. Toco suavemente la puerta, haciendo una maniobra perfecta para que no se me cayeran los papeles y cuando escucho su gruesa voz darme autorización de entrar, abro la puerta y me adentro, cerrándola con los pies nuevamente.

Lo vi allí sentado mientras revisaba los papeles, tenía el ceño fruncido mientras con sus dedos golpeaba su escritorio. Su belleza me golpeo, como cada vez que lo hacía cuando bajaba la guardia. 

Era un hombre muy imponente, y su rostro serio lo hacía ver más atractivo y eso él lo sabía, sus ojos azules hipnotizaban a cualquiera, su traje a la medida y su cabello bien peinado, sin mencionar su aroma a perfume caro. Su sola presencia gritaba peligro, pero lo que más llamaba mi atención, era las pocas veces que veía en su rostro esa sonrisa, amaba, pues cada vez que lo hacía, dos hoyuelos se formaban en sus mejillas, dándole un aire más juvenil a su imponente presencia.

—Aquí le dejo su traje señor —aviso, colocando en el perchero del pequeño armario que había allí, después de eso me dirigí hacia su escritorio para dejar los planos.

—Ese no es el traje, Olivia —avisa—. El azul es el que necesito. 

—No me lo especificó —susurré, con la sangre empezando a hervir. Realmente me encontraba exhausta.

—No me preguntó. Ve por el azul —ordenó.

—Pero tardaré una hora en estar de vuelta aquí —aviso, con la esperanza de que se conforme con su traje gris, que no tiene diferencia.

—Entonces te recomiendo moverte, para terminar rápido —resignada obedezco y salgo con la sangre hirviendo, pero ya ni ganas de refutar tenía. Suelto un suspiro mientras salgo de la empresa.

Me sentía enojada y cansada.

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