Capitulo 4.

— Igualmente buscaremos alguna respuesta, no quiero que te quedes por obligación — Volvió a insistir Corina mientras alistaba la bolsa nueva para la b****a.

— Gracias por ser tan linda conmigo, te invito a cenar — propuso Gregory con una sonrisa, cautivándola cada vez más.

— Claro que si Gerónimo, pero yo la cocinaré — Manifestó encogiendo los hombros, mientras veía como se estaba ocultando el sol.

— ¡No! ¡No! ¿Cómo se te ocurre? Si te estoy invitando — Negó con su cabeza, metiendo las últimas latas a la bolsa de b****a.

— Por aquí casi no hay restaurantes, deja que sea así por favor y cuando recuerdes tú mismo me cocinas ¿qué dices? — Afirmó mirándolo a sus bellos ojos, mientras cerraba la bolsa de b****a.

— Está bien, solo porque tienes una excusa válida — Comentó riendo ambos, para dirigirse hacia su pequeño pero acogedor hogar.

Gregory se fue a bañar, dándose una fría, pero refrescante ducha, pidiéndole a Dios que le ayudará a recordar al menos su nombre original porque no creía que Gerónimo, fuera su nombre por palpitaciones del corazón llamaba. Por otra parte, Corina se había colocado su delantal mientras mandaba a su pequeño hijo a realizar las tareas. Estaba feliz e ilusionada, tal vez Dios le había enviado un ángel de esta forma por haber soportado tantos años de sufrimiento, tristeza y golpes. Se concentró en cocinar, había decidido hacer plátanos fritos, arroz con coco y un filete riquísimo en salsa de champiñón; la cocina olía exquisitamente porque uno de sus talentos era la gastronomía.

Gregory bajó después de colocarse una pantaloneta y un esqueleto que le había pasado Corina, según ella era de su hermano, pero bueno él prefirió no cuestionar; porque tenía dudas del padre del pequeño. Bajo hacia la cocina, se dejó llevar por el exquisito olor y ver a Corina cocinando con este sensual delantal despertó instintos escondidos en él. Se acercó, mirándola fijamente mientras ella le brindaba una sonrisa.

— Pronto estará la cena, siéntate en el comedor con Emilio — Manifestó donde Gregory asintió llamando a grito entero al pequeño, para que bajara. 

Corina pronto se acercó a la mesa con un agradable plato para cada uno, acompañando con borojó, un jugo único de su región. Se sentó al lado de ellos después de haber cerrado el gas, para que juntos compartieron en familia. Se encontraban comiendo en silencio, mientras cada uno observaba a los demás hasta que Emilio terminó con el silencio con una pregunta sorpresiva.

— Madre, ¿él será mi nuevo padre? — Interrogó inocentemente, se le hacía extraña su presencia en la casa debido a que ningún hombre se quedaba después del abandono de su padre biológico, ocasionando que Gregory y Corina se atoraran.

— No hijo, él solo viene a acompañarnos un tiempo — Manifestó sonrojada por la proposición de su hijo, internamente sería una buena idea para ella.

— No sé ni quien soy, perdóname Emilio — Confesó brindándole una sonrisa sincera mientras encogía sus hombros.

Siguieron en silencio, Emilio fue el primero que acabó dirigiéndose a la cocina para después ir a terminar sus tareas. Por otro lado, Corina acompañó a Gregory a su habitación para despedirse e irse a dormir.

— Espero que tengas buena noche — Susurro dándole un beso en la mejilla, cerca de sus labios sintiendo la tentación.

— Descansa, Corina — Dijo Gregory con su corazón agitado, porque su sola presencia lo hacía sentir bien. Sin embargo, tenía miedo porque no sabía realmente que había dejado atrás con su accidente.

Al siguiente día, Gregory se quedó con Emilio compartiendo en casa y aprendiendo las multiplicaciones mientras que Corina se había ido a trabajar en su tienda de ropas; allí estuvo un buen tiempo donde le fue bien hasta que llegó la hora del almuerzo; ella lo había dejado preparado en su casa antes de salir. Así que, aprovecho para coger ropa masculina de su propia tienda llevándole la adecuada a Gregory; sentía que un cambio le haría bien a su nuevo inquilino, además le gustaba llamarnos Gerónimo, como se llamaba su padre que en paz descanse.

Cuando llegó a la casa, sintió silencio total dándose cuenta de que su pequeño Emilio se encontraba durmiendo en la hamaca del jardín. Así que, entró subiendo hacia la habitación de Gregory para dejar la bolsa con la ropa dándole una sorpresa. Sintió el sonido de la bañera, causando intriga en ella además que la puerta se encontraba medio abierta; se acercó con precaución cogiéndose de ella para abrirla lentamente y viendo la silueta de Gregory reflejada en el vidrio totalmente desnudo; mientras se masajeaba la cara. Eso ocasionó que terminara de reflejar el deseo sexual que tenía ella por él; deseándolo cada vez más además ¿quién no lo haría? Si Gregory, tenía un muy buen cuerpo, con sus pectorales, su buen abdomen y esos muslos que hacían desear a toda mujer, Corina había quedado encantada con él.

Por otro lado, Elizabeth se encontraba desesperada en el ático sin saber de su pequeña Gabriela y como había sido tan ingenua de haberle creído a Adriano después de los miles advertencias que le había dado su marido fallecido sobre él. Sentía que había decepcionado a su alma, colocándolas en peligro. Salió de sus pensamientos, cuando sintió que abrieron la puerta dándose cuenta de que se trataba de Adriano con algo en las manos, además su sonrisa triunfadora y llena de soberbia.

— He traído un pequeño regalo para ti — Manifestó con orgullo, entregándolas a Elizabeth quien dudaba su recibirlas o no —, Es algo que te conviene.

— Está bien — Dijo cogiéndolas con fastidio, las esparció en el suelo mientras sentía como sus lágrimas caían y colocó su mano en su boca ahogando un pequeño grito.

— Querías ver a tu pequeña, ahí está — Comentó colocando sus manos entrelazadas en la espalda, viendo su reacción.

— Mi pequeña Gabriela, ¿dónde la tienes? — preguntó con su corazón arrugado, era una niña inocente que no debía estar en medio de esta guerra —, Déjala libre y haz conmigo lo que desees.

— Eso haré, pero apenas tú firmes el contrato que traigo por este lado — Sentenció con una sonrisa triunfante, viendo como Elizabeth lo recibe —, Eso me gusta, que seas una buena chica.

— Eres de lo peor, definitivamente — Susurro Elizabeth viéndolo con sus ojos rojos del dolor que sentía —, Gabriela debe quedar libre de todo esto ¿Oíste?

— Claro como tú digas, solo firma — Afirmó dándole un bolígrafo a Elizabeth, quien abrió la carpeta con las hojas dándose cuenta de que se trataba de darle todo poder sobre la mafia, dejando en el olvido todo el sacrificio que su bello marido había hecho por ella en las peores manos —, ¡Firma, carajo!

— Está bien, solamente libera a mi hija — Dijo mirándolo a los ojos, mientras temblaba con su mano firmando la primera hoja.

— ¡Carmen! Lleva a la pequeña Gabriela a la habitación que te solicite — Grito hacia la puerta, Elizabeth escuchó cómo respondía afirmativamente la empleada de servicios. Así que, lo miro por última vez para terminar de firmar las tres hojas restantes, cerrar la carpeta y entregárselo de mala gana a su secuestrador.

— ¡Gloria! Ven por Elizabeth — Ordenó mirándola fijamente, amaba ver como sus ojos reflejaban odio y deseos de venganza mientras Gloria le soltaba las cadenas dejándola solo con el lazo para subirla, llevándola a una nueva habitación.

Elizabeth solo quería ver a su pequeña Gabriela por quien daría la vida si era necesario; llegaron a una habitación donde la puerta era blanca, al entrar visualizar las paredes en su color pastel, tenía una cama doble grande, un tocador, el armario y al fondo otra puerta suponiendo que era el baño. Pero lo más llamativo, que ocasionó que se soltara rápidamente y a la fuerza de Gloria así sus manos siguieran atadas era ver a su pequeña Gabriela, jugando con unas muñecas cerca a la mesa de noche.

— Mi pequeña niña — Susurro llamando su atención, quién soltó las muñecas para abrazarla con fuerza; mientras Gloria se acercaba para terminar de desatarla.

Adriano salió triunfante del ático con los papeles en la mano, llamó a su abogado para poder realizar todos los transmites. Iba a ser el nuevo líder de la mafia, se había cumplido su nuevo sueño así que se dirigió a su habitación porque debía alistarse, había organizado una fiesta especial invitando a todo el mundo, hasta a su propia familia porque era hora de que todos supieran su nuevo cargo, lo respetaran como el líder de la mafia italiana.

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