C A P I T U L O ( 3 )

Hice la fila para recoger mi merienda y luego buscar un asiento. Me detuve en seco mientras buscaba un lugar cómodo donde sentarme, no sabía si era yo o realmente estaba delirando. 

El cabello rubio fue lo primero que vi, aquella misma cabellera que me topé esa noche en las vías del tren.

Un escalofrío recorre mi cuerpo lentamente, puedo aún sentir el enojo que me causaron sus palabras sarcásticas. Estaba placidamente sentado hablando con un grupo de chicos a su lado  habia una pelirroja que está en mi clase; recuerdo haberla visto en mi clase una que otra vez, se llama Cristine y otros dos chicos a los que no puedo llegar a identificar muy bien, pero uno es de tez morena y a su lado hay una chica con un largo lacio cabello negro.

Y para mi mala suerte a unos cuantos pasos está una mesa completamente sola, tal y como me gusta. Tomo aire y camino a paso a rápido, estando a tan solo unos centimetos cerca de ellos aumento el paso hasta llegar a la mesa. Estando en mi lugar de descando suelto el aire que tenía atorado y continuo con mi rutina. Saco la cuchara de su empaquetado y empiezo ver cuál era el menú de hoy: ensalada roja, puré de papa y tocino. Nada mal.

Nunca creí que las sorpresas llegaran por sí solas, aunque debíamos tener encuenta que excepciones.

La misma voz burlona de esa noche me interrumpió utilizando el mismo, soberbio; sarcástico y fastidioso tono de voz. Cerré los ojos buscando la calma que necesitaba. Lo mire tratando de no espantarlo. Sus ojos negros se toparon con los míos y sin perder tiempo habló:

─ ¿Ya pudiste calcular bien tu caída para la próxima? 

Lo miré avergonzada y con ganas de estrangularlo por su prudencia. Siempre vi el suicidio de una forma íntima, eran sólo decisiones apresuradas que tomaban las personas que tienen un callejón sin salida.

─ Sí, y también calcularé que no haya interruptores cerca. Por cierto, ¿Por qué no superas el tema y ya está? No te pediré las gracias si es lo que quieres. 

Él soltó una carcajada como si alguien le hubiese contado un chiste. Me acomodé en mi puesto con la mirada puesta en él.

─ No te las estoy pidiendo pero da igual  te deseo suerte para la proxima. 

Y con eso se fue. Hasta el momento esa había sido la conversación más larga que había tenido desde hace bastante tiempo, refiriendome a los chicos de mi edad. Desde que entré a esta nueva escuela había dejado mi virtud social fuera de mi alcance y estar en fiestas, clubes escolares, salidas de amigos sin Alice ya no tenían sabor para mí.

Las clases por el día de hoy ya habían acabado. No me topé con el chico rubio de las encuestas, y tampoco quería verlo hasta el final de mis días. En dirección para salir de la escuela intentando no toparme con las rayas de la baldosa tropecé con un chico que pasaba a dirección contraria de mí.

─ Lo siento… 

─ Ten más cuidado. ─ Sin mirarme me dio un pequeño empujón dejandome a un lado y siguió su dirección.

Disgustada y apenda por la tonteria que estaba haciendo en no toparme con las rayas de las baldosas miré a todos lados buscando que nadie hubiese pillado el suceso y en efecto, nadie lo hizo. Nunca creí en las coincidencias, pero sí en el destino, en opinión propia es más creíble y aceptable. La puerta del psicólogo estaba delante de mí, esperando que mi delgado cuerpo pasara por ahí.

Nunca he ido a una sección de psicología, tampoco creo que lo necesite. Recuerdo una vez en verano antes de que todo se fuera a la m****a mi madre dio la idea de ir a una sección familiar, ella siempre le gustaba experimentar cosas exóticas. Aunque nada lo fuese. Pero mi padre irritado del tema calló a mi madre diciéndole que eso solo era para gente enferma.

Tomé el pomo de la puerta insegura. Sin vuelta atrás entre. La sala estaba desértica, pero había una chica rubia sentada frente a un computador. Al notar mi presencia me sonrió.

─ Soy Ambrosia-

─ Antepenúltima puerta. El psicólogo Roger te está esperando.

Fue lo único que dijo y sin una respuesta de mi parte, me encaminé con las indicaciones de la muchacha. Al estar frente a la puerta toqué tres veces y una voz adentro me cedió el paso. El mobiliario estaba casi vacío. Sólo había un par de sillones marrones, una vitrina llena de libros, los cuales algunos pude alcanzar a reconocer. Las paredes eran completamente blancas y para darle vida añadieron unos cuadros excéntricos muy coloridos. Junto al lado del Psicólogo había un gran ventanal que podía ver a todos los alumnos.

─ Ambrosia Bridgers ¿No es así? ─ Dice y llevo su vista hacia una agenda frente a él. Llevé un mechón de pelo detrás de mi oreja y le sonreí afirmando.

─ Siéntate, no te quedes ahí de pie mirando lejos. ─ Señaló la silla que tenía frente a mí me sente dejando mi bolso a un lado  ─ ¿Qué tal la escuela?

─ A diferencia de otras, está bien.

El Sr. Roger sonrio a medio lado. No entendia que le causaba gracia. Supongo que mi respuesta pero no lo dije para ser simpatica sino mas para ser cortante. A este hombre lo he visto en los pasillos hablando con todos los profesores de la institucion, siempre lo veia serio y una primera impresion y se destacaba como arrogante. Pensé que era una persona irrelvante que solo supervisaba pero nunca se me vino a la cabeza que fuese un psicologo. De hecho, hasta ahora me doy cuenta que en la escuela existe en psicologo. 

─ ¿Has ido alguna vez al psicólogo? ─ Preguntó desconectado su vista de la libreta para mirarme a mi. 

─ A mi padre no le gustan. ─ Respondi sin mirarlo solo jugueteaba con los detalles que tenia mi pantalon. 

─ ¿Y a ti? 

─ ¿A mi?

─ Sí, ¿Qué te parecen los psicolgos o has ido alguna vez a uno?

─ Nunca he ido a una.

Deduciendo por su edad, era un hombre que pronto pasaría de los cuarenta, tenía una barba sumamente definida, ojos de color y un aire a superioridad. Me fijé en el reloj que estaba arriba de él. Era temprano, pero esto apenas empezaba. El Sr. Roger me hizo unas cuantas preguntas básicas y otras fueron muy extrañas. No podía parar de mirar el reloj, no odié la consulta sólo que fue agotadora, el estar cuestionándote cosas que no sabes tu la respuesta.

─ Hasta otro día, Sr. Roger ─ Fue lo único que dije y salí de ahí.

No sé cuánto tiempo paso de la salida de la escuela hasta la mitad del camino. No me molesta caminar, de hecho, siento que es la actividad más tranquilizante que existe, puedes apreciar el aire deslizarse por tu cuerpo o escuchar los arboles moverse. Pienso que no hay personas a mi alrededor, los animales es mi única compañía, tengo todo el libertinaje que deseo.

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