La cita

“La belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma”

Simone Weil

Pronto viene a su memoria, la tarde en que conoció a Miguel en aquel bar, mientras tomaba unas cervezas con Virginia y Camila.

–Karem, ¿te has fijado como te mira el tipo que está sentado del lado izquierdo de la barra?–comentó Virginia mientras, golpeaba con su codo a su compañera.

Karem voltea hacia la barra y observa a aquel hombre de inquisidora mirada.

El mesonero se acerca con una cerveza y señala hacia la barra. Mientras le comenta:

–La cerveza es por cortesía del señor Nuzzo.

Karem con algo de pena, levanta la mano para saludarlo, a manera de agradecimiento.

–No deja de mirarte, viste–insiste Virginia.

–Sí, ya me di cuenta.

–Deja de molestar a Karem, mi amor. ¿No ves cómo se pone roja?–dice Camila, mientras tiende su brazo sobre la cintura de ella, y le da un beso en la boca, demostrando a aquel hombre, de quien no debe fijarse.

Karem se levanta para ir al baño. Es inevitable no pasar por el lado de aquel hombre, pues es en dirección a él, que se encuentra el sanitario para damas.

Cuando se aproxima, su corazón se agita. Al pasar por su lado, saca el teléfono intentando disimular para no verle de frente. Aún así, Miguel le saluda:

–Feliz tarde, hermosa dama. Gracias por aceptar el trago–comenta con caballerosidad a la joven.

Ella levanta la cabeza, sonríe apenada y le da las gracias. Entra al baño. Cierra la puerta y respira profundamente, buscando calmarse. Ese hombre apuesto, elegante y caballero, la ha mirado y ella ha sentido arder su piel como un tizón.

Limpia su rostro, algo abrillantado por el calor. Se retoca el maquillaje y regresa a la mesa. Cuando observa, se sorprende ver que Virginia sale apresurada, detrás de Camila.

Karem se sienta. Le envía un mensaje:

–¿A dónde van?

–Ya regreso. Camila se molestó por una llamada que me hicieron.

 –OK. Espero por ustedes.

Karem bebé su cerveza, algo apurada.

Miguel la observa. Ella siente su mirada clavada en la espalda. Mira hacia la entrada y ve que comienza a llover. Llama al mesonero con su mano.

 –Me trae la cuenta, ¡por favor!

Cuando registra en su cartera para pagar. Oye la voz frente a ella, que le dice con gentileza:

–Permíteme pagar la cuenta.

Ella gira su levanta el rostro:

–No es necesario. Yo tengo para pagar.

–No he dicho lo contrario. Permíteme obsequiarte este brindis. Tus amigas se han ido y no es justo que pagues toda la cuenta, tú sola.

Karem sabe que aquel hombre tiene razón. Ella apenas trabaja medio tiempo y no tiene como pagar.

–Esta bien. Le agradezco su ofrecimiento. La verdad es que estoy algo corta de dinero.

–Gracias a ti, por aceptar mi ayuda.

Él entrega la tarjeta al mesonero. Se sienta y pide fos cervezas más.

–¿Tienes como irte a tu casa?

–Sí, gracias en 20 minutos pasa el bus.

–¿Te importaría si te llevó? No creo que debas salir algo tomada a esperar un bus. Es viernes y la calle está llena de borrachos y gente extraña.

–No es necesario, de verdad; ya ha hecho mucho con pagar la cuenta y tampoco estoy ebria como para no cuidarme.

–Insisto, mejor te acompaño.

 Karem no puede evitar ser convencida ante los argumentos y la espléndida sonrisa de él.

–Ah, mi nombre es Miguel. ¿Y tú, cómo te llamas?

–Karem. Me llamo Karem.

El mesonero se acerca, entrega la tarjeta. Miguel se levanta, retira la silla de ella; sonríe y salen del bar. Él se acerca al Mercedez rojo. Abre la puerta evitando que ella se moje.

Durante el camino, ella permanece callada, evade la mirada de Miguel, se siente tan vulnerable y doblegada ante la presencia de él.

Él la mira de reojos. Ve su cabello húmedo y su rostro brillar con la luz de los faroles. Rompe el silencio, preguntando:

–Me dices ¿dónde te llevo?

–Boulevard central. Edificio Bella Vista.

Nuevamente la mira y sonríe. Ella se siente nerviosa. Llegan, ella se baja del auto y desde la entrada del edificio se despide con la mano. El permanece allí, esperando a que ella entre. Abre con torpeza la reja. Voltea, lo mira, sigue intentando abrir. Él se baja y la ayuda a abrir.

–¡Listo!

–Gracias otra vez. Te debo tres, ya.

–Puedes pagarme dándome tu número telefónico, claro si puedes y no te tienes inconveniente.

Él saca su teléfono, se lo entrega. Ella anota el número y se lo devuelve. El se aproxima y despide con un beso en la mejilla. Ella siente la suavidad de sus labios y un escalofrío la recorre entera.

Nunca olvidará ese día, así como tampoco todas las cosas que vivieron juntos.

Desde esa noche. Karem comenzó a sentir un deseo intenso por estar con Miguel. Lo pensaba y deseaba, como nunca antes había deseado a alguien. Ciertamente, sus dos relaciones anteriores habían estado cargadas de emocionalidad. Con Miguel, era diferente. Su cuerpo ansiaba sentir sus manos, sus labios. Impregnarse de su perfume y su aliento. Quemarse desde adentro como una llamarada que se consume así misma.

El primer mensaje de él, llegó a la medianoche, mientras le escribía a Virginia para saber cómo iba lo suyo con Camila.

Espero que descanses, hermosa dama

Se sonrojó como si él estuviese frente a ella. Como pudo le envió un emoji:

–☺

Se durmió con el teléfono abrazado a su pecho. ¿Estaría realmente enamorada?¿Era esa sensación de plenitud y gozo, el amor verdadero?

Día tras día recibía los mensajes de Miguel. Al cuarto día él la invito a salir. Ella sin dudarlo, accedió.

Esa tarde pasó el día en la oficina, pensando que ponerse para verlo. Virginia y Camila la ayudaron a escoger. Ella no era muy femenina, ni sensual a pesar de sus curvilíneas caderas y sus prominentes senos.

Cuando llegó al restaurante, era algo temprano. Así que decidió esperar en el cafetin del frente. No quería que él notara su ansiedad, ni pensara que estaba en sus redes, aunque estuviese atrapada desde aquella primera noche.

Vió cuando se bajó de su carro y entró. Salió del cafetin. Arregló su vestido y fue al encuentro con el amor.

Cuando se asomó a la puerta. Él se levantó para esperarla, haló la silla. Ella se sentó. Él sonrió y ella respondió a su sonrisa. Esta vez no evadió su mirada.

–Estás sencillamente hermosa.

–Gracias–contestó risueña.

–¿Qué te gustaría tomar? ¿Un vino? Casillero del diablo; es lo mejor en vino que puedas probar.

Ella lo miró sorprendida. De ser por el nombre, no parecía tan bueno. Ella no conocía de vinos. Así que asintió cuando él pidió para el mesero, traer una botella de vino tinto.

Esa tarde conversaron largo rato. Él la contemplaba por su inocencia y ella lo admiraba por su galantería y por aquellas cosquillas que sentía entre sus piernas cuando él sonreía.

En ese primer encuentro no h**o sino un beso durante el trayecto a casa. Pero ella se sintió volando como en la alfombra de Aladino.

En un segundo encuentro, él la invitó a su casa. Ella desea tanto sentir su fuego y arder en la misma llama. Que esa noche, se vistió con su mejor ropa interior y uso un vestido rojo ceñido a su cuerpo.

 Cuando entraron a la casa. Él le ofreció un trago de licor dulce. Lo bebió tan de prisa que sintió que sus mejillas hervían al igual que sus orejas.

–Es brandy.

Ella sonrió, se acercó y se interno entre sus brazos. Él la beso y estremeció desde adentro. Sus cuerpos no dudaron en deshacerse de la ropa, ni sus labios de recorrerlos. Esa noche ella se sintió amada. Esa noche supo que el amor también tiene piel y aroma.

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