4

Zack era consciente de eso. Siempre había sido consciente de eso.

Ella sólo había tenido ojos para Damien; toda su vida, Amelia había amado a su hermano. Aún mientras lo odiaba, ella lo amaba.

Fue tan difícil para él verla unirse a él, saber que se habían casado a escondidas, saber que su hermano le era infiel cada vez que podía. La había visto llorar demasiadas veces, y eso sólo lo había llevado a odiarlo a él, a su propio hermano. En varias ocasiones se fueron a los golpes por ella.

—¡Si tanto te gusta, quédatela! —le gritó Damien una vez, y Zack le rompió el labio con el puñetazo que le dio. Eran igual de grandes y corpulentos, así que Damien no tardó en recuperarse y devolverle el golpe.

Casi podía recordar el momento en que se enamoraron, el momento en que se arruinaron. Estaban en la misma escuela, él ya en el último año, y fue testigo del inicio de la relación. Pero se había tenido que ir a la universidad, dejándola sola.

Igual, en aquel tiempo ella nunca se fijó siquiera en él, pero él sí que se fijó en ella. Sintió miedo de irse, como si algo dentro le gritara que todo saldría mal si la dejaba a merced de su hermano, y no se había equivocado.

Cuando supo que los dos habían entrado a la misma universidad que él, intentó acercarse de nuevo, pero entonces supo por su hermana que se habían casado, que llevaban la relación a escondidas, y toda esperanza para él había acabado.

Amelia nunca le contó a su familia, pero Damien no tuvo reparo en revelarle a varios el secreto, y por eso supo de todas las veces que le fue infiel, y que le estaba arruinando la vida.

Ella había sido inteligente al fin y se había alejado de su hermano, pero entonces, también se había alejado de él. Habían pasado años antes de que ella volviera a aceptar hablarle, y se había debido más a las casualidades que a cualquier otra cosa. Con el tiempo, ella empezó a confiar en él, a contarle las razones que había creído tener para soportar todo lo que soportó, y a relegarlo al puesto de mejor amigo.

De todos modos, eran ese tipo de amigos que siempre parecían conectar, que, cada vez que se encontraban, parecían haberse visto el día anterior, y sólo era sentarse para que los temas de conversación se sucedieran unos a otros.

Ella era tan bonita, tan inteligente. Siempre lo había fascinado su tenacidad para alcanzar sus metas, lo estricta que era consigo mismo hasta para una simple dieta, lo dura que era con la mediocridad… También su capacidad de tomarse las cosas con buen humor, su chispa y espontaneidad. Le encantaba su pasión por la lectura, por la música, por la cultura… y hasta esos momentos donde se enfrascaba en conversaciones acerca de la economía del país y la manera de llevar las finanzas. Fácilmente podía verse a sí mismo con ella, en silencio, sólo disfrutando de la compañía, del buen clima, o hasta del malo, porque con ella nada era incómodo ni forzado.

Ella era casi perfecta.

Su único defecto, y algo que ni siquiera él le podía perdonar, era el haberse fijado en Damien.

Si hubiese sido al contrario, si en vez de Damien hubiese sido él…

Pero, ¿qué caso tenía lamentar eso ahora? Para siempre, ella estaba vetada para él. Por lo que le quedaba de vida, él sólo podría mirarla de lejos. Era su cuñada, o lo había sido, y lo peor, en los ojos de ella, todavía se reflejaba el daño y el dolor que le había causado Damien.

—Desembucha —lo apremió ella con ojos entrecerrados y dando golpecitos sobre la mesa ante la cual estaban sentados—. ¿Cómo fue todo? —Zack suspiró y echó una mirada alrededor. El sitio era adecuado para bailar, hablar en voz alta y reír a carcajadas, desentonando terriblemente con su estado de ánimo, pero tal vez, si gritaba un poco, pasaría desapercibido, y era lo que le apetecía.

—Vivian estaba saliendo con… uno de mis socios.

—Vaya m****a —exclamó ella al instante, mirándolo con su ceño fruncido y expresión de asco y desaprobación.

—Sí —corroboró él—. Vaya m****a.

—¿Cómo era su nombre?

—Patrick.

—El maldito Patrick de los cojones —él volvió a reír—. Ahora lo recuerdo… ¿No era un poco amanerado?

—Sólo lo viste una vez. ¿Cómo que amanerado?

—Sí, me pareció rarito…

—Cosas tuyas. Ya ves que prefiere las mujeres.

—De todos modos, yo creo que Vivian es mujer sólo porque parió un hijo. ¿Y cómo los descubriste? —Zack aún estaba riendo por su primer comentario, pero contestó:

—Lo empecé a sospechar por algo que él dijo en un descuido… De ahí en adelante empecé a notar que eran muy familiares… se miraban… y se tocaban con la mirada. No sé cómo explicarte.

—Conciencia de amantes —explicó ella—. Cuando tienes sexo con alguien, tu mirada hacia esa persona cambia. Como que ya no eres capaz de verlo con la ropa puesta—. Zack elevo una ceja rojiza.

—Si tú lo dices… El caso es que tuve razón. Los seguí en una ocasión… y los sorprendí. Pagaban la misma habitación siempre, una suite carísima… No eran demasiado discretos, era yo el ingenuo, el tonto.

—No digas eso. Los mentirosos no necesitan que seas tonto.

—No lo sé, Amy —suspiró él usando el diminutivo de su nombre, y tragó saliva. Apoyó sus brazos en la mesa y siguió—. Llevaban mucho tiempo viéndose, casi el año. Y no me di cuenta sino hasta hace poco. Y cuando les reclamé… ella ni siquiera se sintió avergonzada, ni arrepentida… Parecía, más bien, como si hubiese estado esperando que la descubriera, porque no le importó lo más mínimo. Todo le importó una mierda—. Zack se apretó una mano con la otra y mordió sus labios.

Vivian. Otro error en su vida.

La había conocido hacía diez años. Era tan guapa, sofisticada y equilibrada… se parecía un poco a Amelia, la verdad. Tan independiente y emprendedora.

No iba a mentir, ella le había gustado; le pareció inteligente y divertida, con esa dosis de encanto que la hacía sensual y atractiva sin llegar a ser una coqueta. Se acostó con ella, inició una relación, y cuando le dijo que Tommy venía en camino… simplemente se casó. No hubo un enamoramiento demasiado apasionado por su parte, pero sabía que era capaz de hacer feliz a una mujer, de hacer unos votos y cumplirlos. Y había pensado que ella también.

Pero las cosas cambiaron porque Vivian era terriblemente celosa, a la vez que despreocupada por todo lo que tuviera que ver con él. Era como si sólo quisiera la atención de él sobre ella las veinticuatro horas del día, pero no se molestase en darle un mínimo de su propia atención a él.

Aun casado, llevaba un estilo de vida como de soltero: aún era él quien se hacía cargo de todo lo referente a la casa, las cuentas de los gastos, las tareas del hogar. Vivian no trabajaba, y tenía el dinero de su familia, así que la mayor parte del día estaba de compras o viéndose con sus amigas con el mismo estilo de vida. Al principio intentó proponerle repartir la carga entre los dos, pero ella se enfadó tanto… Lo acusó de machista, de retrógrada, de blanco privilegiado y etc. Le propuso entonces contratar ayuda y pagarla entre los dos, y ella aceptó, pero al final, terminó él con toda la carga.

Y a pesar de lo insostenible que se había hecho la relación, por su mente nunca pasó separarse, ni mucho menos buscarse otra. Tal vez era por su crianza anticuada, o lo idealizado que tenía el matrimonio al ver el de sus padres funcionar, o quién sabe por qué, pero podía jurar con la mano sobre biblia sin temor a ser fulminado por un rayo que siempre intentó salvar su relación.

Pero eso no había sido suficiente. Él era bueno, no estúpido, y había cosas que no se debían perdonar por simple amor propio.

—Con tu socio —comentó Amelia, indignada, y sacándolo de sus pensamientos—. Qué perra. ¿Cómo una mujer le es infiel a un hombre como tú? Patrick ni siquiera es la mitad de guapo.

—Oh, ¿de verdad?

—¡Ni la mitad de hombre! —siguió Amelia, irritada—. Ni la mitad de responsable, inteligente, ni… —Zack no pudo menos que sonreír al ver la vehemencia con que ella lo defendía. Y siempre había sido así. La lealtad de Amelia no se podía comparar a la de ninguna otra persona—. ¿O es que tú… la tenías abandonada? —le preguntó cambiando el tono—. La culpa nunca es de uno solo…

—No, nunca… Soy culpable de no haberla detenido a tiempo, de haber permitido que pasara por encima de mí —Zack suspiró y siguió—. Debí hablar, poner las cartas sobre la mesa desde el principio. Pero ahora no sé qué hubiese pasado. Si me hubiese comportado como un macho dominante que la sometiera, me habría acusado de déspota, pero como no lo fui, entonces me puso los cuernos. De verdad… creo que nunca la entendí, nunca supe qué quería.

—Qué mujer más estúpida —rezongó Amelia—. Ahora te acuso a ti por haberte enamorado de alguien así —él volvió a reír.

—¿Y qué es el amor, Amelia?

—No me lo preguntes a mí. Soy la menos indicada para contestar a eso.

—Creí que me amaba… —siguió él, bajando la mirada—. Y creí que lo que yo sentía por ella resistiría… Pero todo se fue desvaneciendo, y con el tiempo sólo quedó la costumbre, y luego, ya ni eso, porque somos tan… inconformes con todo —suspiró—. Tengo mucha culpa en lo que pasó. No fue ella sola, no fue sólo su infidelidad y sus mentiras, sus… miles de mentiras… Un mentiroso necesita a un crédulo… y yo fui ese crédulo.

—En qué más te mintió, ¿Zack? —él se echó a reír. Rellenó su vaso de whiskey y se lo bebió de un trago.

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