CAPÍTULO 8 - Coleccionista de hombres

Jessica se sentó en la tina de agua fresca y soltó un sonido extraño ―mezcla de risa y siseo― debido al contraste del agua tibia contra sus partes íntimas que palpitaban inflamadas por la actividad física.

Apenas amanecía cuando Gregory abandonó la habitación, mientras se alistaba sonrió al darse cuenta cómo ella se había estirado como un gatito perezoso al abrir los ojos y verlo vestirse. El desquite fue glorioso, aunque a él le entraba la duda de si había sido un conquistador o habían quedado en tablas; no deseaba darle voz a ese pensamiento que le decía que de hecho estaba peor que al bajarse del avión.

―¿Qué hora es? ―preguntó la latina con voz adormilada.

―Las siete de la mañana ―contestó él, admirando lo dulce que parecía con ese gesto relajado del sueño cuando volvió a cerrar los ojo

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