Capítulo 3. “Tres semanas después”

—Mierda, eso dolió nana—protestó Tara—Sinceramente y sin ofenderte no quiero usar esto tan conservador—se sobó el lugar del pinchazo de la aguja. Julya levantó su mirada divertida.

—Si te sigues moviendo te voy a volver a pinchar otra vez con la aguja. —exclamó divertida. Aunque eso no tenía nada de divertido para Tara. Ésta se volvió hacia el espejo de cuerpo completo y comenzó a verse de pies a cabeza. Y estaba más que decepcionada.

—Esto no muestra nada de piel, nana ¿Acaso no puedes ser más actualizada? —soltó irritada al espejo. Era un color verde oliva, la tela pesada y brillosa caía a sus pies, manga tres cuartos y cuello alto. Un terrible estilo de vestido.

—Tara, así lo ha pedido tu madre, van a ir muchas personas importantes de los alrededores y empresarios del extranjero, incluyendo al señor Cooper. —Tara soltó el aire, irritada.

— ¿Ese tipo? Dios nos libre, es un pesado. Lo poco que lo traté hace como tres semanas, lo pillé mirándome varias veces. Y los temas que hablaba con mi madre frente a mí de lo más aburrido a pesar de que se ve muy joven.

—Ponte derecha. —ordenó Julya.

Tara odiaba seguir las reglas que le exigía su madre, no le gustaba para nada que saliera de la hacienda a menos que fuese acompañada y por la seguridad de los guardaespaldas.

—Odio el estilo, es tan antiguo, viejo...—soltó para ella misma para que escuchara a propósito. Julya dejó de hacer lo que estaba haciendo y levantó la mirada hacia Tara.

— ¿Acaso me acabas de decir vieja? Viejos los cerros, yo solo cumplo las ordenes de tu madre, y décima vez, ¡Ponte derecha! —soltó irritada.

—Ya. Estoy tan harta de que me diga que poner, como sentarme, como comer, que es lo que debo o no de comer, como hablar, ¡Ay, Dios mío, estoy tan harta! —exclamó de nuevo molesta.

—Y ella está tan harta de que nunca obedezcas, no se para que te quejas, si nunca haces caso de lo que se te pide por tu bien y tu futuro...—murmuró Julya.

Tara suelta una risa irónica.

—Ay nana, ¿Para que acatar unas reglas que nada que ver con el siglo en el que vivimos? —Julya se detuvo sin quitar la mirada. En eso tenía razón Tara...Sofía la protegía demasiado.

De repente tuvo una punzada de culpa.

—Así educaron a tu madre, yo la críe desde...—Julya se quedó pensando en el pasado—claro bajo las reglas de tu abuela y mira que bien le fue...—sonrió Julya.

— ¿Bien? ¡Mi padre la abandonó por qué no la soportaba! Y yo estoy pensando en tomar el mismo camino. —Tara recordaba cada escena en la que discutían ambos padres sin razón y lo que más le dolía en el alma, es que su padre jamás volvió en esos años, incluso pensaba en escapar para ir en su búsqueda. Quizás su madre lo tenía amenazado.

—No te muevas. —Julya se retiró una aguja de su cojín de la muñeca y trazó un pedazo de bastilla. —Tu no tendrías el corazón para abandonarla, sea lo que sea es tu madre, es buena y si te quiere poner en cintura aún a tus casi 21 años, es por qué desea que seas mejor, ahora gira quiero ver si está derecha la bastilla y ponte derecha por enésima vez—soltó Julya mientras observaba su trabajo.

—Extraña forma de hacerlo, no me deja tener amistades, no deja que nadie me hable a menos que lo autorice, ¡Me voy a volver loca antes de los 21 años! Y eso que queda una semana y tengo ya los síntomas principales. —Julya se levantó y se puso enfrente de Tara.

— ¿Loca? ¡Te falta mucho para llegar a estarlo! —soltó una risa sarcástica—Pero velo por este lado, va a hacer la fiesta de antifaces como tú lo pediste y podrás hablar con quién quieras y eso te las vas a arreglar tú, ahora dime ¿Qué tan largo quieres el vestido? —Julya le levantó a cierta altura el vestido.

—Ahí. —señaló Tara— Bueno, ¿Qué más falta? Quiero ir con mi madre y convencerla de dejarme ir por unos pastelitos al pueblo.

—Está encerrada en su despacho desde temprano y trae un genio de los mil demonios, mejor yo le digo que me acompañarás ya que ocupo ir por la canasta de verduras que hacen falta para la cena...—se levantó y dejó los alfileres sobre la superficie de una mesa antigua.

— ¡Gracias, nana bella! ¿Me avisas? —Tara empezó a quitarse el vestido para salir de la habitación.

—Ahora si soy tu nana bella, ¿No? —soltó divertida, Tara salió de la habitación pero regresó a dejarle un beso en su frente.

—Siempre serás mi nana-abuela bella, la única y favorita—dejó un segundo beso en la mejilla y salió como tornado de la habitación.

Tara estaba en su habitación intentando encontrar el atuendo perfecto para salir, quería estar muy presentable ya que eran pocas las veces que salía de la hacienda. Ya había pasado más de veinte minutos desde que Julya le había dicho que iría a decirle a su madre que saldría juntas al pueblo. Después del cuarto atuendo se quedó con el definitivo, era un pantalón negro y una blusa blanca, y se recogió el pelo en una coleta alta. Se puso un poco de color en el rostro y brillo labial.

Se quedó contemplando por la gran ventana el jardín principal, en su mente imaginaba ver a la gente cargando sus antifaces y detrás de cada uno, una historia misteriosa. Pero lo que la desinflaba era el vestido con el que saldría delante de todos.

— ¡Tara! —escuchó a su nana Julya gritar afuera sacándola de sus pensamientos y rápido salió en su búsqueda.

— ¿Qué pasa? —Preguntó al verla entrando al pasillo— ¿Por qué gritas así?

—Tu madre dio luz verde para irnos, ve por tu abrigo y vámonos, ya ha llegado Pedro con la camioneta.

—Deja buscar rápido un abrigo—entró corriendo a su habitación en busca de uno.

— ¡Si no te mueves más rápido, me iré sin ti! —gritó a lo lejos. Tara se apuró en salir.

Se dirigieron al pueblo que estaba a veinte minutos de camino en auto. La hacienda Miller era la única productora de leche y carne de la región, de hecho la mejor. Era reconocida por las mejores vacas de calidad, tenían miles de metros cuadrados de terrenos donde pastaban. Aparte de ser reconocida por ello, era la más grande y hermosa. La debilidad de Sofía Miller, eran los alcatraces blancos, su nana Julya le contó a Tara que el blanco lo consideraba «un color de pureza y luz» Y alrededor de la propiedad proyectaba una hermosa vista.

Tara fue educada dentro de casa desde que tiene uso de razón, tenía aprendido cinco idiomas: español, inglés, italiano, alemán y francés. Se había inclinado por los estudios de administración, ya que como decía su madre, le servirían a futuro del manejo de la hacienda.

La educó personalmente. A sus quince años resaltó aún más su belleza natural, se hizo más notable cuando salía a cabalgar con su madre a los alrededores atrayendo la atención de varios hijos de dueños de haciendas cercanas. Comenzó a circular en el pueblo tal belleza hasta el elogio perfecto de sus ojos verde esmeralda que eran únicos en los alrededores. Tales comentarios llegaron a oídos de Sofía Miller, y eso la hizo ser más controladora y obsesiva con su seguridad a tal grado de prohibirle salir sin su autorización. Sofía Miller había cambiado con su propia hija, prohibiendo futuras amistades, y la obsesión por que aprendiera cada detalle del manejo de la hacienda. Estaba a una semana de cumplir sus 21 años y eso reforzaba más su dureza contra ella.

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