Páginas rotas

Una pesada y oscura bruma se divisaba en todo su alrededor, un frio estremecedor hacía juego con la humedad que caía y se respiraba en el aire y las gotas de agua que se deslizaban de vez en cuando por sus hombros. Después una cálida sensación se levantó con su vista, una criatura animal, tal vez, se paraba frente a ella, nada que hubiera visto antes. Levantó su mano para tocar el hocico de aquella extraña criatura que solo presenciaba borrosamente, pero entonces el fuego se encendió y cubrió todo el espacio, la envolvió a ella y entre gritos escuchaba y veía a la ciudad, Londres, su hogar y el de las personas que amaba estaba en ruinas, como si el fuego la hubiese devorado con gran fervor. “Levántate”. Escuchó, y luego Elina despertó cubierta de sudor y con la respiración entre cortada, sintiendo su corazón latiendo a gran velocidad.

Arrojó las sábanas lejos de ella y se sentó a calmarse, entonces ahí estaba, un polvo oscuro cubría las yemas de sus dedos y parte de sus brazos. Extrañada se levantó frente al espejo y analizó su rostro; determinado por los ojos verdes prominentes que siempre habían visto cosas extrañas en la vida, y enmarcado por el cabello castaño; enseguida vio como partes de su clara piel estaban cubiertas de ese mismo polvo, como si de verdad hubiera estado en medio de un incendio.

Así pues, sin la capacidad para entender que ocurría, se propuso relajarse y tomar un baño para ir a cumplir sus deberes.

El clima era particularmente frío para la época y azotaba con fuerza en las calles más transitadas de Londres. Como siempre se dirigía a ver a La Reina para tratar de que el Reino fuera más estable, más amable y menos triste, pero pocas veces había logrado ganar una batalla de palabras contra miembros del gabinete que solo se basaban en buenas ideas para que los que perdieran privilegios o sufrieran un poco, no fueran ellos.

“Tal vez Sam sí tiene razón” —se dijo mientras subía las escaleras tapizadas de alfombra para ver a Su Majestad.

Pero, ¿si ella sabía que su esfuerzo no rendía frutos, para qué permanecer? ¿Estaba cómoda así, o Elina, de alguna forma, aún creía que su momento estaba por llegar?

—¡Querida, buen día! —exclamó Isabel, después de los ceremoniosos saludos.

—Buen día.

—Y, ¿lograste averiguar algo de las revueltas y protestas?

—Pues de hecho sí, creo que es más delicado de lo que parece.

—Bien dime, por favor.

—Dicen que se congregan para…

—Buen día Majestad, Señorita Swan —interrumpió Michael.

—Buen día Michael, ¿hay noticias relevantes?

—No Su Majestad, le dejo los diarios y le informo que tiene un almuerzo con la Princesa Margarita.

—Bien, gracias… Por favor continúa querida —pidió Isabel.

—Se dice que se congregan para destituir al gobierno y derrocar a La Soberana, pidiendo que el legítimo rey ascienda al trono.

Hubo un silencio sepulcral en la habitación, de alguna forma, La Reina empezaba a mostrar signos de intensa preocupación y angustia, disipando la máscara de que todo estará bien si ella se mantiene al margen. Mientras que Michael, ese hombre de aspecto y carácter fuerte y decidido, quién aún no se marchaba, parecía haber escuchado hablar de un fantasma.

—¿Un legítimo Rey? —preguntó Isabel, llena de consternación.

—Eso dicen. La verdad es que es todo lo que tengo, pero no creo que debas preocuparte por eso demasiado, ellos se están basando en una especie de leyenda o mito antiguo. Sin un fundamente sólido, su rebeldía se desvanecerá, solo no debemos darles motivos que alienten su coraje.

Michael, al terminar de escuchar tan intrigante declaración, se marchó por fin, azorado y preocupado, sabía cuál era su deber. Corrió hasta su escritorio lleno de papeles, folders y documentos apilados. Tomó el teléfono y tecleó los números con firmeza y rapidez…

—Primer Ministro, soy Michael Wessex.

—Secretario Wessex, ¿cuál es la urgencia para llamar a este número?

—¿Recuerda sobre lo que me hablaron cuando yo asumí el cargo de Secretario? Aquello que si se llegaba a mencionar, por poco que fuere, debía ser erradicado.

—Sí… lo recuerdo.

—Bueno, pues creo que está pasando.

Una especie de eco y vacío se escuchó por la bocina del teléfono.

—Llamaré al Señor Mackenzie, espere instrucciones.

—¿En qué mito se basan las personas para armar una revuelta? —cuestionó con seriedad La Soberana.

—Dicen que en la leyenda de los Pendragon.

—Ni siquiera estoy segura de lo que significa eso, he oído de ella pero más cuentos de hadas y tonterías que una verdad desentrañable.

—Estoy en el mismo vacío que tú, pero vine a informarte esto para ver si puedes darme acceso a la biblioteca y revisar lo que pueda haber de cierto en la leyenda.

—Claro, tienes completo y libre acceso a ella, pero dime, ¿qué buscarás, en dónde?

—No estoy segura —dijo levantándose— tal vez en los libros de historia, política, algo debe haber si tiene una fracción de verdad.

—De acuerdo. Suerte.

—Gracias, recuerda, por el momento no hay nada certero de que preocuparse —expresó con gesto cálido, y antes de retirarse añadió—. Otra cosa, ¿podrías hablar con el Primer Ministro y pedirle que se encargue de ayudar a los que se ven afectados por los desastres del clima?

—Sí, claro, hablaré con él.

Elina se apresuró a recorrer los amplios pasillos hasta la biblioteca, buscando en las secciones de historia, leyendo todos los títulos grabados en los costados de los libros. Pasó todos y cada uno, tomó aquellos que creía le pudieran servir, hasta que su mirada se detuvo en un viejo y grueso libro rojo. “HISTORIA Y LINAJE REAL”; se leía en la portada.

Se sentó a la mesa de fina madera, con una pequeña lámpara de escritorio, un par de hojas membretadas con el sello real y un bolígrafo, abrió el gran libro rojo y encontró los árboles genealógicos de los reyes. Toda su familia y una breve biografía de cada uno no obstante, en las primeras hojas se relataba la historia de Gran Bretaña, Reino Unido y los Vikingos. Decidió comenzar por esta, leyó y leyó páginas y páginas sobre las batallas libradas para que los Vikingos no tomaran Inglaterra, la unión entre Escocia, Gales, y todo el territorio ahora conocido como Gran Bretaña. Fue así, como en algún punto de las tantas palabras, comenzaron a nombrar a un hombre que logró una coalición con los Vikingos  y una estabilidad para los seres de la naturaleza… entonces se detuvo, las siguientes hojas no estaban, habían sido delicadamente arrancadas. Lo que seguía eran los nombres de los “primeros reyes”: Egber de Wessex, primer rey de toda Inglaterra. Edgar el Pacífico, emperador de toda Gran Bretaña.

Por un momento sintió que tenía las respuestas que su corazón anhelaba, y de un instante a otro se esfumaron sin embargo, ella sabía que ahora tenía un indicio de una injusticia muy bien ocultada, una injusticia disfrazada con audacia. Aunque ese pequeño indicio no serviría de nada si no tenía algo palpable que mostrarle a Isabel.

Al poco tiempo entró una mujer encargada de la biblioteca y del arte real, dándole a Elina una idea.

—Disculpe, sabe ¿qué fue lo que les pasó a las hojas de este libro? —preguntó mientras le mostraba las rasgaduras en las hojas.

—Bueno, no sabría decirle, es un libro muy antiguo, pero creo que podría encontrar uno en la Biblioteca Nacional, ahí podrá completar las páginas.

—Grandioso, gracias.

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