III. Descubriendo mentiras

III. Descubriendo mentiras

Abrí los ojos por monotonía, anoche no logré descansar y sé que eso me traerá consecuencias para el día de hoy, pues mí carácter empeora con el sueño y lo último que necesito es volver a discutir con Aric, no creo que su nariz aguante otro golpe y mucho menos que salga ilesa de aquello.

Algo me decía que aquel hombre se había contenido por algún motivo particular, tenía que haber algún motivo, pues demostró su poco agrado hacía mi presencia ni bien llegue a la casa y ni hablar de la falta de cariño hacia mí persona. El hombre no me quería acá y yo no lo quería a él, por lo que eso solo podría ser sinónimo de problemas.

Vague por los recuerdos de mi mente mientras observaba el techo, no sé si hice bien en volver, creo que no, pero ya estaba aquí y debía que enfrentar todo esto.

Anoche, cuando pensé que no había nadie y seguramente ellos pensaron que dormía, los escuché discutir en la oficina, no hizo falta que los espiara, los gritos fueron tan altos que se entendían sus palabras a la perfección. Mis hermanos me defendían y estaban molestos, muy molestos. Usaron gran cantidad de calificativos contra su padre y lo amenazaron de todas las formas posibles, pero lo peor es que aquello ocurrió a las cinco de la mañana, al parecer los hombres de la casa no dormían.

Me levanté a regañadientes, no quería saber nada con amanecer, pero tenía una larga lista de pendientes, necesitaba ir al orfanato, comedores, comprar ropa y las cosas para remodelar mi cuarto y, para terminar, ir a ver algunos lugares para poner mi empresa. Me coloqué un conjunto deportivo y caminé hasta el gimnasio, el lugar estaba en completo silencio, no había rastros de mi padre o hermanos, ni siquiera nana se encontraba a la vista.

Abrí la puerta y me topé con uno de los guardias de ayer, era el moreno que sonrió de lado cuando golpeé a mi padre, pero que no dudo en apuntar la pistola a mí cabeza. El hombre dejo su entrenamiento y se paró derecho con los brazos en su espalda, incline la cabeza y observe su postura, pero no dije nada, a diferencia de los dos de anoche, este ni siquiera me miraba.

- Buenos días señorita - moví la mano con desdén y me acerqué.

- Solo Samantha o Sam - levanté mí mano para que la estrechara - Ya me viste romper una nariz y tú me apuntaste con un arma - media sonrisa se formó en el rostro del moreno - Creo que podemos tutearnos, señor… - dejé la frase inconclusa.

- Ibra Leque - acepto mí mano y sonreí.

- Bueno Ibra, entrenaré un rato y tú puedes seguir con lo tuyo - me aleje - En algún momento me gustaría que me contases algo de tu hogar, por los nombres parece que vienes de África. - sonrió - ¿O me equivoco?

- No, no se equivoca seño…- lo mire con reproche y él entendió – Samantha.

- Mucho mejor - subí a la caminadora, necesitaba calentar antes de comenzar con las pesas y demás.

Hacía ejercicio todos los días, no porque lo necesitará a nivel físico, no tenía un mal cuerpo y eso quedó en evidencia cuando el personal de seguridad se quedó mirando más de lo debido en la noche. Sí, ese no era el problema, el problema era mi temperamento y como controlarlo.

Durante años trabaje en mi autocontrol y la forma correcta de manejar mi mente y cuerpo, siempre sentía enojo y resentimiento, no sabía la causa, pero aquella sensación me llevaba a una faceta para nada linda. Fue por eso que llegué al local de Julián, así fue que lo conocí, después de intentos fallidos de yoga y Reiki, opté por las artes marciales, armas, defensa personal y boxeo. Ahí descubrí que el boxeo me relaja, las artes marciales canalizaban mi ira y la defensa personal me hacía menos agresiva.

Habían pasado dos horas desde que entre en aquel lugar, mi cuerpo estaba transpirado, la respiración agitada y el rostro algo rojo por el esfuerzo, me serví agua y emprendí viaje hacía mi habitación, logre dar solo dos pasos cuando mi hermano se interpuso en el camino. Edel llevaba su pelo peinado hacía el costado, la remera negra se ajustaba perfectamente a su torso y el jean azul oscuro destacaba sus largas piernas.

- ¡Hasta que te encuentro! - levanto los brazos dramáticamente.

- Solo hacia ejercicio - Sonreí lo más simpática que pude.

- Ya veo – me miro – Ahora entiendo.

- ¿Qué entiendes?

- La fuerza que tienes – tomo mi brazo y me llevo arrastrando por el pasillo - Llegó tu guardaespaldas - rodé los ojos - Vamos que te lo presento.

- Sabes que no es necesario verdad – me ignoro completamente y abrió la puerta del despacho – Dime que Aric no está aquí – susurre.

- No, tranquila

Pasamos al despacho y observe a Brant hablando con un hombre que nos daba la espalda en este momento. Sus ojos se encontraron con los míos y me sonrió para luego mirar mi atuendo y entrecerrar los ojos. Por mi parte solo señale a mi hermano que rodo los ojos.

La verdad es que no estaba en condiciones para conocer a nadie, llevaba un top deportivo que ahora estaba transpirado y unas leggins hasta la rodilla, mi vientre estaba descubierto y mi pelo atado en una cola alta para evitar calor en mi nuca. Tome un nuevo trago de agua y mi hermano hablo.

- Señor Liam Smith, le presento a mi hermana Samantha Schroeder

El hombre se levantó del asiento y acomodo su traje para luego girarse y darme la mano, algo que quedo totalmente en el aire cuando nos vimos. Liam, era nada más ni nada menos que el idiota que me golpeó la cabeza en el avión.

- Tú – dijo levantando la cejas con asombro.

- Yo – respondí señalándome – Más bien tú… - lo señalé.

- ¿Se conocen? – pregunto Edel.

- Si, nos cruzamos…

- Nos cruzamos en Europa – lo interrumpí – Le tire mi café encima y arruine su ropa – levanto ambas cejas.

- Arruino mi camisa para ser más precisos– comento él – Tuve que faltar a mi cita gracias a eso – sonrió de lado y me observo de arriba abajo.

- Vaya… que chico es el mundo – dijo mi hermano mayor.

- Ni que lo digas – suspire y lo mire.

El idiota me miraba divertido, sus ojos se mantenían en los míos, pero puedo jurar que ya me saco radiografías varias veces. Los ojos de mi hermano mayor fueron a mis brazos y se acercó, con sus entrecejo formando una “v”.

- ¿Cuándo te los hiciste? – observe lo que miraba para darme cuenta que todos me vieron tapada hasta el cuello ayer.

- Hace bastante – gire mi brazo dejándole ver el diseño del aborigen y las rosas que ocupaban todo mi brazo izquierdo – Tengo varios.

- ¿En dónde? – pregunto Edel y comenzó a examinar mi piel.

Mis ojos se toparon con el rostro de Liam, su mirada ahora no se apartaba de mi cuerpo, sus ojos veían el tatuaje de mi brazo, hasta que corrió su vista a mi vientre y levanto una ceja al ver las pequeñas puntas que asomaban debajo de mi pecho.

- Bueno, bueno – me aleje de mis hermanos – Treinta años, mujer grande, mi cuerpo, no me toquen – ambos levantaron las manos.

- Está bien, pero no nos ropas la nariz – comentó Edel y yo rodé mis ojos con las palabras de mi hermano.

- Me iré a bañar, tengo que salir – mire a Liam – Nos vamos en veinte pingüino – me asome a la puerta y pare – Busca a Ibra, los quiero en mi habitación en quince, necesito que bajen unas cosas.

- ¿Por qué Ibra? – Brant me miraba curioso.

- Me da confianza – subí mis hombros.

- Te apunto la cabeza con un arma – Edel parecía no comprender.

- Lo sé – los mire – Pero aun así confió en él.

No dije más nada y salí directo a bañarme, estaba completamente pegajosa. Tarde exactamente diez minutos en arreglarme completamente, pero aún tenía que esperar a los hombres de negro en mi habitación. Sentí un pequeño golpe en la puerta y la abrí para encontrarme con los ojos de Liam sobre mi anatomía nuevamente.

- ¿Qué tanto me miras? – pregunte algo exasperada.

- Trato de entender como una enana como tu logra romper una nariz – ahí estaba su lengua venenosa nuevamente.

- ¿Quieres que te muestre cómo? – di un paso hacia su cuerpo hasta que quedar a escasos centímetros de su rostro.

- Yo que tu no me acercaría tanto preciosa – susurro en italiano mientras se acercaba – Puede que sea tu guardaespaldas, pero sigo siendo hombre.

- Y un imbécil – me alejé y salí apurada.

Baje las escaleras de casa como alma que lleva el diablo, no entendía que se proponía este muchacho conmigo y tampoco tenía intenciones de averiguarlo, su presencia generaba demasiadas cosas en mí, cosas que me ponían sumamente incomoda.

Camine directo a la cocina donde nana me preparaba algo de comer, los guardias estaban en la mesa dispuesta para ellos desayunando hasta que entre y se levantaron, Liam entro detrás de mí sin mirarme hasta que se colocó al lado de Ibra.

- Oh por dios, ya dejen de hacer eso – me queje y nana se rio – Me llamo Samantha, pueden decirme Sam, no me importa como traten a mis hermanos o mi padre, cuando este sola, no hace falta que dejen de comer, solo con un buen día está – le di un beso a nana en la mejilla, mientras ellos se sentaban y yo hacía lo propio en el desayunador.

- Tu padre se enojará si te ve acá – Teresa me miro y rodé los ojos.

- Sabes lo que pienso, de lo que él piensa – negó con la cabeza – Que puede meterse su opinión…

- ¡Sam! – Brant entro en la cocina, haciendo que todos los pingüinos volvieran a levantarse. - ¿Qué haces aquí? Te estamos esperando.

- ¿Está Aric en la mesa? - gire mi cabeza y observe de reojo a los muchachos que hacían como que no escuchaban.

- Si – suspiro – Pero ya se marcha – entrecerré los ojos – ¿No quieres ver cómo le quedo la nariz después de tu golpe?

- Eso es jugar sucio – lo acuse y Teresa volvió a reír.

- ¿No te da un poco de curiosidad? – cruzo los brazos y levanto una ceja.

- ¿Está muy fea? – sonrió como niño a un chupetín.

- Horrible – me bajo del taburete tirando mi mano y me dispuse a salir, pero me frené antes de llegar a la puerta.

- Nana prepara hielo por las dudas – rodo los ojos.

- Es de mala educación hacerle eso a las personas – cruce mi brazos divertida mientras mi hermano nos miraba sonriendo.

- Tú – me señalo – Lo haces todo el tiempo señorita – chasquee la lengua.

- Ya… pero yo no soy una persona respetuosa – gire a los guardias - Ustedes tienen prohibido apuntarme, pero les recomiendo que alguno vaya por si me excedo – algunos de los muchachos rieron incluido el moreno – Liam y Ibra ¿pueden bajar las bolsas que están el suelo de mi habitación por favor?

- Claro – dijeron a coro y salí.

- Van a pensar que eres una loca – su mano se posó en mi hombro.

- No está muy lejos de la realidad – mire a Brant.

- Trata de no pelear, no queremos romperle la cara. – hice un puchero.

- Eres un aguafiestas. – carcajeo un poco y caminamos al salón.

El comedor de la casa era lo último en modernidad, la decoración era minimalista, pero hermosa. El lugar contaba con una lampara colgante rectangular de hierro, con unos seis focos en el medio, la mesa blanca con un soporte central brillaba con la luz del exterior, el piso era gris y las paredes blancas, un ventanal gigante daba una vista exquisita del frente de la casa y del árbol que me cautivo cuando llegue el día de ayer.

Aric presidía la mesa, su cabello rapado le daba un aire peligroso, llevaba puesta una camisa azul con las mangas arremangadas, observe los tatuajes en sus brazos y el reloj extremadamente caro descansaba en su muñeca mientras sus manos estaban a cada lado del plato que contenía su comida. Brant se sentó a su lado, su pelo rubio estaba perfectamente peinado, su camisa blanca también se encontraba arremangada, llevaba un jean oscuro que se amoldaba perfectamente a su cuerpo.

Edel se encontraba en frente con el celular en la mano, sus ojos no se despegaban del aparato mientras tecleaba las teclas sin detenerse un momento. Observe el lugar que me tocaba en la mesa y camine hasta él en silencio. Mi padre me observo durante todo el trayecto, mire a Brant que me guiño un ojo y luego la habitación, Teresa llego en ese momento con mi plato de fruta y unos hot cakes con miel arriba, lleve la taza de té a mis labios y Edel me miro.

- ¿Por qué tienes hot cakes? – levante una ceja.

- Hoy me toca – subí mis hombros - ¿Quieres?

- Si, si quiero – le acerqué mi plato y luego lo corrí.

- Lástima, son míos – le saque la lengua y Brant nos miró.

- Mujer grande, treinta años…. Peleando como una niña – carcajeo mi hermano mayor.

- Necesito recuperar el tiempo perdido – le guiñe un ojo.

- Haces eso desde que tienes diez años – junte mis cejas y baje la vista.

- No recuerdo hacerlo… - susurre, pero sé que me escucharon.

- ¿Todavía no recuerdas nada hija? – aprete mi mandíbula y mantuve mi rostro impasible.

- No, no recuerdo nada… - jugué con la fruta – Solo mi vida en Europa – Edel tomo mi mano.

- No te perdiste de mucho – lo observe – Solo algunas peleas, Brant con acné, yo con acné… tú con acné – carcajeo.

- Éramos los hermanos acné – se miraron y asintieron.

- Y bueno… mamá – suspiro y lo mire – Eras la luz de sus ojos Sam, ella te ama, mando a construir ese vestuario apenas supo que eras niña – toque mi brazalete.

- Para olvidarlo – dijo mi padre – La mujer mando a cerrar la pieza de al lado, solo para hacer un cambiador, no dejo que nadie participara de aquello, paso semanas viendo cada detalle, desde las telas hasta los colores – su rostro cambio un poco – Los amaba, si hay algo que deben recordar es que su madre los amaba y dio su vida por ustedes.

Todos permanecimos en silencio, mamá no era nuestro mejor tema de conversación, nunca hablaban de ella, ninguno, pero ahora escuchar de la boca de mi padre aquellas palabras fue duro. Baje mi vista al suelo y observe el puño cerrado de Edel en su regazo, acerque mi mano y lo toque, su cuerpo se relajó y su mirada se centró en mi un momento para luego guiñarme un ojo.

El desayuno estuvo excesivamente extraño, Aric fue amable y muy sociable conmigo, pregunto por mis estudios y mi negocio en Europa, le sorprendió saber que aún estaba abierto y que me hacía cargo de los proyectos en forma remota, no hable mucho y di la información justa y necesaria, su actitud era extraña y eso me puso completamente alerta, sabía que algo tramaba, Aric no era simpático solo por serlo, él jamás ha sido así, además acababa de romper su nariz hace algunas horas.

Como alguien a quien su hija le rompió la nariz puede estar así de tranquilo, el hombre se veía horrible, sin contar la vergüenza que le hice pasar frente a sus empleados, porque si una mujer era capaz de golpearlo y derivarlo, cualquiera podría.

- ¡ejem! – los tres miramos a la puerta donde Liam se encontraba con las manos detrás de su espalda – Disculpen las molestias – me miro – Señorita ya está listo el coche. – asentí.

- Papá – Edel hablo – Él es Liam Smith, el nuevo guardaespaldas – Liam asintió con su cabeza – Estará a cargo del cuidado de Sam.

- Mucho gusto – sus ojos se entrecerraron – Soy Aric Schroeder – se levantó, camino hasta él y estrecho su mano - ¿Nos conocemos?

- El gusto es mío – sonrió falsamente y sé que era falsa su sonrisa, porque yo las hacia a diario – No lo creo señor, al menos que haya vivido en Europa – contesto tranquilo.

- ¿Eres de allá? – pregunto mi padre, junte mis cejas y mis hermanos hicieron lo mismo.

- Nací allá y viví hasta los veinte años, luego me vine aquí y cada tanto vuelvo a España a visitar a mis padres. Ellos son de aquí, pero se fueron a España cuando mi madre me tenía en su vientre – comento tranquilo.

- ¿Cuántos años tienes muchacho? – me levante y camine hasta mi guardia.

- Treinta y dos señor – mi padre abrió la boca, pero no lo deje hablar.

- Bueno, si ya has terminado… - mire a Liam - ¿Bajaron las bolsas? – le pregunte.

- Están todas en el auto señorita – asentí.

- Bueno, vamos – mire a mis hermanos – No creo que llegue a comer, tengo muchas cosas que hacer – le hice señas para salir.

- Sam no se puede sentar adelante Liam – dijo Brant haciendo que los dos volteáramos.

- ¿Qué? ¿Por qué? – pregunte molesta

- Es peligroso y te conozco, asique directamente se lo digo a él – aprete mis puños.

- ¿Peligroso? – espeté.

- Si – me miro serio – Es más seguro si vas en la parte trasera del auto… - carcajee.

- Que irónico, porque casi muero por ir en la parte trasera de uno – comente con la mandíbula tensa.

- Sam… – Brant trato de hablar, pero me giré y me fui – ¡Sam!

Ignoré a mi hermano por completo y me dirigí a fuera de la casa. No tome en cuenta sus gritos y subí en el asiento trasero de la Range Rover negra, los vidrios estaban completamente polarizados y puedo asegurar que eran a prueba de balas. El tapizado de cuerpo olía a nuevo, el tablero y las puertas eran negras, todo era negro, de cuero y cómodo. Liam se quedó afuera del auto esperando a mis hermanos, bufé un poco y abrí la puerta para bajar nuevamente y rodear el auto.

- O subes y conduces – sus ojos me miraron – O me voy sola manejando – Brant apareció por la puerta.

- Sam… - parecía agitado.

- ¡No! – abrí la puerta y me metí dentro junto con Liam – Arranca… - gruñí y el salió.

Durante cuatro cuadras intente controlar mi respiración, cerré los ojos y me dedique a inspirar y expirar de forma pausada, pero no funcionaba, necesitaba golpear algo o romper algo, pero no tenía nada a la vista excepto el interior del auto y mi pingüino personal.

- ¿A dónde? – abrí mis ojos y observé el espejo retrovisor donde sus ojos me observaban.

- ¿Qué?

- ¿A dónde vamos? – volvió a preguntar.

- A la décima y la quinta – contesté y volví a mirar por la ventana.

- Siento curiosidad… - volvió a hablar y volví a mirarlo. - ¿Por qué mentiste? ¿Por qué dijiste que nos conocimos en Roma cuando en realidad fue en el avión? – me quede mirándolo un momento.

- Simple, no quiero que sepan como vine – subí mis hombros – Y si eres inteligente te mantendrás callado – volví mi vista a la calle.

- Eres insoportable – suspiro.

- Tú también y ya nos ves, aquí aguantándonos.

Él no respondió nada y yo no seguí hablando, solo observaba las calles de la ciudad y la gente que pasaba, preste atención a la indiferencia de los transeúntes con los mendigos o la gente que dormía en el suelo. Mi garganta se hizo un nudo y las lágrimas afloraron nuevamente, necesitaba hacer algo para ayudar a esta gente, puede que ahora no hiciera frio, pero pronto eso cambiaria y ellos necesitarían ayuda.

- Para el auto – grite cuando observe un pequeño contra la pared descalzo pidiendo plata. - ¡Que pares!

- ¿Qué carajos te pasa? – abrí la puerta y baje sin siquiera esperar que estacione.

Algunas personas se dieron vuelta a mirarme y otros simplemente me ignoraron, eso daba igual, mis ojos solo podían ver al pequeño castaño de ojos marrones que estaba sentado en el piso. Su jean celeste estaba roto y con manchas, la remera llena de agujeros y restos de algo, sus ojos vidriosos me miraron y solo pude contemplar la delgadez de sus brazos y rostro.

- Señorita me ayuda – estiro su mano esperando plata.

- Es lo que pretendo – conteste tranquila – ¿Cómo te llamas pequeño? - escuche a alguien pararse a mi lado y observe que era Liam.

- Max – acaricié su cabello.

- Muy bien Max – le sonreí - ¿Sabes dónde están tus papas? – miro para todos lados – Esta bien si no quieres responder, pero necesito saber si tienes padres – me senté a su lado apoyando mi espalda en la pared y flexionando mis piernas.

- Yo no tengo padres, tenía un hermano, pero… - se quedó callado - … él salió por comida y no volvió. – sus ojos se aguaron.

- ¿Cuántos años tienes Max? ¿Lo sabes? – asintió.

- Mi hermano dijo que tenía diez el año pasado, asique supongo que ya tengo once o estoy por cumplirlos – sonreí y mire a Liam que me miraba fijo.

- Bueno Max, yo te puedo ayudar si tú quieres – sus ojos se abrieron grandes – Podemos ir a un lugar por ropa y para que comas, hay otros niños ahí, pero… - bajo su cabeza a sus manos - … solo será un rato, una vez que comas iremos por ropa y algún calzado para esos pies, si te gusta te puedes quedar ahí y si no puedes volver a donde vives – me levante – A mí me haría muy feliz que te quedaras donde te llevo, hay camas y unas lindas señoras que los cuidan, además podría verte seguido – estire mi mano - ¿Qué dices? ¿Vamos?

- Yo… - observo mi mano y luego a Liam.

- Ignóralo, él es muy amargado – le guiñe un ojo – Todavía no le compro su comida, asique esta gruñón – el pequeño soltó una pequeña carcajada y se levantó.

- Está bien – tomo mi mano.

Caminamos hasta la camioneta y Max abrió los ojos grandes cuando la observo, Liam no dijo nada solo camino a nuestro lado y abrió la puerta para que subiéramos, el pequeño observaba todo muy curioso mientras Liam rodeaba el auto y subía en el asiento del conductor para ponerse en marcha al lugar.

- ¿Eres rica? – pregunto Max luego de un rato.

- Algo así – subí los hombros.

- Esto es raro – susurro.

- ¿Por qué? – me acomode para mirarlo de frente.

- Los ricos nunca nos ayudan, solo nos ignoran – subió sus hombros.

- Yo no soy con ellos – mire hacia fuera – En realidad no sé muy bien como soy.

- ¿Cómo es eso? – hice una mueca y lo miré.

- Quieres que te cuente un secreto – asintió – Yo no recuerdo nada… no tengo memoria.

- ¿No tener memoria? ¿Qué es eso? – pensé una respuesta sencilla para el pequeño mientras observaba todo el auto.

- Es cuando uno no puede recordar cosas que ya le han pasado – explique lo más sencillamente posible.

- ¿Por qué no puedes recordar nada? – suspire un poco y mire al espejo retrovisor para encontrarme con los ojos celeste de Liam.

- Hace mucho tiempo tuve un accidente – comencé – El auto donde iba fue chocado por otro, estuve mucho tiempo en dormida, tenía un gran daño en mi cabeza, cuando desperté no recordaba nada de mi vida – Max tenía los ojos bien abiertos mientras le comentaba.

- Eso suena lindo – susurro.

- ¿Por qué lo dices? – acaricie su cabello.

- Porque si uno no se acuerda de nada… no se pone triste – mordí mi labio intentando contener las lágrimas.

- Llegamos – la voz de Liam nos sacó de nuestra burbuja.

- Bueno Max… es hora que comas algo – sonreí mostrando mis dientes y él me imito.

Bajamos del auto agarrados de la mano, una enorme casona se hizo presente frente a nuestros ojos, el pasto estaba un poco gastado y largo, las instalaciones algo viejas, arrugue mi entrecejo cuando me percate de lo dejado del lugar, el nombre de la casa aparecía en un enorme cartel de madera con letras de metal citando “las luciérnagas”. La cerca era mitad de piedra y mitad rejas.

- Este lugar da miedo – tomo mi brazo – Puedo quedar en el auto. – susurro.

- ¿Quieres quedarte un momento en el auto? – mire a Max.

- Si – toque su cabello.

- Claro espérame un momento ahí, yo iré a averiguar unas cosas – mire a Liam – Creo ahora si necesitare de tus servicios – deje a Max dentro del auto y camine hasta el lugar.

- ¿Es peligroso? – consulto mi guardaespaldas.

- Yo soy peligrosa Liam – nuestros ojos se encontraron – Tienes que evitar que golpee a alguien. – carcajeo.

- ¿Cómo es que pasas de una mujer dulce a el payaso de IT? – solté una carcajada.

- Tengo muchas facetas.

Abrimos la puerta y observé los niños correr de un lado al otro, tuve que admitir que por adentro la vivienda tiene mejor aspecto que por fuera, aunque aun así parecía completamente abandonada. La casa era antigua, yo lo sabía, por eso me encargue de m****r una buena cantidad de dinero para sus refacciones, refacciones para mejorar las instalaciones de todo el lugar, comprar nuevas camas y mejorar la alimentación de los niños. Tome el brazo de Liam y me miro extrañado.

- Sígueme la corriente – susurre – Te compro el almuerzo cuando terminemos.

- Hola, buenos días – la directora del lugar se acercó a nosotros. – Mi nombre es Catherine y soy la dueña y directora del lugar - ¿dueña?

Yo sabía quién era, había visto fotos de todo el personal y los niños del lugar. Aprete mi mano en el brazo de mi acompañante y este apretó un poco el agarre. Trate de sonreír un poco mientras la miraba, su pelo rubio estaba recogido en una cola alta, llevaba ropa de marca y un reloj nuevo brillaba en su muñeca, estaba extremadamente maquillada y tenía un celular última generación en su mano.

- Buenos días – hablé lo más amable que pude – Con mi marido estamos buscando un niño para adoptar. – mire con cariño a mi guardaespaldas que me sonrió igual.

- Eso es increíble – sonrió coqueta y miro a Liam - ¿Alguna edad en particular? – nos miró a ambos.

- No – me apresure a decir – ¿Puede traerlos a todos? – pregunte.

- Claro, en un momento – salió del lugar y nos dejó solo.

- Me quieres decir que pasa… - susurro mi supuesto esposo.

- Está casa hogar es mía, yo soy la dueña y he mandado innumerables sumas de dinero para refacciones y arreglos, que no veo por ningún lado – observe el lugar – ¿Tú los ves?

- ¿Mucha plata? – consulto.

- Millones – aprete mi mandíbula – Pero no se quedará así.

- No le puedes romper la nariz Sam – mordí mi labio y lo miré

- ¿No?

Sus ojos azules se clavaron en los míos, mi nombre sonaba tan bien de sus labios que parecía mentira, ninguno de los dos fue consiente de cuánto tiempo pasamos observándonos hasta que el carraspeo de una voz nos hizo separarnos un poco.

- ¿Ustedes quiénes son? – pregunto una nena.

Sus ojos eran negros como la noche al igual que su cabello, llevaba puesto un vestido viejo y unas sandalias más grande que sus pies, Liam se agacho hasta su altura y estiro su mano para saludarla con una enorme sonrisa en su rostro, la pequeña lo miro un momento y luego acepto el saludo.

- Mi nombre es Matt y ella es Megan – escuche como mintió con nuestros nombres – Estamos buscando un hijo o hija. – comento tranquilo.

- Puede ser más de uno… - susurro – No es lindo vivir aquí – junte mis cejas y me agache con ellos.

- ¿Los tratan mal? – la nena afirmo con la cabeza y se alejó cuando escucho los pasos a su espalda.

- Veo que conocieron a Lulú – acaricio la cabeza de la pequeña que se achico en su espacio – En un rato estarán todos aquí ¿quieren recorrer el lugar?

- Claro – conteste con una sonrisa.

- Estas son las instalaciones de las luciérnagas, como verán no son las mejores condiciones para los niños, yo me hago cargo de todo los gastos que puedo, pero resulta un poco complicado a veces – suspiro y continuo - Tenemos que pagar al personal: cocinera, la mujer que limpia, jardinero…

Ambos nos miramos mientras ella nombraba todos los gastos, oficialmente creía que éramos unos idiotas. La casa era toda de madera a excepción de los baños que tenían piso, las habitaciones tenían cuchetas precarias con colchones diminutos, las paredes estaban desgastadas y las almohadas parecían laminas, quise golpear a la mujer contra los barrotes la cama, pero Liam se encargaba de apretar mi cintura o tomar mi mano para que no lo hiciera.

- …Sería de mucha ayuda si pudieran colaborar con la institución para mejorar la vida de estos niños…

- Claro – interrumpí – Porque no vamos a su oficina y le hago un cheque.

La mujer sonrió coqueta y nos llevó hasta su despacho, era el único lugar que parecía pintado y con muebles nuevos, nos dejó pasar primero, sonreí de lado y caminé hasta su lugar en el escritorio para luego tomar asiento y colocar mis codos en él mientras las yemas de mis dedos se tocaban.

- ¿Pensaste que nunca vendría? – la mire y ella subió una ceja – Perdón… - me levante – Me presento, soy Samanta Alexandra Schroeder

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