I. El regreso

Después de diez años estaba volviendo a mi hogar, aquel lugar donde crecí y del que no recordaba nada. Sonaba casi absurdo en mi cabeza, pero era la verdad, no tenía recuerdos de mi niñez, o al menos no los básicos. No recordaba la escuela, amigos, ni siquiera a mi madre, aquella mujer que la engendró era solo una foto en mi bolsillo.

Recordaba haberle preguntado a mi padre qué paso con ella, pero él no quería hablar del asunto, le pregunte a mis hermanos y la respuesta fue escasa, “falleció en un atentado hacia la familia”, pero cuando preguntaba el por qué, solo obtenía un silencio atormentador, nadie quería decir nada, nadie quería que recordara.

Suspire mientras observaba las calles de Roma, la vía Condotti estaba llena de gente como casi todos los días, pero algo de aquello me parecía distinto el día de hoy. Cerré mis ojos y visualicé la imagen de mi madre, sus cabellos rubios brillaban con el sol, tenía unos ojos azules como el océano y la piel tan blanca como la leche, un lunar encima de sus labios le daba un toque sexy y provocativo. Suponía que ambas tenían la misma altura, solo por lo que aprecie en aquella imagen familiar que Edel me mando por correo para mi cumpleaños número dieciocho.

Baje la vista hacia a mis manos y contemple la pulsera que adornaba mi muñeca, el único regalo que conservaba de ella o al menos eso le dijo su nana, los eslabones de plata brillaban gracias a la luz que entraba por la ventanilla del taxi. El dije que colgaba de él, era lo que más le llamaba la atención, miro el corazón de plata con el diamante en su centro que seguía la forma. Era algo extraño y precioso, pero lo que más le deba curiosidad era lo que le provocaba.

Aquel dije no solo me traía nostalgia y amargura, también la llenada de imágenes, pequeños recuerdos de mi vida pasada, nadie sabía sobre ello, me negaba a contar sobre las imágenes que llegaban a mi cabeza. Para mi todos son sospechosos, incluso la mujer que permaneció a mi lado todo este tiempo.

Giré mi rostro y se encontré con mi nana, Teresa, quien parecía sumergida en sus pensamientos. La mire sin decir nada, sus ojos marrones se encontraban cargados de preocupación, su piel blanca llena de arrugas por el paso del tiempo, el cabello castaño atado en un moño perfecto. Traté de recordarla años atrás pero no pude, sabía que Teresa había sido lo único constante en mi vida, algo que me inquietaba un poco, por el solo hecho de no saber si aquella mujer tenía familia, hijos o un hogar donde la esperaban.

Teresa la había criado como si fuese su hija y ella prácticamente la consideraba su madre, le debía su vida a la mujer de ojos achocolatados, era quien era gracias a ella. Pues Teresa, se había encargado de enseñarle todo lo que sabía, como cocinar y los quehaceres domésticos, pero también sobre el amor, responsabilidad, nobleza, empatía y solidaridad. Samantha sabía que era mejor persona gracias a ella y también sabía que era algo que la diferenciaba de sus hermanos y padre.

- Creo que deberías avisar a tu padre y hermanos – Teresa suelto el aire que seguramente ha estado guardando desde que salimos de casa.

- Es una sorpresa Nana – toque su mano - ¿Acaso hay algún motivo para no volver? - note como su cuerpo se tensaba.

- No, no… pero él dijo... – interrumpí.

- Él dice muchas cosas Nana, pero las que estamos aquí solas, somos tú y yo. - mi voz es más agresiva de lo que hubiera querido - Me han venido a ver una vez en diez años, ¡Diez malditos años! ¿Es que acaso no me quieren? ¿Por eso estoy aquí? ¿A ti también te obligaron a esto? - cruce los brazos frustrada.

- Yo vine porque quise Sam - miro sus manos - Se lo prometí a tu madre y voy a cumplir aquello hasta que deje de respirar.

- Ósea que solo estás conmigo porque lo prometiste - mis ojos se llenan de lágrimas.

- Sabes que no quise decir eso - junta sus cejas - Pero creo que esto no es buena idea. Tu no entiendes en lo que te estás metiendo.

- Porque te niegas a contarme la verdad Teresa - resople enojada - Nunca me quieres decir porque no me acuerdo de nada o porque vinimos aquí, tampoco quieres hablar de la muerte de mi mamá.

Abrió la boca, pero la cerro inmediatamente, sabía que no tenía nada que decir al respecto, porque eso sería admitir que ella también me mentía a diario y a su vez explicaría el hecho de que me obligara a tomar clases de defensa personal, algo que termine haciendo con todo gusto luego de que me manosearon una noche a la salida de bar.

Seguidamente a eso me perfeccione con el manejo de armas, algo de lo que ella no estaba enterada y de lo que nunca se enteraría.

Nos miramos por un momento más hasta que volví mi vista a la ventilla y recuerdo mi primer día en el campo de tiro.

Flashback

- Buenos días señorita en que puedo ayudarla.

El hombre de veintisiete años se me acerco observándome de arriba abajo. Sus ojos cafés denotaban burla y curiosidad, tenía el cuerpo trabajado y los dientes blancos como propaganda de televisión. Su cabello castaño oscuro lo llevaba corto igual que un militar. Le presté atención por unos segundos mientras él colocaba sus manos en la espalda y esperaba una respuesta.

- Quiero aprender a tirar, también a armar y desarmar armas – hable segura y firme.

- ¿Para qué necesitas aprender eso? – cambio su postura cruzando sus brazos por el pecho, dejando ver sus músculos.

- ¿No puedo aprenderlo? – mire desafiante esperando parecer ruda, pero él solo se río.

- Disculpa, pero me pareces demasiado fina para estas cosas - levanto una ceja molesta.

- Creo que no te pregunte que te parecía – cruzo mis brazos – Vengo a pagar por un servicio, si no pueden brindarlo, mejor me voy a otro lado.

Gire mi cuerpo y camine hacia la puerta, pero no pude salir. Levanté mi vista para corroborar que era su mano la que me lo impedía y entonces sentí su cuerpo cerca del mío. Su respiración rozaba mi cabello y su perfume invadió mis sentidos por completo. No me toco y no se terminó de acercar, solo se quedó ahí esperando que lo mirara y fue eso lo que hice.

- ¿Puedes moverte? – me mantuve firme mientras sonreía.

- Podría, pero no quiero – levanto una de sus manos – Soy Julián – su mano quedo en el aire esperando por la mía.

- Samantha – aprieta levemente y luego me suelta.

- Bueno Sam, vamos a empezar – comienza a caminar y me hace señas con su cabeza – Primero veamos qué tan buena eres apuntando.

Lo seguí hasta una habitación completamente cerrada, las paredes eran grises y unas pequeñas divisiones marcaban el lugar para cada tirador, me acerco unos cascos y me explico el funcionamiento básico del arma que me estaba entregando, era una nueve milímetros, hasta aquel momento todo iba bien, de vez en cuando me distraía con el marrón de sus ojos, pero volvía a la realidad antes de quedar en evidencia. Julián ubico el arma en mi mano y mi mente se llenó de imágenes.

- Tienes que respirar tranquila y concentrarte Sam – observo a mi padre y luego vuelvo la vista al blanco – Pon bien la espalda, acomoda las piernas – me ayuda con sus manos – Listo, ahora dispara.

Observo una vez más mi alrededor para asegurarme que no hay nadie, el sol alumbra el prado verde y a lo lejos un par de botellas esperan a ser golpeadas por mis balas, entrecierro los ojos, respiro y disparo. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

- ¡Les di a todas papá! – colocó el seguro y salto emocionada.

- Muy bien pequeña, sabía que podrías – sonríe y yo lo imito.

Volví a la realidad, me encontraba todavía en la sala de tiro y Julián me mira, sus ojos analizan mi rostro, no me había dado cuenta que lloraba hasta que una de sus manos sube a mi mejilla limpiando una lágrima.

- ¿Estás bien?

- Sí, si – me aleje – Perdón acabo de recordar algo – me coloque los cascos, saque el seguro del arma y dispare dando justo en el corazón y cráneo.

- Creo que ya sabes disparar – observa el blanco mientras dejo el arma.

- Parece que sí – lo miro – Es difícil de explicar – volví a mirar el blanco.

- Creo que soy capaz de entender – sonrió de lado y tome aire por mi nariz llenando bien mis pulmones.

- Veras, yo no tengo recuerdos de mi pasado, pero cuando me disté el arma me recordé tirando en el campo con mi padre – su sonrisa se agrando.

No sé porque le comentaba sobre mi vida a aquel extraño, yo no era esa clase de persona, jamás contaba mis cosas y muchos menos si no los conocía, pero por alguna extraña razón, Julián me inspiraba confianza y eso me tranquilizaba, aquella pequeña escena con mi padre, fue uno de los primeros recuerdos que tuve, porque después vinieron varios, tantos que podría contar tres historias con ellos.

- Terapia de contacto – sonríe – Creo que sería bueno que vengas, podemos mejorar las técnicas, aprender a desarmar armas y a personas – me ofrece

- Creo que estaría bien – le devolví la sonrisa.

- ¿Quieres ir a comer? – levante una ceja

- ¿Comes con todos tus alumnos? – pregunte curiosa y divertida.

- No – admitió – Pero no tengo intensiones que seas mi alumna…

Fin de Flashback

- ¿En qué piensas mi cielo? – limpio mis mejillas y miro a nana.

- En Julián – su mano toma la mía – Lo extraño horrores – admití mientras se acerca y me abraza.

- Lo sé cariño, es una pena lo que paso.

Y si lo era, Julián había muerto en un accidente de auto y con él mis ganas de seguir aquí en Europa, no podía seguir más tiempo en aquella ciudad, todo me recordaba a él. Aquel suceso me había arrebatado mi futuro y cualquier posibilidad de ser feliz y nana lo sabía, pues ella me consoló todo este tiempo hasta que decidí volver a casa. Una casa donde el único que me quería ver era Edel.

Edel era uno de mis hermanos, el del medio, el mayor de los tres era Brant, un hombre alto, rubio, ojos azules y piel blanca, el más maduro, tanto que parecía un viejo. Edel, tenía el pelo castaño, ojos verdes y su piel era color oliva. Él es totalmente distinto a nosotros, es alegre, juguetón y bromista.

Y, por último, pero no menos importante, mi padre, él señor Aric Schroeder, un hombre rudo, de ojos verdes y mal carácter, su cuerpo es delgado y su altura promedio, le daban la apariencia de un ser siniestro y peligroso. Algo que se complementaba con su mandíbula cuadrada y su mal carácter. Él, es el principal causante de mis desvelos y noches en llanto. Solo lo vi una vez en diez años y fue suficiente para no querer verlo más… la forma en la que me miraba y su trato hacia mí, solo me decía una cosa, Ese señor me odia y no eran ilusiones mías, en realidad me odia.

Según él no soy más que una decepción. Tal vez se deba a mis obras benéficas o los orfanatos de los cuales soy colaboradora. O tal vez que haya decidió estudiar para ser organizadora de eventos, en vez de formar parte del negocio familiar, aunque no supiera cuál era. En fin, no sabía cuál era su problema conmigo, solo sabía que no me quería.

- Hemos llegado señoritas

El conductor avisa nuestra llegada al aeropuerto, Teresa asiente nerviosa y juega con sus dedos, por mi parte, solo quiero pasar las diez horas de vuelo lo más rápido posible para poder volver de una vez por todas a casa y ver si podre de una vez por todas ser feliz. Sonreí con mi pensamiento, eso no podía ser posible y lo sabía, él ya no estaba, mi corazón se apagó ese día, todo en mí se apagó ese día.

Entregue nuestros papeles y me acerque a mi nana que espera sentada, sé que tardaremos unas diez horas mínimo en llegar a Estados Unidos, pues ahí es donde está nuestra casa. Mi madre era americana y mi padre alemán, ellos se conocieron en un café o al menos eso me contó Teresa. Según ella, todo fue como las novelas, el hombre rico que se enamora de la chica pobre y viven felices para siempre, aunque en esta historia no había un final feliz, mi madre había muerto y mi padre se volvió un completo idiota después de ello.

- Pasajeros del vuelo 101 por favor abordar…

Ayudo a Teresa con sus cosas mientras comenzamos a subir. Sus ojos me fulminan cuando ve que su lugar está en primera clase y el mío turista. La ignoro y me encamino en busca de mi asiento, coloco mi bolso en las gavetas de arriba, no traje muchas cosas, solo empaque lo necesario para algunos días y luego iré de compras para llenar mi armario con lo que falte. Tengo planeado abrir mi negocio una vez que termine de ver todas mi organizaciones y necesito concentrarme en eso para…

- Auch – me queje en voz alta cuando el muchacho que está a mi lado me golpea con su codo la cabeza.

Mi mano sube a mi cabeza y me sobó la zona mientras espero que se disculpe, pero no lo hace, solo se concentra en guardar sus cosas mientras tiene los auriculares puestos. Maldigo entre dientes y me siento, trato de concentrarme en otra cosa que no sea el imbécil que acaba de golpearme, pero para mí buena suerte – nótese el sarcasmo -, lo observo esperando que se excuse, pero no me mira.

- ¿Tu mamá no te dijo que es de mala educación mirar de esa forma a las personas? - se saca los auriculares y me observa.

Una ola de imágenes llega a mí mente cuando sus ojos enfocan los míos y su voz suena… su voz, la he escuchado antes, sé que sí, pero de dónde. Levanta una ceja mientras me mira, sus ojos celestes esperan una respuesta de mi parte y estoy a punto de responderle, pero una puntada invade mi mente haciendo que cierre los ojos y dándole paso a todas aquellas imágenes.

Flashback

- "Necesito que te quedes aquí y no salgas Sam, no importa lo que escuches no salgas"

El mozo que vi dentro de casa me esconde detrás de unas cajas, sus ojos son marrones con motas verdes, su cabello oscuro está algo alborotado, lo observo sacar de su bolsillo un aparatito negro el cual se lo coloca en el oído, ninguno dice nada hasta que una pequeña maldición sale de su boca cuando un fuerte estruendo vuelve a sonar. El señor sube su pantalón y deja ver un arma. Mis ojos se agrandan y siento pánico.

 - ¿Quién, quién…eres? - junto mis piernas y me alejo.

- Soy amigo de tu mamá, mi nombre es... - otro estruendo suena y grito

Fin del flashback

Su mano se mueve enfrente de mí cara y mis mejillas están húmedas, siempre que recuerdo algo termino llorando, algo que detesto pero que no puedo evitar. El muchacho me mira extrañado, pero no cambia su postura, limpio mis mejillas y vuelvo a mirarlo.

- Hasta que reaccionas niñata - resopla molesto - Ya te hacía yo desmayada por un simple codazo.

- ¿Tu papá no te enseño lo que es la caballerosidad? - apretó los dientes - O mínimamente el respeto por una dama.

- Si encuentro alguna dama seré respetuoso - muestra los dientes mientras sonríe.

- Idiota - espeto frustrada.

- ¿Idiota? Hace unos minutos babeabas por este idiota. - la soberbia invade su boca y me contengo.

- ¿Perdón? Yo no babeaba por ti - contesto lo más calmada que puedo.

- Entonces porque me mirabas tanto.

- Estaba esperando que te disculparas imbécil… - cruzo los brazos y me doy media vuelta.

- Puede que mi padre no me enseñara a ser caballero, pero definitivamente a ti no te enseñaron modales. - puse los ojos en blanco. – Eres una llorona.

- ¿Cómo? – río falsamente – Sabes que… – levanto la mano mostrando la palma – No me interesa, tampoco quiero tus disculpas, mejor vete a la m****a.

- Tan bonita y tan boca sucia – soltó entre risas, pero lo volví a contestar.

Siguió parloteando cosas que me negué a oír, en algún momento me consulto por mis lágrimas y mí reacción del principio, quise contestarle, pero no podía contarle mi vida a un extraño, no otra vez, asique decidí ignorarlo y luego de eso ya no recuerdo más nada, hasta que desperté apoyada en el hombro de mí compañero de vuelo.

Mi brazo estaba alrededor del suyo y con su mano sujetaba la mía. Cualquiera que nos viera podría pensar tranquilamente que éramos pareja. Trate de sacar mí cabeza, pero me resulto imposible al descubrir que la suya estaba encima, supe que estaba dormido ya que su respiración era pausada y lenta.

Preste atención a la forma de sus brazos y como su mano me sujetaba, moví un poco mis dedos contra los suyos que eran ásperos, me imaginé sus posibles trabajos y el poco cuidado que debía tener para tener sus manos tan partidas y rasposas, su colonia era suave y amaderada, tenía un pantalón deportivo y un buzo suelto.

              

En esta posición no podía ver su rostro, pero recordaba el claro de sus ojos y lo penetrantes que eran, no podía decir si eran grises o celeste, o tal vez una combinación de ambos, su cabello era una mezcla de marrón con anaranjado y una barba asomaba dejando en claro que no se había afeitado recientemente. Tenía un lunar en su frente y sus labios eran grandes y carnosos. Solté el aire al darme cuenta de toda la atención que le había prestado.

- Señores pasajeros les informamos que estamos pronto a aterrizar, por favor tomen asiento y colóquense los cinturones.

Sentí su cuerpo moverse y cerré los ojos haciéndome la dormida, era la segunda vez que viajaba en avión y terminé con un hombre toda abrazada. Me concentre en mantener mí respiración pausada y los ojos cerrados mientras esperaba que me corra o despierte, pero no lo hizo.

Esperé paciente en la misma posición ideando alguna forma de salir sin tener que pasar por la incomodidad de despertarme entre sus brazos, estaba a punto de moverme cuando sus dedos rozaron mí mano acariciándola y luego corrió un mechón de cabello que caí por mí frente.

Su pequeño gesto perturbo todo mí sistema, sentí mi piel erizarse y mi corazón se estrujo de forma extraña, me removí del lugar y deshice nuestro agarre aún con los ojos cerrados. Estaba decidida a no despertarme, no le daría el gusto a una persona tan arrogante asique solo coloqué mi cabeza contra la ventanilla asegurándome de poner distancia entre nosotros.

Me sentía observada, pero me negaba abrir mis ojos, aquel muchacho podía ser un pervertido o un loco y yo estaba enrollada a él como si fuera alguien conocido. Espere hasta que el avión hizo un movimiento brusco y abrí mis ojos, estire un poco mí cuerpo y acomode mí cabello, saque un pequeño espejo de mi bolsa y observe el estado de mí cara.

No llevaba maquillaje puesto, asique no tenía nada de qué preocuparme y por suerte no había adquirido lagañas ni había babeado. Corrobore la hora y me estire nuevamente en el asiento, el hombre no emitió ningún comentario y yo menos. Solo esperé que avión terminará de aterrizar, tomé mí bolso y salí en busca de Teresa.

- ¡Samantha Alexandra! - grito furiosa Teresa cuando me visualizo del otro lado cerca de los sillones - ¡Qué sea la última vez que me pones en primera clase y tú vas en turista!

Varios de los pasajeros observaron la pequeña escena que mí quería nana estaba haciendo, sus ojos entrecerrados me miraban con recelo, su pelo castaño se encontraba algo despeinado. Llevaba un vestido largo con flores que le regale para su cumpleaños, nadie que la viera pensaría que es una persona humilde pues me había encargado de tratar como una reina, a la mujer que me cuido durante todos estos años.

Una risa burlona salió de mis labios captando la atención de más personas, estaba acostumbrada a que me miren, asiqué no me cohibí en lo más mínimo. Observe un poco el lugar señalándole a Tere los individuos que la miraban, ella bajo la velocidad y acomodó su vestido y volvió a caminar furiosa.

Seguí observando la gente hasta que mis ojos se cruzaron con los del muchacho del avión, que ahora observaba entretenido lo que ocurría, le mantuve la mirada un momento y el me guiño un ojo desde la distancia antes de marcharse.

- Si sigues así, te va a dar algo - le sonrió, pero ella a mí no.

- ¿En qué estabas pensando? - apoya las manos en su cintura y golpea el pie en el suelo. - ¿Sabes qué pasará si se enteran que viajaste en turista? ¿Quieres que me echen?

- Primero, nadie sabe que venimos y nadie tiene porque saber dónde viaje yo y dónde viajaste tú - levanto las valijas – Segundo, no iba a permitir que viajaras en turista, no con tu edad.

- ¿Me estás diciendo vieja? - una carcajada sale de mí boca.

- Joven no eres Nana - acomodó el equipaje - ¿Me vas a decir que no lo disfrutaste?

- Si, pero eso que tiene que ver - agarra su carrito - No deberíamos ni siquiera estar aquí.

- Hay tantas cosas que no deberíamos hacer… - pongo los ojos en blanco - …Ya no soy una niña, tengo mi propio trabajo y no sigo más órdenes de nadie. - la tomo del brazo - Ahora tu y yo iremos a enfrentar al malvado doctor tocino.

- ¿Doctor qué? – se frena.

- A mí padre tata, mi padre.

- Hace mucho no me decías tata - sus ojos se cristalizaron - Ahora solo me dices nana o Teresa.

- Es que ya he crecido, no soy una niña - caminamos a la salida unidas por el brazo.

- Si ya estás grande… porque llamas a tu papá por un personaje de Toy Story - me mira.

- Porque no importa cuánto pase, uno nunca es lo suficientemente grande para Disney y menos para Toy Story nana - hablo sería y ella ríe. – Yo sabía que habías entendido – respondo orgullosa mientras paro un coche.

El camino a casa se me hizo eterno, nana no paraba de mover su pie producto del ataque de nervios que tenía y ya me estaba sacando de quicio. Yo también estaba nerviosa, eso no podía negarlo, hacía años no veía a mí familia, no sabía cómo actuar con ellos, como saludar, ni siquiera si podía abrazarlos o no. Por otro lado, tampoco sabía quiénes estarían en casa, sabía por mis hermanos que papá jamás volvió a traer una mujer a la casa, aunque eso no era sinónimo que no la tuviera.

De mis hermanos sabía muy poco, hablo mucho con Edel, pero es con el único, Brant es más distante y menos hablador de los dos tres, pero siempre ha mostrado su aprecio hacia mi persona, al menos con algún que otro detalle o los extravagantes regalos de cumpleaños que enviaba, pensando que con aquello bastaba.

Las grandes murallas de piedra se hicieron presente, adivine que es mi casa gracias a la palidez de la mujer que está a mi lado, el portón negro de rejas macizas es igual de alto que las paredes, el coche se detienen y el chofer nos observa mientras yo trato de buscar un botón para llamar, pero en lugar de ello, veo una cabina con lo que parece un vidrio blindado y un señor dentro.

El hombre sale por una puerta que yo no pude apreciar de esta distancia, pero que al parecer se encuentra allí. Sigo la silueta de su figura, el señor debe tener la misma edad de nana, su piel es de color oliva y cabello negro como el carbón, lleva puesto un traje negro con camisa blanca y un pequeño cable llega hasta su oído izquierdo, camina hasta el conductor y lo observa.

- Buenos días ¿Qué necesita? – su rostro es serio, y sus rasgos marcados.

- Buenos días – contesta el chofer algo cohibido – Vengo a traer a las señoritas – señala con su cabeza la parte de atrás.

- ¿Su nombre? - levanta la vista y nos mira a ambas - ¿Señora Teresa? - sus ojos pasaron de la mujer que estaba a mí lado a mí.

- Buenos días - respondo - Soy Samantha hija de...

- Del señor Schroeder - asiento – Pasen… - mira a Teresa por un rato y luego se aleja.

- ¿Quién es él? - la miró esperando que responda.

- Tom… - suspira

- ¿Y ese Tom era algo tuyo? - mi tono está cargado de curiosidad

- Que dices… – golpea mi brazo – Ojalá… -suspira nuevamente, acabo de conocer el amor platónico de mi nana, quien lo diría.

Las puertas se abren dándonos paso a un largo camino, la casa está en lo que parece una colina, aunque no es tan inclinado. Hay grandes parques con césped tan verde que parece sintético, una serie de plantas y árboles variados descansan por distintos lugares.

Observo las margaritas blancas que adornan un sector donde hay una mesa con unos bancos. Me detengo en un árbol de flores rosadas, su aspecto es atrapante y exótico, al menos para mí. Su tronco y ramas carecen de hojas, no hay nada de verde en él, solo el pasto que cubre su raíz, el resto son ramas y flores rosadas.

La casa no se queda atrás, es moderna con las paredes blancas y de dos pisos, la entrada principal tiene una puerta negra grande, el piso blanco de mármol reluce con la luz del sol, observo la cantidad de ventanas que hay, esta casa tiene que tener mínimo veinte habitaciones, ahora entiendo porque mis hermanos no se han ido todavía de aquí.

La puerta se abre dejando ver una muchacha de unos veinticinco años, su cabellos es rojo y sus ojos algo chocolateados, tiene la piel crema y parece un palillo gracias a lo delgada que es. A su lado un hombre de cuarenta años lleva una traje negro con camisa blanca, tardo muy poco en darme cuenta que es el Niles de mi familia, no puede evitar preguntarme si tendrá su mismo humor.

- Buenos días señorita Schroeder – la muchacha se acerca – Mi nombre es Ruth y estoy en el servicio de la casa. – sonríe – Y es el Alfred nuestro encargado – Niles paso de personaje de la niñera a el mayordomo de Batman.

- Señorita – se inclina, su cabello tienes reflejos blancos producto de las canas, sus ojos son oscuros y la piel pálida.

- Buenos días – sonrío – Soy Samanta y ella Teresa – señalo a mi nana – ¿Mi familia? – pregunto mientras entramos.

- Ya le avisamos a todos de su presencia, en un momento bajan – comenta Alfred y asiento.

La sala es enorme, los pisos son blancos y los sillones grises oscuros, algunos almohadones anaranjados adornaban cada uno de ellos, una pequeña mesa ratonera en el centro contiene unas velas.

En frente un gran ventanal da ventanal da al patio trasero donde se observa una gran piscina y sillones de jardín, todo aquí es grande y ostentoso, pero yo no me siento en casa, está no parece mi casa y eso es raro, porque alguna vez viví aquí.

- ¿Qué haces tú aquí? – su voz se clavó como un puñal en mi espalda.

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