Prólogo

El líquido verdoso entra por mi torrente sanguíneo, un ardor se instala en mi brazo derecho mientras que siento como la viscosidad se extienda a la par con el dolor que estoy comenzando a sentir por todo mi cuerpo. 

Minutos que son agónicos y angustiantes que calan y desgarran mi interior.

Me remuevo inquieta en la camilla, quejándome y sudando como aquella toxina me daña, viéndome a mí misma como soy objeto de prueba por mí propio medio hermano y su equipo de salvajes.

Respiro con dificultad y lucho por no dormirme, sin embargo, el cansancio me está ganando.

Fue la única decisión viable que vi y no me arrepiento, si eso significa que él va a vivir. Era esto o su muerte segura, y he decidido por él, sin importar las consecuencias de mis actos.

He decidido que lo sacare de aquí cueste lo que cueste.

Desde que lo vi, la necesidad de protegerlo me invadió cada célula de mi ser, creando en mi un instinto de sobreprotección que desconocía. Nunca he tenido a nadie de mi lado, pero he sido feliz con todo lo que la vida me ha dado.

Pero él solo ha vivido en la oscuridad y en la soledad, y creo que se merece mucho más que esto, merece conocer el mundo siendo libre de todos los abusos a los cuales ha sido sometido.

Cierro con fuerza mis ojos, evocando aquel sentimiento que me niego a aceptar, «Lo hago porque tengo algo de humanidad, me repito una y otra vez»

pero me es imposible no pensar en aquel recuerdo que se cuela sin permiso.

Ante mi aparece la imagen de unos ojos grises con motitas doradas que solo gritan peligro en toda su magnitud. Porque eso es código 25, peligro, caos y destrucción, al igual que una tormenta eléctrica que llega con sus vientos incontrolables que te desestabilizan, su lluvia desbordante que te empapa y rayos deslumbrantes que arrasarán con todo lo que soy.

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