III

Aisha volvía todos los días a su hogar antes de ser descubierta, pero ese día se distrajo cuando en la plaza central se escuchaba el bullicio de una multitud hablando y los soldados otomanos vociferando. Aisha se coló entre la multitud y observó a los solados que sostenían a un joven de unos veinte y tantos años encadenado. Era un muchacho apuesto y simpático, de rasgos árabes y una bien recortada barba de candado. El capitán de la guardia imperial, un viejo y curtido turco de larga barba y un ojo cicatrizado, dio una declaración a todo volumen:

 —Este hombre es Omar Ahmed Mahmud Ibn Farad, conocido simplemente por el nombre de Omar el Aventurero, afamado bandido y pirata. Por orden del Valí de Bagdad y la autoridad investida en él por el Sultán del Imperio Otomano, se le condena a cien latigazos y cadena perpetua en las mazmorras.

 Aisha escuchó los rumores de una pareja a su lado:

 —¿Ese es el famoso Omar? Dicen que ha seducido a cientos de mujeres en todo el mundo.

 —Debe ser algo exagera esa cifra, aunque sin duda sedujo a la esposa del capitán, ya que lo encontraron en su cama. Es por eso que lo odia tanto como para convencer al Valí que conmutara la pena de muerte por la de cadena perpetua. Quiere torturarlo por el resto de su vida. ¡Pobre hombre!

 Aisha observó los cien latigazos que le propinaron a la esbelta espalda del apuesto pirata. Este resistió cuanto pudo para no gritar, como si no deseara darles tal satisfacción a sus torturadores.

 Debido a aquel horrible espectáculo, Aisha llegó tarde a su casa por lo que fue descubierta por su abuelo adoptivo. Incapaz de mentirle de frente le confesó toda la verdad.

 Nasradán era un anciano comprensivo y amaba demasiado a Aisha como para gritarle o castigarle. Simplemente se sentó y sonrió.

 —Ya eres grande para tomar tus decisiones —dijo y el asunto se selló.

 Esto llenó de alegría a Aisha y abrazó con cariño a su abuelo putativo. Esa noche sonrió mientras dormía plácidamente pues sabía que a partir del día siguiente no tendría que volver a esconderse y podría ser una bayadera de verdad.

 La mañana siguiente camino a sus clases, algo la interrumpió. Un misterioso sujeto cubierto por harapos y vendas. Parecía un leproso, se abrió espacio a empujones entre la multitud de la plaza central.

 Pero Aisha notó algo inusual en el tipo que todo mundo ignoraba o evitaba por su condición. No caminaba como caminaría alguien genuinamente afectado por el mal. Al contrario, se apresuraba y miraba por sobre el hombro como preocupado. Además, sentía que podía reconocer la forma del dorso y le pareció reconocer los ojos avellana que emergían de entre las vendas.

 —¿Supiste la última? —le dijo un mercader a un cliente que apretaba sus dátiles. —Omar el Aventurero escapó de prisión.

 —¡No puede ser! ¿Cómo lo logró?

 —Es astuto como un zorro. Hay quien dice que tiene pacto con Iblís y que a su servicio están muchos ifrits y djins.

 —Alá nos guarde.

 Aisha escuchó la conversación con atención. Compró unos dátiles sin perder de vista al leproso y lo siguió subrepticiamente. Caminó detrás de él muchas horas hasta llegar a un área de las montañas aledañas a la ciudad cerca de la ladera del río Éufrates donde había una cadena de colinas repletas de cavernas.

 Allí, en una de las mismas, Aisha encontró restos de un campamento y descubrió la verdad.

Iba a correr hacia la ciudad de regreso, pero una mano le cubrió la boca y pronto se vio lanzada contra el arenoso piso con un hombre encima suyo reteniéndole los brazos con una mano y acallándola con la otra. Era Omar.

 —Te descubriré la boca —dijo— pero si gritas morirás —amenazó. Aisha asintió.

 —¡Omar el pirata! —reaccionó ella una vez que la áspera mano del sujeto dejó de presionar sus labios. —¿Qué va a hacerme?

 Omar sonrió.

 —Está bien —rogó ella especulando sus intenciones— haga lo que desee pero déjeme ir ilesa después. Haré lo que guste y además no diré nada sobre su ubicación.

 Pero, para su sorpresa, Omar la liberó completamente.

 —Nunca he tomado una mujer a la fuerza ni pretendo hacerlo. No lo necesito y mucho menos una mocosa como tú.

 Aisha se incorporó frotándose las muñecas que las duras manos de Omar habían lastimado.

 —¿Cómo escapó? —preguntó ella— ¿es cierto que tiene a su servicio a miles de ifrits y djinns como dice la gente? ¿tiene pacto con Iblís?

 Omar se carcajeó.

 —No, la realidad es que escaparse de un calabozo bagdadí se logra con métodos más mundanos que eso. Utilicé solo mi astucia y la ambición de uno de los guardias que quería saber donde había enterrado los tesoros que he acumulado por años. A cambio de eso aceptó entregarme papel y pluma para escribirle una carta de despedida a mi amante. Lo que él no sabía es que la punta metálica de la pluma se puede usar para abrir cerraduras, después de eso pude hacer el resto con algo de cuidado y escudriño hasta llegar a los baños y realizar la poco agraciada tarea de escapar a través de las cañerías. Nunca he visto a Iblís ni a un djinn, pero me gustaría, sin duda sería más fácil.

 —¿Y los tesoros?

 —Jamás le daría tal información real a un guardia, pero para cuando descubrió que mentí ya yo había escapado.

 —¡Asombroso!

 —Al menos fue mejor que lo que tuve que hacer para escapar de prisión de Acre.

 —¿Y que fue lo que hizo en Acre?

 Omar titubeó algunos momentos.

 —Solo digamos que el Alcaide es un hombre de gustos antinaturales…

 Aisha pensó por algunos momentos, hasta que entendió.

 —¿No apruebas lo que hice? —preguntó Omar.

 —Alá no lo aprueba, no yo. Pero eso es entre usted y él.

 Omar sonrió.

 —Bueno, deberé irme. Ahora que descubriste mi escondite…

 —No diré nada.

 —¿Y que garantía tengo de que así será?

 Aisha pensó algunos momentos. Luego extrajo el medallón que había sido de su madre, lo último que le quedaba de ella.

 —Además de mi palabra de beduina, le daré esto. Es lo más valioso que tengo y lo único que me queda de mis padres. Puede esconderlo y si rompo mi promesa nunca lo recuperaré.

 Omar observó la alhaja por algunos momentos, pero luego la devolvió a Aisha.

 —Tu palabra de beduina es suficiente para mí.

 Y en efecto, Aisha cumplió su palabra. No dijo a las autoridades donde estaba Omar ni siquiera cuando se enteró de la jugosa recompensa que ofrecían por ello. Al contrario, y cerciorándose que no la siguieran, Aisha llevó provisiones todos los días a donde Omar se escondía recibiendo a cambio solo los fascinantes relatos de sus aventuras.

 Es así como Aisha también supo la historia de Omar, que tenía un origen igualmente trágico como la suya.

 Omar había nacido en el seno de una familia cristiana, y como solía suceder, al cumplir los 12 años era reclutado a la fuerza para formar parte de la élite militar jenízara. Omar recordaba cuando, aun a esa tierna edad, los funcionarios del Imperio llegaron a su humilde aldea y escogieron a dedo a múltiples jóvenes arrancados en medio de llantos de sus amorosas familias. Dijo adiós a sus padres y hermanas y se embarcó junto a unos desconocidos hacia Estambul a iniciar su entrenamiento.

 Allí fue convertido a la fuerza al Islam y se le enseñó a leer educándosele en diversas disciplinas como ciencia, filosofía y teología. También le entrenaron a usar el arco, la espada y el combate personal.

 Pero la vida de Omar como jenízaro tomaría un giro más oscuro cuando fue llevado ante el Sultán en medio de la corte otomana. El Visir, que supervisaba el entrenamiento jenízaro, tenía órdenes de llevarle al Sultán periódicamente uno de los jóvenes cadetes en entrenamiento que destacara de entre los otros. Omar recitó ante el Sultán una serie de poemas que conocía de memoria y que extasiaron al regordete monarca.

Una mañana reverberante

Una voz cantarina,

Dorados rizos que ondean con el viento,

Como una lluvia de oro

Como el cálido sol veraniego,

Encarnación de la alegría,

Tierna, dulce, bella y lista

Su presencia reanima,

Como rica ambrosía

Resplandece de felicidad,

Aposento con su ánima,

Un espíritu que atesoro,

Es el alma de todo lugar,

Un universo en la palma de su mano

Y conforme su hermosa sonrisa

Sus largos y dorados cabellos amarillos,

Enternecedor entusiasmo de niña

Como un hada juguetona

Se desdibuja a lo lejos,

Lloran las flores su partida,

Y el trinar de los pájaros se acalla

Lindos gatos, juguetones y traviesos

Andaregueando por los callejones y los páramos y los tejados

La observan caminando vivaz y gentil

Pensando tiernamente en sus cuidados y mimos

Ella camina

Acompañada por sus figuras cuadrúpedas, peludas y rabos empinados

De mirada fuerte y gran hermosura

Una mente aguda tras unos ojos de fuego

Bella transita las calles de la ciudad

Que los niños y los gatos se refugien en su terso corazón

No cabe duda,

Que tanta belleza,

Debe tener un caballero afortunado a su lado,

Pero dueño no tiene ni tendrá jamás

Pues al igual que los gatos y los niños que mima,

Ella libre como el viento por siempre será.

Pupila oblicua que atraviesa las penumbras

Sonoro maullido en la neblinosa noche

Que transitan alegremente con patas silenciosas,

Sobre superficies de ángulos insostenibles

Ágiles acróbatas que se relamen gustosos

Cuando la cena está servida

El infante inocente y cachetón

Con risotadas simplonas se entretiene

Gatea y gatea en inocua persecución

Tierno abrazo a la princesa

Se escuchan entonces por cada tejado y por los jardines

Y entre los muros, y las bancas y todos los confines

Un ejército peludo de patas silenciosas y maullidos sinfónicos

¡Noble escolta de su Princesa!

Un soplo refrescante

Licoroso

Una mirada aguda y atravesante, de mente poderosa grande y ominosa,

Ante ti rindo homenaje,

Cuya resplandeciente aura extrae su calor ante un burdo mundo.

Oculta en el Inframundo,

En mortuorios páramos desoladores

Inhóspita y agreste tierra blanquecina,

Sumida en el frígido luto del dolor y la desesperanza,

Mientras aguarda tu regreso, hermosa Perséfone.

Clamores y súplicas se elevan vacíos,

Hacia sordas y pedantes deidades,

Tu regreso solícito, esperan hambrientos,

Los mortales que no lo ameritan.

Amargas lágrimas que brotan de ojos enardecidos.

La calle resuena con cascos de finos corceles negros.

¡Cuervos y golondrinas jolgoriosos!

Revuelan felices sobre la corona,

Sus ojos acuosos verdes y profundos,

De marfilada y cómplice sonrisa,

Propia de demonios extraídos del Infierno,

Hija del encanto.

En tus prendas de princesa y bruja y diosa,

Fuerza oscura de lo interno,

Ante ti se doblegan las musas,

Y las orquídeas se marchitan envidiosas.

¡Mirada desdeñosa!

Fría crueldad

Las espinas afiladas de la rosa oscura,

Un corazón puro, pero arrogante,

¡Tu pecado es la soberbia!

Tu alegría es engañosa,

Tu confianza inquebrantable

Andar rotundo y tenebroso,

Siembra el temor en los incultos

Sobresaliente en cada aspecto.

No es humana tal criatura.

Su desdén es merecido y de allí su desaliento.

Pues de él deriva su desidiosa condena,

¡Su aburrimiento!

Mira con compasión a un triste Minotauro,

Que solloza desconsolado en una orilla marginada,

Dulce mano que acaricia un rostro deformado,

Tiernos cantos de consuelo a unos oídos atormentados,

Su cariño es la redención y la vida,

Suave luz candorosa en el húmedo túnel de la muerte,

Única luz que se disfruta

Un abrazo amoroso que espanta los demonios,

Y cura las espantosas heridas de flagelos lacerantes,

Solo por un instante, al oído le susurra:

“¡Dulce Asterión! ¡Mi querido Asterión! No sufras más por tu fatídico destino. Duerme y sueña y piensa en tu amiga Perséfone.

“Poza tu cabeza en mi regazo mientras la acaricio tiernamente.

“Que tu dolor y sufrimiento desaparezca por un tiempo.

“Enjuga tus lágrimas en mis gráciles dedos, no te adelantes.

“Duerme, duerme, tranquilo, sueña con paz y con contento. Que tu dolor yo contendré por algunos momentos.

Y así durmió por un tiempo.

Torturado y deforme y monstruoso, pero tierno por dentro.

Y así reposó algunos segundos,

Donde los augurios horrendos y los llantos eternos cesaron,

Sólo un instante,

Y Asterión complacido recordó por siempre, mientras sendas lágrimas recorrían su rostro adolorido.

Despreciado, rechazado, humillado, derrotado.

Y en su corazón despedazado brillo una única chispa de humanidad

Salvación del Abismo,

Redención que espanta los más oscuros resentimientos.

Triste Asterión, cuando te mate Teseo,

Recordarás a Perséfone con su último aliento.

Que entre el odio y el repudio que sufrió por tantos,

Y el dolor que desgarró su corazón tierno y hambriento,

Hubo una única alma que lo quiso y lo cuido, y su oído susurró bellas palabras de aliento.

 Esa noche, el joven Omar sería llevado a los aposentos del Sultán a ser su amante. Rol que sostendría por varios días hasta que el monarca se cansó de él, tras lo cual pasó al visir y luego de ministro en ministro hasta que todos se hubieron hartado, momento en el cual se le devolvió al campamento jenízaro a continuar su entrenamiento.

 Pero aquella experiencia —que muchos jóvenes jenízaros vivieron antes que él y muchos más después— se quedaría en su corazón como una fea cicatriz.

 Omar serviría en distintas batallas como parte de aquel cuerpo de élite militar del Imperio, reprimiendo revueltas, combatiendo enemigos internos y externos y realizando razias contra caravanas y barcos extranjeros de las potencias cristianas europeas.

 Con el tiempo, sería testigo de la corrupción y decadencia del Imperio al que servía y, con su corazón lleno de odio, desertaría finalmente para dedicarse a una vida de crimen y piratería. Fue reclutado por su mentor el capitán Samir a los 17 años y pronto subió en la jerarquía pirata gracias a su inigualable destreza por su entrenamiento jenízaro.

 Y así, tras innumerables aventuras —que incluyeron la seducción de decenas de mujeres— llegó a estar allí; en medio del desierto, refugiado en unas cavernas, contándole historias bajo las estrellas a una joven Aisha de 16 años. Que, como era natural, cayó presa de aquel apuesto pirata quien al finalizar una de las historias, la besó al lado de la fogata. El fuego crepitó como incrementado por la pasión de la pareja que hizo el amor bajo las estrellas, perdiendo así Aisha su virginidad esa noche.

  

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