Capítulo XVIII

Pego un respingo al contemplar el firmamento. ¿A qué hora los nubarrones azotaron su azulado techo? Me levanto, palmeo mis piernas para quitar el exceso de nieve en ellas y me giro para alcanzar mi mochila. En ella guardo el libro, al igual que el pedazo de queso que dejé. Mi mano queda a mitad de camino cuando oigo un estruendo que proviene de la cabaña. Una corriente eléctrica se desliza desde mis pies hasta mi pecho. Con rapidez, sujeto el rifle, acomodo el morral tras mi espalda y echo a correr hacia los árboles que devoran el panorama sobrecogedor que podré ver cuando llegue. Mis pies se enredan y doy un traspié. La agitación se representó en este desliz mal esperado. Mis palmas extendidas reciben el rasguño de varias piedrecillas y el rifle cae a varios centímetros de mí. Maldigo por lo bajo y me estiro para alcanzarlo, pero un golpe en mi mentón me hace recular. Anonadada, escupo

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