El Santo millonario
El Santo millonario
Por: Yerimil Perez
Preludio

Hoy es un espectacular día para sorprender al señor Bristol llegando temprano, llevándole un café de su Starbucks favorito y un maravilloso trozo de tarta de fresa e incluso me he colocado una ropa refinada y de oficina, ya quiero ver su rostro cuando me vea. Es un mando de primera, sino fuera tan gruñón tuviera mini orgasmo cada vez que lo tengo cerca pero lástima que desde que abre su boca salgo de mis calenturas mentales.

—Buenos días Sam, —le doy una pequeña sonrisa al chico que abre las puertas del elevador.

—Dayana ¿Cuándo aceptaras mi invitación para salir? —«Maldición, esto me pasa por estar de coqueta»

—Ya sabes cómo son las políticas de la empresa —como siempre toca optar por la ley que siempre salva a uno de desgracia.

—Pero ya hasta…

—Cariño, disfrutamos y ya está, —murmuro. —La cuestión es que no se volverá a repetir, —con mi codo pulso el piso que me corresponde y le doy mi más hipócrita sonrisa la cual elimino cuando la puerta se cierra.

No entiendo a los hombres.

Muchos se sienten satisfechos de que este clara de que solo es una noche, pero hay otros que son insoportables. No me interesa tener una pareja que me ande poniendo los cuernos o que ande de manera obsesiva detrás de mí.

El timbre del elevador me anuncia la llega al piso donde trabajo, suspiro para mentalizarme para otro día al lado del sexi gruñón de mi jefe, analizo rápidamente mi rostro y cabello en el espejo del cajón metálico y todo está perfecto. Como mencione soy la primera en llegar, ya que el señor Bristol llega a las ocho, creo porque siempre llego a las nueve y lo encuentro aquí, camino hacia la puerta de su oficina y me detengo al escuchar un gemido masculino.

«Señor Bristol, nunca pensé que fuera tan promiscuo» pienso.

Me alejo varios pasos para colocar lo que traje en mi escritorio y luego me acerco a la puerta nuevamente, muerta de la curiosidad abro despacio la puerta para echar una pequeña mirada hasta el escritorio donde sentado arriba de este está nada más y nada menos que el señor Bristol con su cabeza tirada hacia atrás mientras se masturba.

«Doble mierda»

No me lo puedo creer, Dios es tremendamente caliente, siento calor por todo mi cuerpo y me es inevitable no cruzar mis piernas ante semejante semental que es querido jefe gruñón.

—Joder, —como la muñeca del exorcista su mirada llega hasta la puerta haciendo contacto visual con mis ojos. Se muestra sorprendido y rápidamente baja del escritorio para subir su ropa interior y luego sus pantalones, me mira enfadado y camina hasta donde estoy.

—¿Qué carajo haces aquí? —Cuestiona enfurecido mientras me mira con su ceño fruncido «Oh no señor Bristol a mí no me hablara de esa manera»

—Primero que nada, espero no vuelva usted a dirigirse de esa manera hacia mí, —lo señalo mientras lo miro con mis ojos entrecerrado mientras que me mira sorprendido por mi insolencia al responderle. —Segundo este es mi lugar de trabajo…

—Pero usted se ha puesto a espiarme.

—Señor Bristol, le aseguro que su secreto no será revelado, no soy una cotilla si eso es lo que piensa, —comento cruzándome de brazos.

Curva sus cejas.

—Sino fuera cotilla, no me hubiera espiado, —enmudezco.

—¿Qué hará despedirme? —Frunce sus labios.

—Vuelva a su trabajo y olvide lo que sucedió, si lo comenta con alguien créame que jamás volverá a laborar en otro lado, —se gira y se va a su escritorio, ruedo mis ojos para irme a mi puesto de trabajo con las imágenes de mi jefe desnudo en mi cabeza.

«Su desnudez provocó que mis bragas se humedecieran»

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