Capítulo 2

Me ha dejado en visto.

Tengo la intención de dejar el móvil y así olvidarme del señor Voelklein.

He logrado mi cometido: él quería mi número, se lo di y ya está. No hay por qué

desanimarse por algo que sabía que iba a ocurrir. Por supuesto que no voy a esperar una

respuesta de su parte.

Me ha dejado con las palomitas azules en mi mensaje y ya está.

Lanzo un suspiro.

«Adiós, hombre guapo. Fue lindo mientras duró».

Termino mi cena.

Mi gata duerme feliz luego de comerse la pata de un pollo.

Cuando limpio mi pequeño hogar, me siento en el escritorio para empezar a escribir algo

que ha estado en mi cabeza todo el día y siento que ya es momento de volcarlo en letras

sobre mi computadora. Estoy acostumbrada a escribir relatos, es un desahogo que necesito

descargar. Es una inspiración que solo un extraño ha provocado y que ningún otro hombre

ha tenido el privilegio de hacer.

¿Copa de vino? Lista.

¿Protagonista en mente? Listo.

¿Mis ganas de narrar una situación acalorada? Súper listas.

Comienzo a escribir y dejo que la imaginación fluya.

Ingresa con ese aire que ha provocado que todos mis sentidos se pongan en estado de alerta.

Pongo las manos sobre el fuego cuando imagino que sus labios se detienen sobre los míos mientras me acorrala

contra la mesa de madera oscura.

Se atreve a rozar mis labios con cierta tentación que no es propia de mí, pero que es inevitable no sentir.

Está a escasos centímetros de mi rostro. Puedo sentir un cosquilleo en la punta de la nariz cuando la punta de la

suya apenas toca la mía.

Sus manos están a cada lado de mi cintura. No tengo escapatoria. No deseo tenerla.

Sus penetrantes ojos grises buscan los míos.

Cuando por fin tengo el privilegio de ser besada por Matt Voelklein, mis dedos buscan con desesperación su

cabello rebelde y se entrelazan con sus mechones oscuros y suaves. Mi lengua acaricia la suya con una desesperación

divina y se une a ella en una lenta y erótica danza de roces y sensaciones, de sacudidas y empujes.

Siento su erección contra mi vientre y me aprieta contra la mesa del Blue Moon, extasiado por un beso

desenfrenado.

Abro mis piernas con cierta ligereza para poder recibirlo.

Lo necesito.

Él me necesita.

Sus manos, insatisfechas, recorren mi cuerpo con cierta devoción que me deja maravillada, excitada.

—Te deseo —jadea contra mis labios.

Me sumerjo en sus palabras, las cuales quedan clavadas en mi corazón.

Cierro la tapa de la computadora e interrumpo mi momento de escritura con brusquedad.

Observo la copa de vino que ya está a punto de vaciarse.

Me sorprende lo mucho que se ha metido ese hombre en mi cabeza, incluso en mis

pensamientos más oscuros está ligado.

Puedo ligarlos, a ambos, y no sé por qué lo hago.

¿Acaso me ha atraído su forma de sobrellevar la vida con aquel semblante frío con el

que se ha presentado en la cafetería? ¿Como si nada lo afectara? Estoy intrigada.

Lanzo un sonoro suspiro. Qué más da. Abro la computadora y conecto mi celular a ella

para guardar el archivo allí y así mandárselo a Patrick para ver qué tal le ha parecido y qué

puedo cambiarle. Seguro le causará gracia al leerlo, pero hasta el instante no me ha

juzgado por lo que escribo, antes me ayuda muchísimo al decirme los errores que poseo y

en qué puedo mejorar.

Él estudia para ser profesor de literatura. Ambos compartimos el amor por los libros.

Él con otros géneros particulares y yo enfocándome en el romance erótico.

Ese tipo de contenido lo considero un arte maravilloso y para nada tabú.

Si combinas las palabras correctas, puedes causarle sensaciones al lector, tan íntimas

como inexplicables.

Me bebo el último sorbo que queda en la copa y me marcho a dormir. Estoy agotada.

Mañana me ocuparé de enviarle lo que tengo a Patrick, seguro ronca muchísimo a estas

horas de la noche.

—¡Eso es, amigo! ¡Bebe, bebe, bebe! —le grito a Patrick.

Él ingiere el contenido de la botella de cerveza que tiene en su mano derecha y con la

otra se ocupa de golpear la mesa eufórico.

Patrick logra su cometido.

Wendy y yo festejamos entre gritos, aullidos y aplausos.

La noche de viernes es mi favorita.

Los tres aprovechamos cuando salimos del trabajo para tomarnos una cerveza y así

arrancar el fin de semana.

Estamos en un bar ubicado en Santa Mónica.

Santa Mónica es una ciudad costera al oeste del centro de Los Ángeles. La playa está

rodeada del parque Palisades Park con vista al océano Pacífico. En el muelle de Santa

Mónica se encuentra el parque de atracciones Pacific Park, el carrusel Looff Hippodrome y

el Acuario del muelle de Santa Mónica. Junto al muelle está Muscle Beach, un gimnasio al

aire libre establecido en la década de 1930.

Estoy enamorada de todo lo que llegué a conocer de California. Su aire, su clima, su

belleza con sus palmeras y sus luces cuando cae la noche.

El bar, por su parte, está lleno de personas. Algunos bailan, otros charlan en sus mesas

y varios vienen sin compañía en busca de un nuevo amor. Mientras tanto, nosotros estamos

ubicados en una mesa con un asiento unificado que rodea la mitad de la misma. Nos

contamos chismes y reímos de cualquier idiotez, pues estamos lo suficiente borrachos

como para burlarnos de la vida.

No sé cuántas botellas de vidrio hay sobre la mesa, ya que no soy capaz de contarlas

con lo mareada que me encuentro. Uff, todo me da vueltas.

—¡Escribí algo sobre el estirado ceñudo del café! —le confieso a Patrick y Wendy en voz

alta.

La música está muy alta.

El bajo de la música retumba en mi pecho.

—¿Qué?—me pregunta mi amiga de rastas negras confundida y con los ojos

entrecerrados.

Cuando estoy a punto de explicarle, algo acalorada por los efectos del alcohol, Patrick se

me adelanta y se inclina sobre la mesa.

—¡Amy escribe relatos eróticos que te dejan los calzones mojados! —le grita.

No puedo evitar romper en risa y ocultar el rostro con mis manos.

—¡¿De verdad?! —Wendy abre los ojos como platos—. ¡Quiero leer uno! ¡No sabía que

eras escritora!

—¡Quiero trabajar de eso únicamente a futuro!—confieso sonrojada—. ¡Es mi suelo!

—Mi sueño —me corrige Patrick.

—¡Mi sueño! —repito entre risas—. ¡Lo siento, he bebido mucho por esta noche! ¡Te

enviaré un relato ahora mismo por W******p!

—¡Gracias, Amy!

Agarro mi celular del bolsillo de mi chaqueta roja, la cual creo que ya veo doble, y busco

el contacto de Wendy entre los muchos que tengo. M****a, la música está muy alta y parece

que mi cuerpo se ha vuelto gelatina por lo débil que se siente. Se vuelve un desafío para mí

encontrar el número de ella, no sé si me concentro lo suficiente. Creo que ni siquiera lo

intento. Me río. Logro enviar el archivo con éxito y me doy una palmadita en el hombro por

lograr algo tan sencillo pero complicado cuando una está borracha.

—¡Listo! ¡La cochinada que escribí ya ha sido enviada a tu móvil! —le aviso a Wendy.

No me da pavor demostrar lo que escribo. Debería acostumbrarme a mostrar lo que

escribo por si en algún futuro mi sueño de ser escritora se cumple.

—¡Genial, mañana lo leeré! ¡Apenas puedo ver la pantalla!

—¡Comparto el sentimiento! —Tomo mi botella y ambas brindamos—. ¡Salud!

Patrick se nos une al brindis con una sonrisa.

—¡Para que nuestra amiga se vuelva escritora y nos mantenga a ambos en algún futuro!

—bromea.

«Dios te escuche, Patrick».

La alarma suena a las diez de la mañana. Demonios, me olvidé sacarla y ahora ha

provocado una gran sacudida en mi cabeza y en todos mis sentidos.

M****a, me cuesta abrir los ojos otra vez.

Que gran pereza invade mi cuerpo y la fatiga no me deja tener un buen sábado.

Luego de darme una ducha que no quiero que termine, me preparo el desayuno con gran

pesar y me lo llevo a la cama en una bandeja. Tres tostadas con queso crema, frutos secos

y un zumo de naranja son lo suficiente para acallar mi resaca.

«Estoy bien, estoy bien».

Los sábados en la mañana me dedico a pasear a mi gata en la playa o en algún parque,

ya que en medio de la semana no tengo tiempo de hacerlo por el trabajo, aunque hay días

dentro de la semana laboral que puedo permitírmelo para sacarla de este apartamento tan

pequeño.

Ronnie se encuentra muy cómoda durmiendo en el cabezal de mi cama sobre una

almohada.

Miro la televisión, saco un ibuprofeno de mi mesa de noche y me lo llevo a la lengua. Lo

trago junto al zumo y le ruego al cielo que el dolor de cabeza desaparezca.

Mientras veo uno de los capítulos aleatorios de How I Met Your Mother, noto que en la

pantalla de mi móvil tengo varias notificaciones. Algunas son notificaciones de I*******m.

Oh, la foto que nos hemos sacado Wendy, Patrick y yo la noche anterior llegó a los noventa

y cinco me gustas.

Genial, eso me hace sonreír.

También tengo un mensaje en W******p.

Ingreso a la lista del chat. Mis manos comienzan a sudar por una extraña razón. Trago

saliva con fuerza, palidezco y por poco tiro la bandeja de desayuno al tensar mis piernas por

debajo de ella. Tengo un mensaje del señor Voelklein. La respiración se me contrae y se me

olvido cómo se respira. ¡¿Cómo demonios se respira?! Entro a su chat; lo que leo me deja

en estado de shock.

¿Ha enviado ese archivo por algo en particular? Espero una explicación sobre ese texto suyo en persona.

La veo en la puerta del café donde trabaja a las once y media.

Leo el mensaje más de una vez, sin entender nada, hasta que mis ideas se aclaran en

cuanto veo que arriba de su mensaje hay un archivo enviado por mí. ¡¿Por mí?! ¡¿Qué?!

Abro el archivo.

Me descompongo.

Oh, no, el texto que debía enviarle a Wendy.

Lo que escribí sobre Matt Voelklein se lo envié a él.

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