CAPÍTULO 2

—De verdad no creí que ustedes duraran —confesó Nathaniel mientras veía cocinar a Maryere en el departamento de su amigo, que, sin dejarle ver su sonrisa, siguió preparando comida para tres, que eran los que habitualmente comían allí.

—Pero duramos y duraremos—aseguró bastante satisfecho, y muy feliz, Castiel, que entraba en la cocina y se abrazaba a la espalda de la chica—. Esto es para siempre, a nosotros solo la muerte nos puede separar, y puede que me las ingenie para volver a estar con ella después de eso. Renacería para volver a verla, para volver a amarla, para volver a tenerla una vida entera conmigo.

—Eres todo un poeta —dijo la morena apagando la estufa—, así de bueno deberías ser para cocinar.

—No hay necesidad —indicó Castiel, sacando platos de la alacena para llevarlos a la mesa—, antes tenía a Nathaniel, y ahora a ti. No necesito saber cocinar —aseguró provocando la risa de sus dos acompañantes.

—¿Se casarán? —preguntó el rubio, causando una tos frenética en el par de tortolos, que se atragantaron con el desayuno al escuchar la pregunta.

—No —respondió ella después de recuperar el aliento—, pero tal vez pronto vivamos juntos —informó besando a su novio y dejando la cocina para ir por sus cosas, debía ir a trabajar.

—¿De verdad vas a involucrarte formalmente con ella? —preguntó Nathaniel una vez que ambos estuvieron a solas—. Sabes lo peligroso que podría ser, ¿verdad?

—Lo sé —señaló Castiel revolviendo sus propios cabellos—, pero de verdad no creo poder vivir sin ella, Nath.

—Por eso mismo —dijo el rubio—. Si ellos se enteran te volverás vulnerable y, probablemente, ella terminará siendo solo un bonito cadáver.

—¿Y si lo dejo? —preguntó un poco confuso el pelinegro.

Nathaniel rio sonoramente, negando con la cabeza. No creía la tontería que acababa de decir su mejor amigo.  

—No puedes dejar esto, Castiel —recordó el de ojos miel después de lograr calmarse—. Cuando nos metimos en esta porquería nos casamos con ello. De aquí solo la muerte nos salva, si es que ellos no tienen pacto con el diablo y nos harán sufrir aún en el infierno… Tienes que dejarla.

A la declaración de su amigo, Castiel sintió como que una daga le atravesaba el pecho. En el fondo sabía que era verdad. Él era un tipo algo peligroso, al mando de tipos realmente peligrosos que no se tentaban el corazón para obtener lo que querían. Ellos utilizarían cualquier debilidad de sus subordinados con tal de lograr los resultados esperados, y las personas amadas por ellos eran sus armas preferidas.

—La amo, Nath —confesó apesadumbrado el pelinegro y Nathaniel le creyó.

—Por eso tienes que dejarla ir —explicó el rubio—. Es peligroso, Castiel.

El ojiazul refregó su cara furiosamente.

—No puedo hacerlo —declaró Castiel—…, no quiero vivir sin ella.

—Terminarás siendo su esclavo —advirtió Nathaniel y Castiel aceptó su destino.

—Si eso me permite tenerla a mi lado, está bien para mí —dijo sonriendo—. Aunque tal vez no se enteren de ella —sugirió esperanzado el azabache, y el de cabello rubio se unió a la súplica.

—Esperemos que así sea —dijo el rubio.

Maryere se había convertido en una gran amiga, y de verdad no quería que le pasara nada malo. Además, era la novia de su mejor amigo, verlo triste por ella sería algo que definitivamente le partiría el corazón.

**

Un par de semanas después de esa charla, después de haber revalorado los riesgos y beneficios de aceptar la propuesta de cohabitar, Castiel recibía en su departamento a una morena de cabellos oscuros que, embargada de felicidad, se mudaba al fin con ese chico del que hacía tiempo se había enamorado loca y perdidamente.

—Bienvenida a nuestro nidito de amor —dijo Castiel, provocando la risa del a chica, esa risa que realmente adoraba.

Solo a esa risa le creía que la felicidad existía y era toda para él.

—Ni que fuéramos pájaros —dijo ella, divertida—. ¿Nidito? Te digo que eres todo un romántico incurable.

Castiel la pegó más a su cuerpo al intensificar el abrazo en que la mantenía.

—Eso es lo que provocas en mí —susurró al oído de la que más amaba, lleno de felicidad como se encontraba—, cosas hermosas y buenas. Me haces una mejor persona y soy solo para ti. Te amo, Mary —declaró, obteniendo una sonrisa de parte de su amada, una de esas sonrisas que llenaban su oscuro mundo de luz.

—Te amo, Castiel —devolvió la chica, y besó los labios expectantes y deseosos del chico que, en todo el mundo, solo quería poder ser capaz de protegerla, a ella y este amor que nacía entre ellos.   

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