Capítulo 1

10 de junio del 2017

Sentada en la oficina principal de la institución psiquiátrica, una joven de cabello castaño mantiene su mirada esmeralda perdida aparentemente en las uñas de sus manos, las cuales se encuentran entrelazadas sobre su regazo, mientras sus pies golpean constantemente el suelo, evidenciando lo nerviosa que se encuentra en ese momento en el que escucha a las personas a su alrededor discutir sobre su salud mental.

—Bueno linda, has progresado mucho en estos últimos años. Y, todos estamos de acuerdo en que ya estás apta para volver al mundo y tener una vida normal... Ahora sólo debes mirar a la cámara y responder un par de preguntas. Es para el registro. —le indica el hombre vestido con una bata blanca. Al cual ha tenido que visitar una vez al mes, durante una casi cinco años.

—De acuerdo. —responde, nerviosa, mientras acomoda unas hebras de su cabello tras su oreja.

—Cuál es tu nombre?

—Emely Renee Watson.

—Ahora dime, Emely, ¿por qué has estado diez años en éste hospital psiquiátrico?

Ella titubea un poco desviando la mirada hacia su médico de cabecera, el señor Willy Harrington, el hombre que se ha encargado de su rehabilitación durante los últimos años.

Éste asiente con la cabeza, animándola a seguir.

—Estuve aquí porque asesiné a mi hermana menor cuando tenía siete años. —responde, en un susurro, mientras baja la mirada avergonzada de tener que repetirlo en voz alta.

Todos a su alrededor se observan entre sí y comienzan a murmurar cosas.

—Bien, te deseamos una buena vida, Emely Watson.

Una pequeña sonrisa comienza a dibujarse en sus labios, mientras se pone de pie, agradeciéndole a aquellas personas. Por fin, después de diez años en ese lugar, rodeada de personas completamente locas, puede salir y volver a casa con su padre, su amado padre.

***

—¡Vaya!, te veo muy contenta. —menciona una enfermera, entrando a la habitación arrastrando una carretilla con medicamentos.

—Sí, lo estoy, Lottie, me dijeron que mi padre llegará pronto, ¡por fin me llevará a casa! —exclama, emocionada.

La mujer de treinta años, de estatura promedio y cuerpo robusto con lindas curvas, amplía los ojos con evidente sorpresa y chilla con emoción.

—¡¿Ya es hoy?! —cuestiona, sin intentar ocultar su alegría. Deja la carretilla a un lado y toma las manos de Emely entre las suyas. —. Eso es maravilloso, cariño.

—¿Estás segura de que quieres irte, Emy? —se escucha una voz femenina a sus espaldas y la sonrisa en el rostro de la joven desaparece de pronto. —. Allá afuera, las personas son crueles. Te hieren sin siquiera darse cuenta, y si se dan cuenta, no les importa. Las personas cómo tú, no sobreviven en un mundo como el que te espera allá afuera.

Tanto ella, como la enfermera, voltean el rostro sólo para encontrarse con una mujer de mediana edad, con el cabello rubio obscuro, amarrado en un moño bajo. Lleva puesta una bata de baño que le llega hasta los tobillos y las mangas remangadas, dejando ver sus muñecas vendadas. Unas grandes ojeras adornan su rostro, acompañados por una sonrisa un tanto perturbadora. Emely traga saliva sonoramente, esa mujer lleva muchos años en ese lugar, ya debería estar acostumbrada a ella, pero todavía le tiene pavor.

—Ya está bien Mirian, déjala tranquila, vamos a que te cambies de ropa —dice Lottie mientras saca a la mujer de la habitación, dejando sola a la chica.

Emely observa fijamente la puerta, y toda la felicidad que sentía hace algunos segundos se ve opacada por lo que acaba de pasar. Sus manos comienzan a sudar, y el miedo se hace presente. Diez años, diez años ha estado alejada de todo. ¿Y si nada resulta como ella espera? No podrá soportarlo.

—Emely, cariño, ¿aún no estás lista? —cuestiona Lottie al volver. —. ¿Qué sucede?

—¿Y si ella tiene razón? Lottie, tengo miedo.

—No, Emely. Ya lo hablamos —dice la mujer mientras ahueca el rostro de la joven entre sus manos. —. Hemos esperado este momento por años, y al fin está aquí. No le tengas miedo… ve, enfrenta el mundo, ama y se amada. Encuentra al hombre de tus sueños y vive un maravilloso cuento de hadas. Te lo mereces, te lo mereces de verdad. —concluye, dándole un fuerte abrazo. —. Te echaré mucho de menos.

—Y yo a ti, Lottie.

Sale de la habitación cargando un pequeño equipaje de mano, y camina por los pasillos de aquel centro, sabiendo exactamente hacia donde se dirige, ya que conoce el lugar como la palma de su mano. Camina junto a otra de las enfermeras a través del gran jardín del edificio, hacia el portón principal. Reconoce que, del portón para allá, todo es desconocido para ella. Es el lugar que solamente conoce en sus sueños.

En la entrada, frente al portón, un hombre castaño, de estatura promedio, y ojos marrones, observa detenidamente la estructura del edificio, mientras su mente divaga, pensando en todo y en nada, a la vez.

—¡Papá! —grita la joven, emocionada, y sus ojos se cristalizan al ver a aquel hombre.

Deja caer su pequeña maleta y corre hacia su padre, quien rápidamente esboza una enorme sonrisa y extiende los brazos, a la espera de recibirla en ellos.

—Oh, Emely... Santos cielos, mira que grande que estás —dice su padre, mientras se separa un poco, y la observa fijamente de pies a cabeza. —. Te pareces tanto a tu madre —comenta, conmovido. —. Ven, vamos a casa.

Luego de guardar el equipaje en el baúl, padre e hija suben al auto, un Toyota rav4 color negro, y emprenden un camino de dos horas para volver a casa. Emely está tan contenta de tener a su padre de vuelta... Aunque, ahora se ve distinto a la última vez que lo vio, hace aproximadamente cinco años. Él se ha dejado crecer la barba y unas cuantas canas ya se asoman por su cabellera castaña. Sus ojos se ven cansados y, a pesar de que en sus labios mantiene una enorme sonrisa, lucen muy tristes. Y, el miedo a que eso se deba a que ella regresa a casa, se hace presente.

—Tu pelo, ya no luce como la última vez que te vi. —dice el hombre de pronto, soltando una mano del volante para acariciar el cabello castaño de su hija.

—¿Corto y desarreglado como el de una persona sin sus facultades mentales? —cuestiona, de manera capciosa.

 Su padre frunce el ceño en confusión.

—Claro que no. —dice, mientras fija su mirada en la carretera, esperando a que pase ese incómodo momento.

—¿Cómo están Eleanor y los niños? —pregunta Emely, luego de un rato.

—E-Están bien —dice, sonriendo forzadamente. —. Matty y las gemelas están muy emocionados con tu regreso.

—¿Y Eleanor? —pregunta la chica, girándose en dirección a su padre.

—Eh... También lo está, pero, cariño, hay algo que tengo que decirte —dice el hombre deteniendo el auto frente a un semáforo en rojo. Ella lo observa expectante. —. Eleanor necesita tiempo, necesita acostumbrarse a ti, tienes que ir lento y ganarte su confianza.

—¿Cree que los lastimaré? —interrumpe, fijando sus ojos color esmeralda en los marrones de su padre.

—N-No... No cariño, no pienses eso. —dice, angustiado, al ver la tristeza plasmada en los ojos de su hija.

—Titubeaste —lo acusa. —. ¿No me quieren en su casa porque soy una asesina?

—Claro que no lo eres, Emely... Tenías siete años, no sabías lo que hacías.

—¿Crees que no fue mi culpa?

—Por supuesto... Eres mi hija y sé que no lo hiciste con malas intenciones.

—¿Entonces por qué me abandonaste en ese lugar? —cuestiona, con ojos cristalizados. —. ¿Por qué no volviste a verme?, mi cabello está largo porque dejé de cortarlo con tijeras cuando cumplí trece, pensé que si cambiaba mi imagen y me miraba más bonita volverías a buscarme para sacarme de allí. —su voz se quiebra al final.

—Emely... —el sonido de varias bocinas lo interrumpe, rápidamente limpia sus lágrimas, notando el semáforo en verde. —. Lo hablaremos en casa.

Asiente levemente con la cabeza y limpia sus lágrimas. Escucha a su padre soltar un suspiro profundo antes de poner en marcha el auto. Ella trata de controlar sus emociones, de verdad que lo intenta, pero esa horrible sensación de que nada saldrá bien no la abandona y eso la asusta en gran manera.

Siente un tenue ardor en la piel de su antebrazo, y es en ese momento en que se da cuenta que inconscientemente se ha pellizcado hasta dejar esa zona enrojecida. Voltea el rostro hacia su padre, quien continúa concentrado en el camino, y rápidamente cubre la herida con la manga de la chaqueta que Lottie le entregó, luego desvía la mirada hacia la ventana para apreciar la vista, simulando que eso no ha ocurrido.

En el momento en que su padre le señala su antigua casa, siente un ligero escalofrío recorrer su cuerpo. Por algún motivo, no puede recordar el lugar, quizás estuvo ausente tanto tiempo que desapareció de su memoria. O, tal vez su familia realizó cambios notables, tratando de reconstruir lo que ella destruyó esa noche… un hogar.

—Emely... ellas son tus hermanas menores. —dice su padre, una vez que estaciona el auto frente a la residencia.

Observa con curiosidad a las niñas que se encuentran sentadas sobre el pasto, frente a la casa. Su padre le había dicho que tenía unas hermanas gemelas, y desde entonces estaba muy entusiasmada por conocerlas. Solo desea poder caerles bien, y que no sientan que ella invade su espacio.

—¿Lista para conocerlas? —cuestiona el mayor.

—Sí, creo que sí. —responde, un tanto nerviosa, antes de aferrarse de su brazo para juntos avanzar hacia la entrada.

Emely presiona ligeramente las manos alrededor del brazo de su padre, y traga saliva sonoramente tratando de deshacer el nudo que se forma en su garganta. A cada paso que da, siente como el corazón se le acelera en el pecho, con una extraña combinación de emociones; está asustada, está emocionada, se siente alegre y también nostálgica.  

—Mia y Leah, ella es su hermana mayor, Emely.

La voz de su padre la hace volver en sí, y rápidamente baja la mirada para observar al par frente a ella.

—Hola —dicen ambas niñas, al unísono. —. Estamos felices de conocerte, Emely.

Un cálido sentimiento se posa en su pecho, disipando todo miedo, cuando las niñas esbozan una amable sonrisa. Parece que les agrada conocerla, solo espera que sea real y no estar alucinando. Así como también espera no alucinar cuando cree notar que las niñas hacen todo exactamente al mismo tiempo, hasta parpadear.

—Hola, también estoy feliz de conocerlas al fin. —responde, luchando contra el deseo que siente de acariciarles el rostro y abrazarlas.

Ambas niñas asienten con la cabeza antes de guiar, cada una, la mano hacia su cabello, rubio oscuro, y acomodar unas hebras tras su oreja. Para ella es realmente sorprendente el hecho de que, en efecto, las niñas realizan las mismas acciones, al mismo tiempo.

—¿Qué edad tienen? —pregunta, manteniendo una sonrisa torcida en sus labios.

—Siete años. —responden ambas, y la sonrisa de Emely desaparece al instante.

—Bien, niñas, ¿por qué no van y le dicen a mamá que Emely ya está aquí? —les sugiere el señor Watson, y ambas asienten antes de girar y luego caminar hacia la puerta.

—¿Hacen todo al mismo tiempo? —pregunta, solo para confirmar lo obvio, y su padre asiente.

—Se han tomado muy en serio lo de "gemelas" —dice, haciendo comillas con los dedos. —. El psicólogo dijo que con el tiempo se les pasará.

—Tienen siete, creí que estaban más pequeñas, ya que me dijiste de su existencia hasta hace cuatro años, antes de desaparecer.

—Yo no desaparecí, Emely...

—¿En serio?, ¿y cómo le llamas a jamás volver a verme o siquiera enviarme una carta? —dice, mientras se posa frente a él para verlo a la cara.

Sus manos le tiemblan con verdadera impotencia. Se siente triste y traicionada. Y lo peor de todo, es que también cree que no tiene derecho a sentirse así después de haber sido ella misma quien provocara todo.

—Hija, sé que tienes mucho qué reprocharme… pero, por favor, hoy estás volviendo a casa. —responde, con voz suave, antes de que una tos falsa lo interrumpa.

—¿Pero a quién tenemos aquí? —se escucha una voz aguda. Emely frunce el ceño en confusión, antes de voltearse lentamente, y se sorprende al encontrar tras su espalda a un niño de ojos azules y cabello castaño oscuro. —. Permíteme presentarme, señorita, mi nombre es Matt. —dice el niño, extendiendo su mano hacia ella. Decide aceptar el saludo y estrechar su mano sin quitar la expresión de sorpresa que domina su rostro. El pequeño sonríe coqueto, antes de añadir. —. Eres muy linda.

—Hey, quieto, don Juan, es tu hermana mayor... aparte te llamas Matty, no Matt. —lo corrige el padre, cruzándose de brazos con una sonrisa divertida en su rostro.

—Papá, sé que es mi hermana, y además el que sea mi hermana no le quita lo hermosa, y Matty es el nombre de un niño pequeño, y yo no soy un niño pequeño. —bufa el ojiazul con indignación.

Emely trata de recomponerse y cambiar la expresión en su rostro al darse cuenta de que se trata de su otro hermano menor, también ansiaba conocerlo. Esboza una pequeña sonrisa y dirige la mirada hacia el rostro del menor, cuando sus miradas se conectan, el corazón le da un brinco y siente una ligera corriente eléctrica recorrer su brazo, al darse cuenta de que se trata del pequeño bebé que veía en las fotos, junto a aquella niña a la que asesinó.

Rápidamente lo suelta y da un paso atrás, sintiendo la respiración atorarse en su pecho.

—¿Emely? ¿Estás bien? —cuestiona su padre, acercándose a ella. —. Oye, tranquila, respira por la nariz, todo está bien.

Fija la mirada en los ojos de su padre, quien la observa con angustia. Cierra los ojos por cuestión de segundos y hace exactamente lo que él le indica, respirar por la nariz, intentando calmarse. Eso funciona a medias, pero al menos es algo, recuerda que Lottie siempre se lo aconsejaba.

 Luego de unos segundos, siente como lentamente los latidos de su corazón se van regularizando, hasta que es capaz de forzar una sonrisa e intentar simular que nada ha pasado.

—Lo siento, h-había un animal volando cerca y me asustó mucho.

—¿Tienes fobia a los insectos? Guau, que interesante.

Suelta una media risa, negando levemente con la cabeza. Fija la mirada nuevamente en el niño, quien, en ese momento, sin previo aviso, acorta el espacio entre ambos para envolver los pequeños brazos alrededor de su cintura y fundirla en un tierno y cálido abrazo.

—T-También me alegra conocerte al fin, Matty. —dice, un tanto sorprendida, mientras le corresponde el abrazo.

Fija la mirada en su padre, quien solo esboza una pequeña sonrisa mientras asiente con la cabeza.

—Bien, vamos adentro —indica después de un momento. —. Hay que ir a instalarte, y luego nos preparamos para la cena.

Ella asiente con la cabeza, sintiéndose algo ansiosa, y lo toma del brazo para ingresar juntos a la que alguna vez fue su casa, y ahora lo será de nuevo. Tras cruzar el umbral, se sorprende de ver lo pintoresco y hogareño que luce el lugar, un pequeño pasillo conduce directo a las gradas que dan hacia la planta alta de la casa, al lado izquierdo de estas, se encuentra la sala de estar, y al derecho, una puerta que dirige hacia el patio trasero. Pero en ese momento no le presta mucha atención, está muy concentrada en ver algunos de los retratos que adornan la pared del pequeño pasillo, son fotos de los niños y todos lucen muy hermosos.

—¿Mark?

Una mujer de cabello rubio oscuro y ojos azules cruza el umbral que da hacia la sala de estar, para asomarse al lobby, mientras se quita los guantes para hornear de las manos. Los ojos de Emely se amplían en gran manera, con emoción, al verla y reconocerla al instante. Y, aunque la expresión en el rostro de la mujer cambia y palidece cuando sus ojos se conectan a los suyos, no puede evitar contener su emoción y avanza hacia ella con los brazos extendidos.

—¡Eleanor! —exclama con emoción y, sin pedir permiso, la envuelve en un fuerte abrazo. —. Te eché tanto de menos.

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