Último rayo de luz
Último rayo de luz
Por: Marta
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Al sonar el timbre todos los alumnos del instituto North Trail se encaminaron a sus respectivas clases. Quedaban pocos días para las vacaciones y se notaba un ambiente de cansancio pero a la vez de felicidad. Todos tenían ganas de disfrutar del verano y pasar horas y horas sin hacer absolutamente nada.

Los profesores ya no ponían tanto empeño en sus clases, primero porque ellos también estaban cansados y, segundo porque los alumnos ya no echaban cuenta a las explicaciones. Para que hacer esfuerzo de más si nadie te escucha.

Era última hora y los estudiantes deseaban irse a casa y pasar un fin de semana divertido. Una parte de ellos pintarrajeaban las hojas de sus cuadernos pensando que así pasaría más rápido el tiempo y el resto deslizaban el dedo por la pantalla táctil del móvil, viendo seguramente las redes sociales.

Un bostezo por aquí, otro bostezo por allí. Parecía que alguien había congelado el tiempo y no tenía pensado en volver a dejarlo como estaba. Un minuto era igual a cinco.

Entre todas las mesas de la clase del último curso destacaba una en concreto, en la cual se encontraba una chica de pelo oscuro y largo. Bajo esa melena se ocultaban unos cables de unos auriculares. Definitivamente escuchar música durante la clase de filosofía era una buena manera para hacer que el tiempo pasase más deprisa.

No era la única que hacía algo inusual. Su amiga, que se encontraba justo detrás de ella, se estaba pintando las uñas de un color verde agua. La clase entera olía a ese producto, pero al parecer el profesor no le daba mucha importancia. Seguramente no le pagaban lo suficiente como para regañar a los alumnos y meterse en discusiones con ellos; eso es lo que pensaba Alice, la chica de los auriculares.

A pesar del aburrimiento, los alumnos se mantenían en silencio, aunque es cierto que unos cuantos de ellos se pasaban notitas entre si por debajo de la mesa.

Nada parecía salirse fuera de lo común, hasta que un sonido extraño empezó a sonar desde varios teléfonos móviles. El profesor llegó a tal punto de no entender nada que pensó que era un nuevo sonido para el timbre que anunciaba el final de la clase. Pero se equivocaba por completo.

Todos empezaron a revisar sus teléfonos. En cada uno de ellos aparecía un mensaje de alerta.

ALERTA

El Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias comunica que en las últimas horas han ocurrido varios terremotos alrededor de la ciudad de Seattle. Durante el día de hoy está previsto que esta catástrofe vaya aumentando, afectando a la propia ciudad y expandiéndose aún más por sus alrededores.

La magnitud actual es de 4 grados, pero el sistema de monitoreo de sismos prevé que pueda aumentar a 6.

Las próximas horas serán críticas, y en especial el día de mañana, por eso le pedimos que tome las precauciones necesarias y busque un lugar donde refugiarse lo antes posible.

Difunde esto a todo el mundo por si no han podido recibir el mensaje correctamente.

Agradecemos su compresión y le rogamos que se mantenga informado en todo momento mediante los canales oficiales.

Mantenga la calma.

La clase que hace tan solo unos minutos se encontraba en un silencio absoluto empezó a llenarse de murmullos, gritos y muchas preguntas. El profesor revisó su teléfono para comprobar que él también había recibido el mensaje. Nadie nunca había recibido una alerta como esta, por eso no era fácil saber como reaccionar o que hacer en un momento como ese. Los pocos terremotos que habían ocurrido, hace bastante tiempo, eran muy leves y no habían ocasionado muchos daños.

—¿No deberíamos de evacuar la clase? O no sé, ¿irnos a casa?— preguntó un chico que se encontraba en la última fila.

—Mantened la calma, por favor, iré a hablar con los demás profesores.— comentó el profesor cerrando la puerta justo al salir de la clase.

Todos los compañeros empezaron a comentar la situación y a dar su propia opinión. Unos pensaban que sería solo un pequeño susto y que realmente nada iba a ir a más, mientras que otros decían que se iban a poner debajo de una mesa y que no iban a salir hasta el día siguiente.

—A mi lo único que me molesta es que haya ocurrido justo al comenzar el fin de semana. Podríamos haber tenido más suerte si hubiese ocurrido la semana que viene, el lunes por ejemplo, así la última semana de clases la tendríamos libre.— dijo el popular de la clase.

—Suerte sería que te cosan esa boca que tienes, que parece que solo la usas para decir tonterías.— reprochó una chica que se sentaba justo enfrente de el.

El aula estaba repleto de conversaciones como estas, pero no todos participaban en ellas. La chica de los auriculares, Alice, seguía escuchando música. Tenía la lista de reproducción puesta en aleatorio y parecía que no tenía intención de intercambiar opiniones con sus compañeros de clase, ni siquiera con Janet, la amiga que se sentaba detrás de ella y que ahora en vez de pintarse las uñas estaba poniéndose una máscara de pestañas.

Todo quedó en silencio cuando entró en la clase el profesor de filosofía acompañado de la directora del instituto.

—Bien, como habéis podido leer en el mensaje de alerta que os ha llegado al teléfono móvil hace unos minutos, tenemos la obligación de evacuar el colegio aunque en estos mismos instantes no estemos sufriendo los daños provocados por el terremoto. Os ruego que vayáis saliendo en orden de la clase con vuestras cosas para ir cada uno a vuestras respectivas casas. Tened mucho cuidado y no os entretengáis por el camino. Cuanto antes lleguéis a vuestros hogares para poneros a salvo y prepararos para las próximas horas mejor. Dicho esto, ya podéis salir.

El ruido de las sillas arrastrándose y de los alumnos poniéndose en pie rompió el silencio que había mientras la directora daba las instrucciones correspondientes.

—Oye, ¿quieres que vayamos juntas? Nuestras casas están cerca una de la otra, y así nos hacemos compañía, como siempre.

—Me parece bien.

De esta manera la chica de los auriculares y su amiga, la del pintauñas verde agua y la máscara de pestañas, se encaminaron a la salida del instituto para llegar a casa lo antes posible.

Se notaba que el ambiente no era el mismo que los días anteriores. Nadie se paraba a la salida para hablar de como le había ido el día, ni tampoco se quedaba a comer en la cafetería para después ir a la biblioteca. La gente caminaba apresuradamente y los que tenían suerte llegaban antes a casa porque iban en coche.

—¿Crees que podamos sobrevivir a esto?

— ¡Pero que tonterías dices! No te montes películas en esa cabecita que tienes Janet. No sé porqué tiendes a magnificar tanto las cosas.

—¡Oye! Es mi manera de romantizar la vida, qué quieres, ¿que me muera del asco porque todo me parece un aburrimiento? Deberías de tomarme como ejemplo y parar de escuchar tanta música triste — reprochó quitándole los auriculares a Alice.

—Pues tu te imaginas que vives en una película y yo sigo escuchando mi música, que siento decirte que no es triste, transmite cosas bonitas — respondió volviendo a coger sus auriculares y guardándolos en un bolsillo.

—Bueno, cambiando de tema, ¿qué piensas hacer mañana? Yo quería ir al centro comercial para comprar algo de ropa, pero con todo esto del terremoto supongo que lo mejor será no salir de casa.

—Puede que me quede leyendo, aunque seguramente me obligaran a ayudar en la limpieza de la casa. Para mi madre como si viene un tsunami, no vaya a ser que llegue a nuestra casa y ésta no esté limpia.

—Tu madre es una maniática de la limpieza, si viera mi habitación...

—Seguro que le da un infarto y hay que llevarla al hospital.

Las dos chicas siguieron manteniendo una conversación agradable durante el resto del trayecto. Se conocían desde hace cinco años y la mayoría de los días volvían juntas a casa mientras se contaban cosas a cerca de sus vidas, a pesar de haberse visto durante todo el día en el instituto.

—Bueno, tu casa está por allí, yo iré por esta calle que así llego antes a casa.— dijo Janet mientras buscaba las llaves de su casa.

—Está bien, ya nos veremos el lunes si es que no nos confinan por precaución.

—No creo que eso vaya a ocurrir, pero igualmente te llamaré mañana para saber como va todo. ¿Me prometes que contestarás? — preguntó Janet acercando el dedo meñique a Alice.

—Te lo prometo. — contestó Alice estrechando su dedo meñique con el de Janet.

Con una sonrisa en la cara cada una siguió por su camino. Dos almas en un cuerpo que siempre que se hacían una promesa la cumplían aunque costase la misma vida. La amistad que tenían era única y especial. Era bonito ver como dos personas con caracteres distintos pueden complementarse tan bien.

La vida decidió otorgarles un vínculo entre si y ellas prometieron no romperlo.

Te lo prometo.

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