La reina Panambi de la Nación Democrática del Sur está interesada en contraer nupcias con el príncipe Brett del reino del Este para fortalecer los lazos entre las naciones, pero le hace una propuesta inusual: que traiga a todos sus hermanitos al palacio para vivir en calidad de esposos por diez años, a cambio de gozar de una mayor protección contra aquellos que los desprecian por sus oscuros orígenes. El príncipe acepta el compromiso con la condición de que lo ayude a resolver el misterio de la desaparición de niños que surgió en el ducado de su hermano mayor, a manos de un hombre perverso y cruel que busca el secreto de la eterna juventud. ¿Aceptará la reina esas condiciones? ¿O tendrá otros planes para mantener a los príncipes en su poder?
Leer más- Tú serás la reina, pero yo seré quien lleve las riendas de esta relación.
La reina Panambi quedó helada ante las duras palabras de su inocente esposo. O, al menos, eso creía de él en los primeros meses de convivencia. Aquel chico retraído y tímido, con problemas de dicción por su tartamudez e inofensiva apariencia, ahora la estaba confrontando tras la fuerte reclusión que les sometió a él y a sus hermanos en el palacio por temor a que les pasase algo. Y es que no le quedó otra opción debido a que había un malvado criminal que apuntaba hacia las reinas, por lo que todos los miembros de la realeza de los cuatro reinos del continente Tellus, estaban en peligro.
Por su parte, el príncipe Brett tenía otra percepción de las cosas. Para él, era necesario encargarse del problema personalmente, ya que involucraba a su propia madre. Y aunque no le guardaba cariño por los años de maltrato que les sometió a él y a sus hermanos durante la infancia, juró protegerla por ser la reina del reino del Este. Toda una nación dependía de ella y siendo la princesa heredera demasiado joven para ocupar el cargo, debía evitar a toda costa que el despreciable bandido chupasangre la forzara a entregarse a él y someterse a su voluntad.
- Cumpliré tus órdenes como un subordinado, majestad – le dijo el príncipe Brett, mirándola sin ninguna pizca de emoción en sus ojos – Seguiré usando mi cuerpo de escudo para evitar que tu ira caiga sobre mis hermanitos. Pero te advierto que, si tus soldados o sirvientes osan dañar a mi familia, me encargaré de ellos personalmente. Como tu esposo, tengo la jurisdicción para aplicar castigos a los abusones y proteger a los indefensos contra las injusticias.
- ¡Yo jamás permitiría que mis guardias te dañen, querido esposo! – dijo Panambi, mientras apretaba los puños - ¡Por eso accedí a que te escoltaran esos nobles caballeros que me desagradan! ¡Y seleccioné al personal de servicios minuciosamente para que les atiendan tanto a ti como a tus hermanos durante la reclusión! ¿Es que no entiendes que solo quiero protegerlos? ¿Por qué no vienes a mis brazos para poder consolarte en tu dolor? ¿Qué puedo hacer para que me entregues tu corazón y me aprecies como tu hermosa esposa?
El príncipe Brett respiró una y otra vez. Aunque ya consiguió corregir su tartamudeo que tantos problemas le acarreó en su infancia, de vez en cuando tendía a trabársele las palabras y solía hacer largas pausas para hablar de forma normal. Su corazón se agitó al escuchar hablar a su esposa debido a que, a pesar de todo lo que le hizo pasar, él la amaba con locura. Ella nunca le mostró desprecio por sus orígenes y hasta se esforzó para evitar que la reina Jucanda los reclamara de vuelta. Sin embargo, era demasiado controladora, desconfiaba de ellos y no se dejaba apoyar por quienes consideraba sus “queridos y bellos esposos” para llevar adelante su mandato.
Con eso en mente, le dio la espalda y, antes de retirarse a sus aposentos, le dijo:
- Déjame participar en la comitiva y te entregaré mi corazón. Por de pronto, solo tendrás mi cuerpo para que hagas de él lo que quieras, como habíamos acordado. El resto, que lo decida Eber.
Mientras caminaba por los pasillos, el príncipe Brett se encontró con uno de sus hermanos, Eber. Éste se acercó y le preguntó:
- ¿Lograste convencerla?
Brett negó con la cabeza. Al final, dio un ligero suspiro y le dijo:
- Ella intentó apelar a mis “instintos”, pero no sabe que puedo controlarlos a voluntad.
Eber puso una extraña mueca y Brett notó que lucía confundido. Tras un breve silencio, murmuró:
- No me gusta que hagas esto. No resistirás por mucho tiempo y lo sabes. Déjame compartir tu carga, por favor. Soy más fuerte y saludable que tú, podré soportar mejor la ira de nuestra esposa.
- Tranquilo, Eber. Estaré bien. Si quieres ayudarme, protege a los más pequeños, como siempre. ¿Puedes hacer eso por mí, hermanito?
- Está bien, Brett. Protegeré a los pequeños. Pero, ¿quién te protegerá a ti, ahora que nuestro hermano mayor ha desaparecido?
Brett no respondió. En su lugar, comenzaron a venirle los recuerdos como pedradas. Y es que pasaron muchas cosas en medio año que aún no podía creer lo mucho que cambió su vida.
Para empezar, nunca creyó que la reina elegida por el pueblo lo tomaría a ellos como esposos. Ni mucho menos que lograría participar en la reunión del Consejo y conseguir ser escuchado. Ayudó a muchas personas como el marido de una reina, pero también se ganó de varios enemigos que harían lo que fuera para sacarlo del camino. Y todo porque, a pesar de que ya llevaba diez años residiendo en la Nación del Sur como buena fe de mantener la paz entre naciones, mucha gente les guardaba rencor a los reinos vecinos por la invasión que surgió hacia algunas décadas y que devastó por completo al país.
Hace tan solo seis meses, vivía en el castillo que su hermano mayor, el príncipe Rhiaim, se construyó tras obtener su título de duque en la actual Nación Democrática del Sur. El nombramiento fue llevado a cabo por la reina Aurora, quien lo hizo desposarse con la condesa Yehohanan para mantener la paz entre ambos reinos y controlar los intentos de invasión de la reina Jucanda luego de que lograran la independencia de los países vecinos.
El ducado del Sol era un bonito lugar situado en una de las antiguas tierras de la colonia del Este. El territorio lindaba con otro ducado conocido como el ducado de Jade, que estaba siendo gestionado por una pareja de marqueses que alojaron a varios plebeyos ahí, formando una aldea. Ellos tenían una hija, a quien acababan de nombrar duquesa y le heredaron esas tierras para gestionarlas ellas mismas.
Ambos ducados cooperaban entre sí ya que el ducado de Jade lindaba con el mar y tenía un mercado muy fructífero. Por su parte, el ducado del Sol poseía mejor infraestructura con respecto a la vigilancia y seguridad de las calles. Y todo era porque el príncipe Rhiaim, en su juventud, era un guerrero feroz en combate y que siempre elaboraba las mejores estrategias para proteger a los civiles de toda clase de peligros.
Todo comenzó cuando Brett y sus hermanos estaban almorzando y hablando de sus respectivas actividades. Aunque quienes conversaban eran los más jóvenes, ya que Brett prefería mantenerse callado. Podía estar largas horas sin hablar, lo cual eso le intrigaba a los extraños que lo tomaban como mudo.
- ¿Saben que ya eligieron a la primera reina del pueblo? – dijo Eber, uno de sus hermanos menores y que tenía sus largos cabellos teñidos en rojo.
- ¡Sí! Según los informes, dicen que se trata de una plebeya que fue criada por una familia de burgueses – explicó Zlatan, un joven de cabellos cortos y lentes de marco redondo – Ellos financiaron sus estudios en el Instituto de las reinas y era la más joven de las estudiantes.
- ¿No es ese lugar donde las chicas que quieran ser reinas van a estudiar ahí? – preguntó Uziel, el más joven de los hermanos y quien lucía los cabellos teñidos en rubio.
- Así es – respondió Zlatan – ahí también estudió la duquesa Dulce, quien ahora se encarga del ducado de Jade.
- ¡Uy! ¡Me hubiese gustado ir a la ceremonia de entrega de poder! – se quejó Eber, inflando las mejillas – pero como “Don amargado” no nos dejó ir por castigarnos, no pudimos ni siquiera despedirnos de la reina Aurora… ¡Ah! Quiero decir, ex reina Aurora.
- Fu… fue tu culpa, Eber – resopló Brett, quien se mantuvo callado por largo rato – Si no hubieras arremetido contra esos ban… bandidos que capturaron a los niños sin a… analizar si iban o no armados, nada de esto habría pa… pasado.
Brett, otra vez estás tartamudeando – le señaló Zlatan.
- ¡Ah! Lo si… siento – Brett respiró hondo, a modo de concentrarse para hablar fluido – dejé el tratamiento hace años, no debería pasarme esto.
Brett se mantuvo callado de nuevo. Sus hermanos menores lo miraron fijamente, pero luego siguieron comiendo como si nada, en silencio. Ya estaban acostumbrados a verlo sumergido en su mutismo desde niños, por lo que preferían dejarlo tranquilo hasta que pudiera recuperar su capacidad de habla.
Horas después, cuando cenó junto a sus esposos, ésta les habló sobre el mensaje que recibió de la reina Jucanda. Ellos también se alegraron al saber que su madre no los volvería a reclamar pero, también, se preocuparon al saber que más como Roger podrían venir a experimentar con ellos. - Supongo que debemos hacer un censo – dijo Brett – y si hay un “No identificables”, reubicarlo o recluirlo en algún lugar para saber de qué tribu proviene. - El problema son los pueblos antimonárquicos – dijo Panambi – si bien la condesa dijo que hablaría con la ex reina para que intercediera con ellos, no sé si todavía serán reacios a cooperar. - Y es muy probable que ahí se oculten más “No identificables” – dijo Eber - ¡Uf! ¡Todavía me da escalofríos recordar ese lugar! - Bueno, ya que son príncipes de nacimiento y vivieron con todas las comodidades, es natural que les choque esas zonas precarias – dijo Panambi – como pasé también por situaciones precarias, sé bien lo que se siente y no deseo que
Tras la ausencia de Zlatan y Uziel, la reina Panambi tuvo que reorganizar sus horarios de encuentro nocturno con sus esposos. Pero, también, comenzó a pasar el tiempo con ellos para cenar juntos, leer un libro o charlar en el patio para ponerse al día con sus actividades. Una semana después, la reina pasó la noche con Brett y, como siempre, él se encontraba acostado boca arriba, con ella encima. Mientras lo besaba, la reina notó que su dulce esposo comenzó a mover sus manos hacia arriba, apoyándolas por los costados. En eso, lo tomó de las muñecas y las aprisionó sobre el colchón, diciéndole: - Hoy no tienes permitido tocarme. Brett, que recuperaba el aliento, le preguntó: - ¿Aún sigues molesta por lo que hice en el pueblo? - Un poco. Pero puedo entender la situación. Ahora, deja que te “descontamine” y mantente quieto. La reina, sin soltarlo, volvió a besarlo y, esta vez, bajó hasta su cuello y le dio un leve mordisco que lo hizo gemir. En eso, lo contempló por unos instantes
Poco después, fueron a la sala de reuniones donde se oficiaría la triple ceremonia. Ahí, ya estaba un juez y un embajador del reino del Este que fue convocado para gestionar la renuncia de título de Uziel. Zlatan ya estaba ahí, vestido con un conjunto negro y una pechera circular dorada que solían lucir los nobles de la nación del Sur. Eso le sorprendió a Brett y Eber ya que su hermano de lentes iba siempre vestido con las túnicas típicas de su reino. Uziel, por su parte, lucía una camisola roja y pantalones negros bastantes desprolijos, alejándose así de su identidad de príncipe. La reina Panambi estaba con un vestido negro, algo impropio de ella porque casi siempre usaba uno blanco. La duquesa Dulce lucía un largo vestido rosado de mangas abultadas. Cerca de la duquesa estaban Rhiaim y Yehohanan. El duque lucía una túnica rojo oscuro y la condesa llevaba un vestido blanco y vincha de plumas coloridas. El juez se colocó delante del atril y, abriendo su documento, dijo: - Estoy aqu
Al día siguiente, el castigo de Brett fue levantado para despedirse de sus hermanos mayores. Pero debido al estrés que sufrió en los últimos días, prefirió pasar más tiempo en su dormitorio que en cualquier otro lugar. Aún así accedió a ver a Aaron y Abiel antes de que éstos se marcharan. Como siempre, los dos duques no pararon de abrazarlo y decirle cosas como: - ¡Oh, Brett! ¡Te vamos a extrañar! - ¡Nos alegra que hayas crecido saludable! - ¡No preocupes a tu esposa ni a tus hermanos! - ¡Si pudiéramos, te llevaríamos con nosotros y te encerraríamos en una cajita para protegerte del peligro! - Mejor no – murmuró Brett, con una expresión incómoda - ¿Ya me pueden soltar? Es… vergonzoso. Como respuesta, los duques afirmaron más sus abrazos. Los escoltas de los duques trasladaban a Roger, quien aún seguía atado, amordazado y con los ojos vendados. En eso, Eber lo señaló y dijo: - ¡Guau! ¡No huele tan mal como cuando estaba en ese galpón! - Lo mandamos a limpiar – explicó Abiel –
Tras estar un par de minutos charlando de nimiedades, la reina salió de la habitación de Brett y se encontró con Eber, en el pasillo, apoyando su espalda contra la pared. Eber, al verla, se acercó y le preguntó: - ¿Cómo está Brett? - Está algo traumado – respondió Panambi, con una expresión de tristeza – casi volvió a su mutismo, pero logré calmarlo. A pesar de todo, admiro cómo siguió elaborando su proyecto y hasta armado un presupuesto. - Bueno, necesitaba distraerse con algo – dijo Eber, encogiéndose de hombros – también se ofreció a orientarme en mi propio presupuesto ya que soy malo con los cálculos. Ja ja ja. - Sí. A ti, con más razón, tendré que controlar tus ingresos – dijo Panambi, mirándolo fijamente - ¡Siempre gastas en tonterías! - Bueno, el tinte de cabello no es permanente – se excusó Eber – pero ya Brett me dio la “charlita” sobre responsabilidad financiera. Ni modo, necesitaré tanto su apoyo como el tuyo, querida esposa. - Bien, hablaremos de eso más tarde. Ahor
El equipo de rescate llegó al palacio, siendo recibido por una gran cantidad de espectadores que querían ver a los heroicos príncipes del Este trayendo al sujeto que, por casi un año, secuestró y experimentó con niños de distintos estratos sociales. Brett se conmovió al ver cómo muchas personas les agradecía por todo lo que hicieron. Pero en el fondo se sentía preocupado ya que, tras priorizarse su rescate, muchos detractores de la actual reina lo consideraron su “favorito” y buscarían a toda costa arruinarla, a través de él. Sin embargo, estaba dispuesto a soportarlo si, con eso, ayudaba a los más vulnerables del sistema y protegía a sus aliados con su propia fuerza. La reina Panambi, al verlos llegar triunfantes, abrazó a Brett y Eber y les dio un beso a cada uno. Luego, miró a Brett y le dijo: - Me enteré que desobedeciste a tus hermanos mayores y te expusiste al peligro para “apoyarlos”. ¿Es que siempre tienes que ir al extremo? Brett puso una expresión triste, como si se es
Último capítulo